Darío lo quiere desde la primera vez que se lo encontró a bordo del ómnibus de la línea 70, llegando a la Villa 21-24. Trabaja en una fábrica de lonas y es padre de dos nenas de ocho y seis años. “Una de las cosas más lindas que llevo en mi mochila es saber que él bautizó a mi hija María José. Y no lo digo ahora porque sé que es papa. Ojo, lo dije siempre”, relata con una mezcla de orgullo y emoción. Darío lo conoció por medio de José María Di Paola, “el padre Pepe”, gracias a quien él se convirtió al cristianismo hace catorce años, y hoy es un fiel colaborador de la iglesia de Nuestra Señora de Caacupé. “Bergoglio es un hombre tan humilde que te hace sentir bien. La última vez que vino, lo invitamos y se quedó a cenar con nosotros. No teníamos nada muy elaborado, eran unos fideos con tuco, nomás. Nunca me voy a olvidar de sus palabras. De pronto, me miró a los ojos y me dijo: ‘Me gusta sentarme a la mesa de los pobres porque sirven la comida y comparten el corazón. A veces los que más tienen sólo comparten la comida...’. ¡Me hizo sentir tan bien!”, relata Darío. (...)
Desde el día en que su hija Cecilia, de veinticuatro años, fue asesinada durante un asalto en el barrio porteño de Versalles, en abril de 2011, Isabel Lobinesco dejó de ser ella misma para convertirse en una “madre del dolor”. Se enroló en la lucha. Participaba en cuanta manifestación para batir cacerolas se organizaba. Iba a todas las movilizaciones. Estaba decidida a llegar hasta las últimas consecuencias. Un día, otras madres, con situaciones parecidas a la de ella, le pidieron al arzobispo de Buenos Aires que oficiara una misa por las víctimas de la inseguridad. Eran muchas. Y fue así como Isabel se sentó en la primera fila de San Cayetano, a escuchar a Bergoglio. Apenas había comenzado a hablar, cuando Isabel rompió en llanto. No podía detenerse, no lograba dominar sus emociones. El cardenal no intentó seguir adelante. Al oírla llorar, interrumpió la misa, bajó del estrado, se sentó a su lado y la abrazó. “Me dijo unas palabras al oído que cambiaron todo, que me consolaron. Me dijo: ‘Dejala partir. Ella está al lado de Dios. El te va a dar todo el calor que necesitás’. Algo se transformó en mí con esas palabras y con ese gesto. Cortó la misa, delante de trescientas personas, para venir a hablarme a mí. A consolarme”, cuenta Isabel, en un relato entrecortado por sollozos que apenas le permiten hablar. “Fue una persona que me supo dar la peor noticia, que mi hija no iba a volver, con el amor de un padre. Yo, que fui abandonada por mi madre en la basura cuando era un bebé, que no soy dueña ni de la cama en la que duermo, sentí la fuerza de ese abrazo. Estaba enojada con Dios por lo que había pasado y el padre Bergoglio me reconcilió. Creo que si hay alguien en el mundo que reúna los requisitos para ser papa, es él”, resume.