Desde el sangriento 11 de septiembre de 2001 se cierne sobre el mundo la amenaza de ataques, y las falsas alertas se multiplican año tras año. Diez años después del denominado “día de la infamia”, decenas de policías, militares, detectives, perros y grupos de inteligencia desmenuzan estadios, museos, fábricas, edificios públicos, parques y hoteles por donde pasarán reyes, presidentes y primeros ministros de todo el mundo.
El presidente norteamericano, Barack Obama, es el "niño mimado" en cuestiones de seguridad. Por ejemplo, para el viaje que hizo a Chile en febrero de este año, su comitiva incluyó 700 agentes del famoso Servicio Secreto. Creado en 1865, el servicio cuenta con personal de entre 21 y 37 años reclutado de la Infantería de Marina, de las Fuerzas Especiales del Ejército, de la CIA y del FBI.
La misión de los agentes es proteger a Obama y a su familia, cada uno con un nombre en clave: el presidente y la primera dama son “Renegade” y “Renaissance”, mientras que sus hijas -Malia y Sasha- son “Radiance” y “Rosebud”.
El Servicio Secreto no deja nada al azar. Cuando los Obama viajan al extranjero, hacen planos, investigan los hoteles, a su personal y a los vecinos del hotel. Además, analizan minuciosamente la lista de pasajeros que se hospedan. Incluso, en ocasiones -disfrazados de botones o de turistas- se infiltran meses antes en los hoteles que van a albergar al presidente.
En sus viajes a distintas ciudades de su país, la comitiva presidencial está compuesta por doce automóviles, una guardia motorizada y un helicóptero. En caso de viajar al extranjero, el Servicio Secreto analiza el perfil de los probables grupos opositores a la visita, las eventuales manifestaciones y el alcance de estos grupos.
En Inglaterra, setenta “ángeles guardianes” de Operaciones Especiales vigilan las 24 horas a la reina Isabel II y a su familia. Pero no son los únicos. La policía local, el Escuadrón de Protección Real y Diplomático, y comandos de los servicios aéreos especiales entran también en el grupo cuando la reina hace un viaje al extranjero.
En el país, la protección está en manos de Scotland Yard y sus unidades especializadas. Un grupo de 400 oficiales de policía de protección (PPO) cuestan al Estado unos 45 millones de euros y están designados a todos los palacios reales. Cada uno está entrenado para disparar con una mano, manteniendo la otra libre para arrojar al piso a su protegido. Semejante despliegue, sin embargo, no impidió que en 1982 un hombre ingresara al palacio y se sentara en la cama de la reina.
Bajo la siempre peligrosa amenaza de ETA, la familia real de España se rodea de un importante pero muy discreto servicio de seguridad. En 2001, la organización terrorista vasca planeó derribar el avión del entonces presidente Aznar y del rey Juan Carlos mediante un misil tierra-aire dotado de radar y sensores de calor. Tiempo antes, los terroristas llegaron a tener al rey en la mira de un francotirador en Mallorca, pero no llegaron a ejecutar la acción al no tener planificada la fuga.
El sistema de seguridad español es una red inextricable de grupos de protección que parece haber sido creada para despistar. La Corona dispone de tres unidades cuyos efectivos y presupuesto son secreto de Estado, y se ocupan de brindar seguridad a los palacios reales. Elegidos con el mayor de los cuidados, recorren los jardines armados con metralletas 70-D y se rumorea que disponen de una sofisticada instalación de radares y baterías de misiles.
En Noruega, se supo hace poco que la familia real estaba en la mira del que terrorista Anders Behring Breivik, autor de la matanza de más de 90 personas en Oslo y la isla de Utoya. Por falta de tiempo, no pudo concretar su plan de matar al rey Harald y a su familia.
El rey posee un equipo de 50 guardaespaldas especializados, dotados de pistolas, metralletas MP5, bombas lacrimógenas, máscaras de gas y preparaciones contra armas biológicas. Desde el 2001, la familia real noruega fue blanco de numerosos intentos de ataque y robos.
Unos 30 millones de euros son destinados cada año a la seguridad de la Familia Real de Holanda, donde trabajan 60 personas que componen el departamento especial denominado “División de Seguridad Real y Diplomática”.
En los últimos años, la reina Beatriz y su familia fueron blanco de varios intentos de ataque. En 2009, un conductor estrelló su auto cerca durante un desfile para celebrar el “Día de la Reina”. Murieron siete espectadores y el atacante (cuyo propósito era chocar contra el micro que llevaba a la familia real).
Un año después, otro hombre provocó pánico masivo en un multitudinario acto en Ámsterdam al que asistían la reina y los príncipes Guillermo y Máxima. Gritó “¡Bomba!” y el temor y las corridas provocaron 63 personas heridas. El año pasado, un hombre arrojó un candelabro contra la carroza de la reina.
En las tierras natales de la princesa Máxima, la seguridad presidencial no es un tema menor. La custodia de Cristina de Kirchner está integrada por miembros de la Policía Federal, a quienes la Casa Militar asigna sus misiones.
Cuando viaja al extranjero, sus custodios, junto a miembros de la Cancillería y de la SIDE, viajan con anterioridad para estudiar el lugar y entablar contacto con los diplomáticos argentinos y las fuerzas de seguridad de cada país.
Antes de que la presidenta suba al avión, fuerzas de seguridad registran cada lugar de la nave. Y ni un solo funcionario, ni siquiera su secretario particular, puede subirse sin mostrar el contenido de sus valijas.
Los custodios deben garantizar una vigilancia las 24 horas y en un hotel la puerta de la habitación presidencial siempre tiene dos efectivos: uno que cuida la puerta y otro que vigila el pasillo. La presidenta no atiende el teléfono, sino su edecán, y un especialista registra su comida, preparada por cocineros previamente identificados por la custodia.
(*) Especial, para Perfil.com