Hay pocas maneras de decir azul, y el lenguaje reconoce pocos matices de verde, pero los rojos abundan en cantidad. La palabra rojo proviene del latín y nombra al tono más fuerte de ese color. Para el tono más suave se usaba la palabra rubeus, que entre nosotros se convirtió en «rubio». El quermes es un pequeño parásito que vive sobre el tronco de ciertos árboles; los árabes habían descubierto que servía para colorear prendas con un tono metálico y ese fue el origen de las palabras carmín y carmesí. Ese mismo y productivo insecto también originó la palabra grana, que entre nosotros aparece al describir los colores de la camiseta del club San Lorenzo; en su trabajo de supervivencia, el quermes hace brotar pequeños granos del tronco de los árboles. Y no sólo eso: bermejo y bermellón también se originan en nuestro laborioso animalito. Ambas palabras derivan de la voz latina para «gusanito», que a la vez produjo la portuguesa vermelho y la catalana vermell. Colorado, como el Chapulín, no indica otra cosa que la presencia de un color. Encarnado deriva, naturalmente, de carne; sería redundante hablar de los «pieles encarnadas» para referirse a los pieles rojas. La palabra escarlata, nombre de un capitán animado que recordarán sólo los que tienen más de cincuenta, deriva, a través de enrevesados viajes por el griego y el árabe, de la voz latina nombrar al sello o estampa personal.
(En la imagen: Irène Jacob hace un globo con su chicle para una publicidad. En Trois couleurs: Rouge, de Krzysztof Kieślowski.)