Vivimos en una sociedad de la sobreoferta de entretenimiento, noticias e imágenes online. Los sentidos deben ser excitados de continuo para absorber esa oferta incesante.
De a poco, la realidad se desplaza hacia su mayor mediación por internet, lo virtual y el ciberespacio. Por un lado, esto es positividad y evolución; desarrollo de posibilidades; progreso cognoscitivo; mejor visualización del conocimiento por modelos por ordenador; las herramientas del hipertexto y la inteligencia artificial en sus dimensiones superadoras; mejor dinámica de enseñanza y aprendizaje, desde recreaciones digitales en 3D de la estructura de la materia o del cuerpo humano y sus aplicaciones para la cirugía o la mejor diagnosis médica; una gestión más eficaz en trámites, compras y pagos, comunicaciones y transportes en las smartcities.
Pero no tenemos que ser ingenuos: en este desplazamiento a la mediación online de la vida se consolida también una mayor eficacia en la invasión y control de nuestro tiempo y deseo por parte del poder económico ultracapitalista y sus continuos intereses de generación concentrada de más utilidades.
Y en este modo de existencia nos acostumbramos a una forma específica de atención visual inmersa en las pantallas. Esto es positivo cuando se trata de mejor acceso a información relevante, conocimiento, arte o entretenimiento de calidad que nos enriquece. Es negativo cuando mejor reproduce los procesos del acto consumista como absorción acelerada de más y nuevos torrentes de imágenes, datos y entretenimientos que se agotan en sí mismos y que exigen el consumo de más flujos de imágenes, datos y entretenimiento. Así el consumo se fija en la repetición veloz de más de lo mismo. La misma actitud consumista, en tanto no puede negarse, cambiarse o cancelarse, se inmoviliza, se convierte en consumo inmóvil.
Cuando el consumo de noticias no es cultivo de una actitud más inquisitiva, analítica y crítica, ingresamos en el vértigo de las noticias que remiten a otras para ahogarnos en torbellinos de desinformación y más “filtro burbuja”; cuando el consumo de las imágenes dispensa solo una excitación pasajera, adormece los poderes de nuestra mirada; cuando las imágenes están destinadas solo a brillar un instante luego de ser consumidas, cada imagen se desvanece y empobrece en su expresión y significado. Vemos así muchas imágenes pero, generalmente, sin ver ninguna en particular; lo que podría pensarse como el tiempo de la sobredosis visual indiferenciada en la que la velocidad de circulación de las imágenes hace que cada imagen se parezca más a cualquiera otra. Y cuando el entretenimiento es solo excitante y efímero olvido de uno mismo sin incitarnos a la curiosidad o el conocimiento, solo nos inmoviliza y repite la distracción que nos deja igual que al principio. Lo que no nos traslada a un punto de mayor crecimiento es erosión de la riqueza cultural que puede transformarnos por la lectura, el arte, el estudio de los saberes, la actitud viajera como descubrimiento, la investigación de toda la realidad y su diversidad.
La sobreoferta del consumo inmóvil se acelera por la mediación digital en la tecnoexistencia contemporánea. Y se crea así una paradoja de estos tiempos de la hiperaceleración: por un lado, vivimos en el más veloz aumento y renovación de la sobreoferta de la industria del entretenimiento, de los objetos (muchos innecesarios) y del turismo a los lugares que “se deben visitar”; y por otro, ese ritmo veloz nos sitúa en la pasividad consumista que no nos mueve ni transforma, y que nos deja quietos en la repetición sin transformación.
La sobreoferta del consumo inmóvil ya asomaba en los tiempos de la posguerra, con una sociedad de consumo en consolidación. Pero hoy se radicaliza con la aceleración exponencial y la viralización. Primero, el crecimiento exponencial no es solo el de la innovación tecnológica sino también el de la sobreoferta de imágenes, noticias reales y falsas y el entretenimiento digitalizados; segundo, esta sobreoferta no es solo generada desde “arriba”, desde las empresas del entertainment, sino también desde los propios consumidores: el usuario de las redes e internet no solo consume lo que se le ofrece, sino que también genera y produce, de forma voluntaria y gratuita, oferta destinada al consumo de otros consumidores; tercero, la sobreabundancia de imágenes se relaciona con la mayor facilidad y velocidad en su generación por los medios digitales.
Y nuestro modo de existencia reclama una sociedad de constante excitación del deseo para la absorción de la sobreoferta del consumo inmóvil. Una sociedad de la excitación. La excitación, así, desborda su categoría primera de pulsiones sexuales y eróticas.
En principio, la sociedad de la excitación seduce como “medicina” ante el tedio. Esto es así porque estigmatizamos el aburrimiento al asociarlo siempre con la ansiedad perturbadora. Y cuando solo se supera “lo aburrido” por el consumo inmóvil de imágenes y titulares que llevan a consumir otras imágenes y titulares, el consumo de lo mismo cataliza la adictiva necesidad de más excitante distracción para eludir los barrancos del tedio. Pero el tedio no es solo el mal del que siempre se deba escapar. Es también oportunidad para pensar lo que ese tedio revela. De hecho, el hastío puede revelar el aburrimiento y cansancio profundo ante nuestro estar tecnodependiente e hiperconsumista que nos hace tocar fondo en una experiencia que, como proponía Heidegger, nos acerca a la conciencia de lo inauténtico y vacío de nuestra vida cotidiana. Solo entonces las velas de la propia existencia soplan hacia una vida más auténtica.
*Autor de La sociedad de la excitación, Ediciones Continente (fragmento).