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Chofer

Apure ese motor

Chofer
Green Book | Peter Farrelly, 2018

Para nuestros oídos tan modernos suena excéntrico, pero el primer vehículo que merecería recibir el nombre de automóvil fue impulsado por una máquina de vapor. Lo inventó el francés Cugnot a fines del siglo XVIII; su motivación era militar, lo mismo que su financiamiento, porque algunas cosas siempre fueron iguales. El vehículo, que nunca llegó a funcionar satisfactoriamente, tenía tres ruedas y una enorme caldera conectada a pistones y engranajes. Durante el siglo XIX el vapor fue la fuente de energía de moda: el mundo empezó a ser atravesado sin descanso por ferrocarriles y barcos humeantes. Se intentaron crear automóviles a vapor tan eficientes y prácticos como los trenes y acorazados, pero los resultados no fueron muy convincentes; Gran Bretaña restringió la circulación de estos vehículos, pero Francia fue mucho más permisiva, y floreció una pequeña red de traqueteantes transportes de carga y pasajeros. Cada uno de ellos necesitaba un conductor, que además se encargara de mantener la caldera en funcionamiento, calentando adecuadamente el agua con fuego; en francés, chaleur es «calor», y «calentar» es chauffer; la persona que se encargaba de calentar la caldera era el chauffeur, literalmente: el calentador. Cuando unas décadas después se inventó el motor de combustión interna y empezaron a utilizarse combustibles derivados del petróleo, el automóvil empezó a ser visto con ojos más favorables. Para designar al conductor de este vehículo, especialmente al que lo hace como profesión, se adoptó la francesa chauffeur; los países de habla castellana no tardaron mucho en convertirla en chofer.

 

(En la imagen, Viggo Mortesen lleva en auto a Mahershala Ali para que cumpla con sus conciertos en los estados del Sur. En Green Book, de Peter Farrelly, 2018.)

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