En su clásica crítica a Platón, Aristóteles sostuvo que no existe una separación entre el mundo real y el mundo de las apariencias, y que por lo tanto las cosas son esencialmente tal y como los hombres las perciben. Aunque el cristianismo siempre estuvo más cerca del pensamiento platónico que del aristotélico, el papa Francisco parece haber asimilado la teoría del fundador del Liceo. Con una revolución simbólica y gestual, el Pontífice logró por ahora eludir las típicas críticas a la Iglesia católica por tradicionales posturas doctrinarias que, según sus propios dichos, él mismo comparte.
Desde su llegada al trono de San Pedro, Jorge Bergoglio sorprendió con medidas para avanzar en la lucha contra la pedofilia, la corrupción en el Banco del Vaticano y las camarillas en la curia romana. Maravilló a los medios internacionales con su austero estilo de vida, su cercanía a los fieles y su promesa de una Iglesia “pobre y para los pobres”. Al mismo tiempo, el Papa adoptó una posición inflexible en temas como el matrimonio homosexual, el aborto o el sacerdocio femenino.
“¿Quién soy yo para juzgar a un gay”, dijo Francisco al finalizar su reciente gira en Brasil. Pero cuando le preguntaron sobre el casamiento igualitario, aclaró que “la Iglesia se ha expresado ya perfectamente sobre eso” y tiene una “doctrina clara”. Lo mismo manifestó sobre el aborto. Y aunque afirmó que “la mujer en la Iglesia es más importante que los obispos”, señaló que “en cuanto a la ordenación de las mujeres la Iglesia ha hablado y dice no, esa puerta está cerrada”.
Sus opiniones no variaron respecto de cuando era arzobispo de Buenos Aires. En aquel tiempo, Bergoglio llegó a decir que el matrimonio igualitario en la Argentina era “una movida del Diablo” y se opuso a la Ley de Identidad de Género que autoriza a transexuales a registrar sus datos con el sexo elegido. Afirmó que “abortar es matar a quien no puede defenderse” y rechazó una “eutanasia encubierta” que, según dijo, se aplica con los ancianos enfermos.
Matrimonio, sacerdocio, aborto y eutanasia son temas sujetos a la doctrina eclesiástica. Pero hay otros debates no doctrinarios sobre los que el Pontífice sí podría avanzar. Sus allegados aseguran que Bergoglio siempre dudó del celibato. Y en un diálogo con la prensa luego de su visita a Brasil, Francisco dijo que una comisión de cardenales revisará la excomunión de los divorciados.
¿Hasta dónde llegará la “revolución” de Francisco? ¿Se espera demasiado del Papa? “Con Francisco se da lo que en sociología se denomina ‘efecto de magia’: consiste en hacer creer que no se es lo que se es –dijo a PERFIL el sociólogo Fortunato Malimacci, investigador del Conicet y profesor del seminario Sociedad y Religión en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA–. Soy la estructura, pero tengo que decir que no la soy, y que estoy lejos de ella. Eso responde a una necesidad imperiosa de la Iglesia de no perder a miles y miles de fieles que usan preservativo, abortan o tienen relaciones homosexuales”.
En opinión del teólogo y filósofo Rubén Dri, “en sustancia y en doctrina no deben esperarse cambios ya que es el mismo proyecto de Iglesia que con Juan Pablo II o Benedicto XVI, iniciado con la destrucción del Concilio Vaticano II, pero ahora marcado por la necesidad de limpiar y ordenar a una Iglesia acuciada por la corrupción, la lucha de poderes y los chantajes sexuales”. Según Dri, “hay una transformación gestual y simbólica, pero el propio Bergoglio ya se ha manifestado sobre los temas polémicos y dejó en claro que su concepción coincide con la postura oficial de la Iglesia”. Malimacci coincide: “En Francisco existe una tensión grande: por un lado, un lenguaje gestual abierto e inclusivo; y por el otro, una postura inflexible sobre dogma y doctrina”. De todas formas, un líder religioso y político como el Papa siempre podrá ampararse en Aristóteles: se es lo que parece que se es.