El pasado martes Joe Biden fue electo el 46vo presidente de los Estados Unidos, a pesar de que los medios tardaron en declararlo por miedo a los dardos tuiteros del todavía presidente Donald J. Trump. Él se rehúsa, por ahora, a admitir que por primera vez en 40 años un presidente en ejercicio no será reelecto. Pero esos detalles coyunturales no nos impiden vislumbrar señales entre el ruido una elección con final hollywoodense.
La primera conclusión es que el trumpismo como fuerza política está más viva que nunca, aún si el mismo Trump perdió en el Colegio Electoral y en el voto popular. Trump enfrentó una elección en medio de una pandemia global que causó más muertes que las guerras mundiales para EEUU en escasos meses. La crisis sanitaria creó una recesión profunda que nadie esperaba en enero, puntuando una década de crecimiento ininterrumpido. La Reserva Federal y el Tesoro respondieron con fuerza, pero divisiones en el Congreso limitaron la ayuda desde julio. El contrafáctico es claro: sin pandemia, la reelección de Trump estaba garantizada.
Este comportamiento tiene ecos históricos. La gripe española de 1918 contribuyó a una épica derrota electoral de los demócratas en 1920, meses después de ganar la Primera Guerra Mundial. La elección legislativa de 1958, un año después de una fuerte gripe aviar (similar al Covid-19 en su tasa de mortalidad), resultó en una gran victoria demócrata; ganaron 12 bancas en el Senado, impensable meses antes dada la popularidad de Dwight Eisenhower. JFK ya esperaba entre bambalinas.
La segunda conclusión es que, una vez más, las encuestas fracasaron. No fallaron tanto como para errar el resultado final, como ocurrió en 2016. Sin embargo, el mismo martes el New York Times proyectaba que Biden iba a ganar Florida con 73% de probabilidad. Ganó Trump decisivamente. La distancia proyectada en Wisconsin era de más de 7%, y el resultado fue definido por menos de 1%, una magnitud de error que recuerda a las PASO de 2019. También en Ohio y Michigan el resultado de Trump fue (mucho) mejor de lo esperado, a pesar de que los encuestadores trabajaron para no subestimar la movilización de votos blancos en zonas trabajadoras.
Siempre es psicológicamente atractivo buscar certezas elusivas en números complejos, especialmente en momentos de incertidumbre. Nuestras mentes tienden a hacerlo, entendiendo, –mal– que la probabilidad es certeza. Nunca lo es. Lo mismo hicimos en marzo con los gráficos exponenciales del Covid-19, con datos incompletos y por ende equivocados (¿cuántas verduras lavamos con lavandina en abril?). Toda encuesta es una muestra parcial; depende de la extrapolación cualitativa de la encuestadora. Trump logró movilizar a más votantes en más estados de lo que se pensaba, incluida una gran performance entre latinos en Florida y Nevada. Este fenómeno, y el error de los encuestadores, fortalecerá a su movimiento político aún en la derrota.
Biden logró lo que prometía ante las dudas de los progresistas. Con cualquier otro candidato de los disponibles, es dudoso que los demócratas ganaran Wisconsin y Pennsylvania, reconstruyendo la “muralla azul” que se desplomó a Hillary Clinton.
La tercera conclusión es que los cambios demográficos no sólo benefician a demócratas. Normalmente la discusión de los politólogos se centra sobre cambios estructurales en Estados Unidos que benefician al mapa azul, como el crecimiento urbano de Texas y Arizona.
Pero la demografía no es universalmente progresista, tal como la teleología de la secularización universal se desuniversalizó con los años. Hay cambios demográficos menos discutidos que apuntan a otro lado: el éxito del mensaje de Trump (y los Republicanos) entre los latinos en todo el sur americano es innegable. Va mucho más allá de los votantes de origen cubano, llegando a venezolanos, brasileños y nicaragüenses.
Los latinos están mucho más cerca en sus preferencias políticas a los votantes blancos en el llamado Cinturón de Óxido (MI, WI, OH) que a los habitantes de Manhattan o Chicago. Trump llega a aquellos que se preocupan más por su bienestar económico que por las luchas culturales de las costas. Y hay un corolario para Biden: cualquier asociación con el socialismo (incluida la falta de condena a la dictadura venezolana de tantos progresistas) le resta apoyo.
Biden llegará a la Casa Blanca en enero. Sin embargo el trumpismo no se acaba: seguirá muy vivo, con fuerte apoyo demográfico y económico. Trump ya no es anomalía: subestimarlo sigue siendo un error.
Biden será el primer presidente demócrata desde Grover Cleveland, en 1884, sin el control del Senado
Eso limitará su agenda, llevándolo hacia el centro del espectro político, donde él siempre se paró.
Resulta que su instinto personal de moderación está más cerca del electorado americano que las sesgadas redes sociales. Ser fiel a ese legado la mejor esperanza para cumplir lo que el inigualable James Madison pedía en Federalista 10: que las instituciones limiten el faccionalismo inherente a la contienda política. Traduciendo de 1787 a 2020, que las instituciones sobrevengan a la grieta.
* Historiador económico y fundador de Uala.