Los antiguos juegos olímpicos eran una ceremonia deportiva, social y religiosa. Se organizaban cada cuatro años cerca del monte Olimpo, la morada de los dioses, y sólo podían competir hombres libres que hablaran griego. Se sucedieron durante siete siglos acompañando la expansión y el declive de la cultura griega, hasta que fueron prohibidos hacia el siglo IV de nuestra era porque parecían una expresión de paganismo. En el siglo XIX renació el interés por la antigüedad clásica: los profesores recomponían y traducían los textos de Homero, Aristóteles y Heráclito; las excavaciones arqueológicas desenterraban las ciudades mencionadas en esos textos. A lo largo de Europa se organizaron competencias atléticas a la manera de aquellas de Olimpia. Finalmente, el Barón Pierre de Coubertin impulsó los primeros juegos olímpicos de la edad moderna, que se realizaron en el año 1896 en la ciudad de Atenas. La reconstrucción del evento no era exacta desde el punto de vista histórico. Se dejaron de lado los aspectos rituales y políticos que los juegos olímpicos tenían en la Antigüedad; se inventaron símbolos inexistentes pero hoy indispensables como la antorcha y los cinco anillos entrelazados. Tampoco había información precisa acerca de las disciplinas deportivas que se practicaban. A principios del siglo XIX un poeta inglés había escrito un popular poema acerca de la batalla de Maratón en la que los atenienses derrotaron a los persas. Allí se menciona la hazaña de Filípides, un soldado que corrió desde el campo de batalla hasta la ciudad de Atenas para avisar de la victoria; llegó, dio la noticia y murió extenuado. Quizás con algo de morbo, el Barón de Coubertin decidió crear una prueba atlética que recordara aquella carrera; la distancia, unos cuarenta kilómetros, reproduce la que hay entre Maratón y Atenas. El ganador fue un aguatero griego que tardó casi tres horas, contando el tiempo que se detuvo para tomar vino con su tío.
(En la imagen, unos jóvenes estudiantes ingleses entrenan en la playa para participar una exótica competencia atlética. En Chariots of Fire, de Hugh Hudson, 1981.)