AFP
Desde Madrid
La valla de Melilla es un muro de alambre de seis metros de altura, con púas en la parte superior, que se extiende por 12 kilómetros; su función es separar la ciudad española de Melilla, situada en el norte del continente africano, de Marruecos para disuadir la entrada de la inmigración ilegal y el contrabando comercial. Esta semana fue noticia porque cerca de quinientas personas quisieron saltarlo. No fue el único caso.
Los que logran saltar la valla son trasladados al Centro de Estancia Temporal. Su capacidad es de 480 plazas, pero al momento acoge a más de 1.300 inmigrantes. Hay 270 personas de Mali, 200 de Guinea, 150 sirios y 120 de Camerún. De allí son trasladados a la Península, al Centro de Internamiento de Málaga. Una vez en la Península, son derivados a lugares gestionados por ONGs colaboradoras del Estado en los casos más vulnerables, o bien a los Centros de Internamiento de Extranjeros, como paso previo a la repatriación hacia el país de origen.
Muchos de los que logran saltar la valla, cuya lengua es el francés, intentan subir hasta Francia. Otros, se quedan por meses intentando sobrevivir en las calles españolas.
Según el balance de la Agencia Europea de Control de la Frontera Exterior de octubre de 2013, España figura como la cuarta puerta de entrada de la inmigración africana en Europa, con 5.800 entradas por esta vía en los primeros tres trimestres del año, frente a las 36.000 de Italia o las 20.000 de Turquía.
La valla representa la anti-cara de la imagen turística y amable de la Europa civilizada. Está equipada con luces de alta intensidad y videocámaras de vigilancia y, en 2005, se le agregó un entramado de alambres coronados de afiladas cuchillas cortantes, denominado “concertina”, habitualmente utilizado en los perímetros de seguridad de las prisiones.
Estas mortíferas cuchillas provocan graves lesiones y, en 2009, ocasionaron la muerte de Sambo Sadiako, un joven senegalés de 25 años, quien murió desangrado luego de seccionarse una arteria principal a través de la axila con el alambre de cuchillas.
No ha sido la única muerte: hay cientos de casos de heridos de gravedad por los profundos cortes y un joven que quedó tetrapléjico después de desplomarse de la valla desde los seis metros de altura hacia el suelo. Luego de reiteradas denuncias por parte de las ONGs, España quitó las concertinas en 2007, pero en 2013, se volvieron a instalar.
Mohamed logró saltar la valla en noviembre de 2005, después de un intento frustrado, y luego pasó un año en el campamento del Monte Gurugú, el punto más elevado de la península de Tres Forcas, en la costa norte de Marruecos, donde malviven durante meses y años quienes esperan el momento para saltar la valla. “Aquí conseguí trabajo en la construcción, y luego con un tío”, dice a PERFIL Mohamed.
“Logré cruzar con un amigo de Camerún y uno de Gambia, pero ellos fueron hacia Francia”, explica el joven de 34 años que hoy se dedica a la venta ambulante de películas de video, y avisa: “La valla no los detendrá, quieren comer, quieren trabajar, y para ello saben que su única oportunidad es dar el gran salto a Europa, aunque haya que dejar la vida en la valla”.
Tras el salto de multitudinario más grande de los últimos tiempos, Melilla, un joven inmigrante de origen senegalés, está aquejado de una meningitis cuyo tipo aún no había sido determinado. Lamentables noticias de Melilla