OPINIóN
ECONOMISTA DE LA SEMANA

A diferencia del Mundial, en la economía no hay euforia

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Desafíos. El escenario requiere un programa económico 2023. | NA

Termina un año difícil, en el que la tensión, el sufrimiento y por momentos la sensación de alivio no fueron muy distintos a los de la final de Argentina con Francia. A diferencia del resultado del Mundial, en lo económico no hay un clima de euforia, ya que seguimos dominados por la desesperanza con problemas que se van agudizando como la inflación, la pobreza, la carencia de empleo formal y la sensación de que todavía no se ve una salida a tanta frustración y desaliento.

No todo fue tan malo como suena, ya que a lo largo del año algunas cosas salieron mejor de lo esperado. Luego de idas y vueltas se logró finalmente un acuerdo con el FMI. Un default hubiera sido un verdadero desastre, hubiéramos quedados aislados del mundo y como un paria entre los países emergentes. Es cierto que fue un programa “ultralight”, diría que sin el sello de lo que es un programa del Fondo. No hubo reformas estructurales, no se redujo la brecha cambiaria, y se mantuvieron los tipos de cambio múltiples y el riesgo-país siguió en la estratósfera. Apenas hubo un poquito de ajuste fiscal y algo de contracción monetaria.

Pero a pesar de su liviandad, sirvió para que la economía no se desbandara y entrara en terrenos resbaladizos. El programa buscó evitar una crisis profunda y por ahora lo viene logrando. Ya habrá tiempo para que el Fondo vuelva a ser el Fondo, pero eso será en la segunda temporada.

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Por el lado negativo, la inflación fue mucho más alta de lo esperado, cercana al 100%, aunque al menos los pronósticos de los agoreros de una hiperinflación fueron descalificados por la realidad.

Las cuentas externas representaron otra área que permaneció bajo presión, ya que las reservas internacionales cayeron a lo largo del año, alcanzando niveles preocupantes en agosto cuando el Banco Central tenía dólares para menos de dos semanas de importaciones. Y a pesar de subas a bajas, todavía estamos ahí.

En el frente cambiario el Banco Central finalmente decidió acelerar la tasa de depreciación de la moneda, que el año pasado fue de apenas 20%.  Pero no hay duda de que el dólar sigue atrasado, y mucho, lo que en parte explica por qué los dólares paralelos no perdieron el entusiasmo y la brecha se mantuvo en el orden del 100% casi todo el año.

La deuda interna ha sido otra fuente constante de preocupación, especialmente a partir de que aparecieron rumores sobre un posible reperfilamiento, en la línea con el que se hizo en septiembre de 2019. Si bien los rumores han persistido desde entonces, la intervención del Banco Central ha ayudado a estabilizar los mercados y disipar, al menos por ahora, un reperfilamiento que tiene el potencial de perturbar la cadena de pagos y desencadenar una profunda recesión.

Mirando hacia adelante, todo indica que el 2023 será otro año difícil para la economía argentina en el que las reservas seguirán bajo presión, en el que el mercado estará pendiente de las renovaciones de la deuda interna, en el que la inflación seguirá siendo un problema, en el que la brecha cambiaria seguirá alta y en el que la economía tendrá un magro crecimiento que no permitirá bajar la pobreza.

El primer gran desafío serán las cuentas externas, porque las reservas netas continúan en niveles muy bajos y sólo han podido aumentar temporalmente gracias al dólar soja. El superávit comercial no alcanza para cubrir los pagos de servicios, de turismo y de intereses. Con el tipo de cambio actual y la brecha que no cede es impensable que la situación vaya a mejorar. Es un secreto a voces que el tipo de cambio está atrasado, que la solución tiene que incluir entre otras medidas una devaluación (como se hizo a finales de 2015), pero nadie quiere decir que el rey está desnudo y se prefiere seguir con la fantasía de que acá no pasa nada.  

El principal riesgo es que la sequía complique aún más un panorama que de por sí luce complicado, porque puede privar a la economía de los dólares que tanto necesita. En ese contexto va a ser muy difícil levantar el cepo cambiario el año próximo, que lejos de relajarse, en algunos escenarios puede endurecerse.

La deuda interna representa otra amenaza para la estabilidad macroeconómica. Los vencimientos con el sector privado para el 2023 rondan los cinco billones de pesos, y representan aproximadamente el 2,5% del PBI. En circunstancias normales no debería ser un problema, pero en un país que reperfiló su deuda hace pocos años genera tensión. A pesar del riesgo, con algo de ayuda del Banco Central para estabilizar el mercado, y con expectativas de que un nuevo gobierno pueda adoptar políticas macroeconómicas razonables se puede evitar el tan temido reperfilamiento.  Pero en el camino seguramente los plazos de la deuda se irán acortando y el stock de Leliqs creciendo.

La brecha cambiaria seguramente seguirá bajo presión y difícilmente baje de los niveles actuales en buena parte de 2023, porque las reservas seguirán siendo escasas, y el tipo de cambio seguirá estando sobrevaluado. El Gobierno tendrá que mantener un cepo tan duro como el actual e inventar nuevos tipos de cambio para seguir cumpliendo el mandato divino que dice “no devaluarás”.

Si bien el Gobierno tiene la esperanza de bajar la inflación al 60% anual, a todas luces aparece como una batalla perdida. La inercia inflacionaria que ya viene de hace años, las paritarias que buscan recomponer salarios, la necesidad de subir tarifas y la necesidad de evitar más atraso cambiario complican todo. Sumemos que éste es un año electoral, con lo que no parece el contexto ideal para esperar una baja de la inflación.

Todo indica que el crecimiento va a sufrir debido al ajuste que implica la adopción de políticas monetaria y fiscal más restrictivas, y reservas muy bajas que no permiten la importación de insumos para la producción. Así, luego de dos años de crecimiento la economía se va a estancar, con un riesgo adicional por la sequía.

Pero no hay que perder la ilusión de que el estancamiento económico y la desesperanza puedan revertirse y que la economía finalmente pueda encausarse.  Oportunidades hay. Si se adoptan políticas económicas adecuadas, la minería, Vaca Muerta, el sector agroindustrial, y muchos sectores industriales y de servicios pueden dentro de unos años generar más de 25 mil millones de dólares por año. Con modernización laboral aumentaría el trabajo formal. Y con crecimiento bajaría la pobreza.

Pero ese escenario soñado requiere un programa económico en serio, que ataque los problemas que nos han llevado a casi medio siglo de estancamiento. La salida de los desajustes que enfrenta la economía no es fácil e implica sacrificios. Para lograr el equilibrio fiscal, bajar la inflación drásticamente, corregir el tipo de cambio, evitar una reestructuración de la deuda, generar empleo formal y convencer a la gente de que a partir de las elecciones del año que viene comienza un nuevo ciclo de crecimiento con equidad, se requiere esfuerzo, un programa económico consistente y liderazgo político.  

La oportunidad va a estar. Veremos si finalmente la podemos aprovechar.

*Director ejecutivo de Econviews y profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.