Quizás estemos demasiado influidos por las películas de Disney y nuestra primera representación de una sirena sea la de una jovencita de piel traslúcida y cabellos largos y claros, con la pequeña pero encantadora singularidad de que de la cintura para abajo se parece más a un besugo que a una fan de Taylor Swift. Es curioso que en inglés haya dos palabras que se traducen al castellano como sirena: por un lado siren, por otro mermaid. Una mermaid es una criatura delicada y benévola; más bien parecida a un hada de los mares. El título original de la película de Disney es «The little mermaid». La siren anglosajona es más de temer: no es tan grácil ni tan bondadosa, a su cola de pez suele agregar alas de pájaro, y se entretiene devorando marineros que caen por la borda durante las tormentas. Es de suponer que aquellas criaturas que atrajeron al Ulises encadenado en su vuelta a Itaca no eran mermaids sino sirens, por lo que a sus características debemos agregar un canto melodioso, hipnótico y convocante. Quizás fue debido a este poder de convocatoria de las sirenas que en castellano recibieron ese mismo nombre los artefactos que producen una alarma intensa, como aquellos que están encima de los coches de policía o los que en las fábricas indican que llegó la hora del almuerzo.
(En la imagen: Daryl Hannah nadando con toda naturalidad bajo el agua, mientras Tom Hanks la espera afuera. En Splash, de Ron Howard, 1984.)