Algunas partes del cuerpo reciben su nombre de objetos del mundo que nos rodea; por ejemplo, para los minúsculos huesos del oído fuimos a buscar inspiración en una herrería: se llaman yunque, martillo y estribo. ¿Tenemos que ceder a la tentación y pensar que la muñeca, la articulación de la mano con el antebrazo, toma su nombre de la muñeca, ese juguete con figura de persona que usan niñas y niños para jugar? Mejor no cedamos. Una no viene de la otra, sino que ambas tienen un antepasado común: una palabra en latín que se deja traducir como hito o mojón. Pensemos en los partidos de fútbol en la playa y en esos montículos de ropa, sandalias y viseras que sirven para improvisar un arco: un antiguo romano hubiera usado esa palabra para nombrarlos. De allí su uso de dividió. Por una parte, pasó a referirse a cualquier amasijo de tela o trapo; por ejemplo, los que se remojan con medicina o agua fresca para calmar a los enfermos, y también los que, con algunas costuras y adornos adicionales, sirven para jugar en las edades más tiernas. Por otra parte, pasó a señalar la protuberancia articulada que tenemos luego de la mano y que sirve para moverla con soltura. Uno y otro sentido no deben confundirse en las expresiones muy comunes que usamos todos los días. Cuando se dice de un político que «tiene muñeca» no se quiere sugerir que, en la intimidad de su hogar, se dedica a vestir y a servirle el té a su Barbie; más bien se está destacando su habilidad para manejar situaciones difíciles. Y cuando se dice de una actriz que «es una muñeca» no se está elogiando la flexibilidad de sus articulaciones; más bien se la compara con la perfecta e irreal belleza de aquel juguete infantil.
(En la imagen, la pequeña Alice se va a dormir sin sospechar que durante la noche su muñeca se convertirá en un asesino sangriento. En Curse of Chucky, de Don Mancini, 2013.)