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Brasilia
La “tormenta perfecta” que se abate sobre la presidenta Dilma Roussef desde que asumió su segundo mandato, el 1º de enero, sigue sumando malas noticias en el frente económico. El Banco Central informó ayer oficialmente que la economía de Brasil creció apenas 0,1% en 2014, su cuarto año consecutivo de magra expansión, y se prepara para transitar un período aún más difícil antes de vislumbrar la luz al final del túnel en 2016.
Brasil acumula un sinfín de datos macroeconómicos negativos: la inflación supera largamente el centro de la meta de 4,5% (el Banco Central estima que llegará a 7,9% este año), hay una elevada tasa de interés (12,75%) y déficit de cuenta corriente y de balanza comercial. Incluso el desempleo, que se mostró resistente durante meses, revirtió la tendencia y ha comenzado a subir.
Para este año, los pronósticos no son mejores: el Banco Central prevé una caída del 0,5% del PIB y la mayoría de los analistas coinciden en que el país caerá en la recesión.
Tiempo de ajuste. A los problemas económicos, Rousseff suma las dificultades políticas que tiene para que el Congreso no obstaculice el ajuste fiscal que el ministro de Hacienda, Joaquim Levy, considera esencial para poner las cuentas en orden. Para ello debe convencer al Congreso, una tarea difícil porque la política económica del gobierno no goza de mucha simpatía ni siquiera en las filas del oficialista Partido de los Trabajadores (PT), reticente a abrazar la austeridad fiscal, al igual que otros partidos aliados. Para peor, varios diputados y senadores investigados por la corrupción en la Petrobras acusan al gobierno de estar detrás de las acusaciones y se niegan a votar sus iniciativas.