La educación ha evolucionado e internet fue un componente clave; se abrieron las puertas del aula al mundo y hoy podemos hablar de la educación híbrida, de la alfabetización tecnológica, del aula invertida, del hipertexto como recurso que abre posibilidades, de la importancia del saber buscar, pero, sobre todo de poder interpretar, analizar, hacer juicio crítico, de aprender colaborativamente. Y repensar el aula hoy demanda un compromiso indisoluble con lo que las nuevas tecnologías proponen; no podemos continuar enseñando la cultura del ayer, ni detener el tiempo ni la evolución porque la revolución ya se dio y nos cabe el desafío de trabajar en entornos que promuevan y mejoren las competencias de los estudiantes.
El 2020 nos despertó con urgencias y en los últimos dos años las instituciones acudieron a la virtualidad para que los estudiantes pudieran continuar de manera segura con su proceso de formación. Gran parte del sector educativo, hasta el 2020 no había incorporado la tecnología en su modalidad de enseñanza. Es que hacerlo exige transitar un camino que requiere tiempo y profundidad, aun así, la innovación y la transformación digital tuvieron que desarrollarse rápidamente en un contexto desconocido. En la actualidad, poseemos datos que nos permiten realizar un análisis más profundo acerca de cómo se adaptó Argentina a la educación virtual. Si el 2020 nos obligó a transformaciones de la práctica pedagógica no podemos no aprender, y tal vez sea un buen momento para abrir nuevas preguntas: ¿son las TIC’s un recurso, un medio para, una posibilidad, una exigencia?
La calidad de los resultados de la educación virtual no tiene que ver solo con los recursos tecnológicos que se utilicen sino, sobre todo, con los diseños pedagógicos que están por detrás de esos recursos. Por eso, el tiempo de desarrollo y planificación es fundamental. La discusión no debiera centrarse en la introducción o no de nuevas herramientas tecnológicas sino en la robustez de los modelos académicos. Existen al menos cinco elementos clave que afectan la calidad de la educación: lo que el estudiante trae consigo, el entorno, los contenidos, los procesos y los resultados. Estos constituyen una base que permite supervisar la calidad y las instituciones debemos entendernos como actores responsables en cada uno de estos espacios. Respecto del entorno, por ejemplo, cabe preguntarse si estamos proponiendo un entorno de aprendizaje saludable, seguro, protector, estimulante, que tenga en cuenta las necesidades de los alumnos. En cuanto a los contenidos educativos: ¿son pertinentes los materiales didácticos y los programas de estudios? ¿Imparten destrezas básicas? ¿Promueven técnicas para la vida? Si pensamos los procesos: ¿los métodos que los profesores emplean se centran en los alumnos? ¿Sus valoraciones facilitan el aprendizaje y reducen las disparidades? ¿Se gestionan debidamente las aulas y las instituciones? Finalmente, en relación a los resultados: ¿cómo se puede documentar el grado de progreso del aprendizaje y valorar la influencia del programa de estudios en su crecimiento futuro?
Entonces, ¿cómo progresó la educación virtual en estos últimos años? Según el nuevo informe realizado por la Universidad Siglo 21, a través de su Observatorio de Tendencias Sociales, en 2020 casi la mitad de los estudiantes debieron compartir los dispositivos con las personas que conviven, evidenciando un déficit tecnológico. En 2021, dicha cifra se redujo a 35%. Y los alumnos valoraron la flexibilidad en cuanto tiempo y lugar a la hora de estudiar que ofrecen las plataformas virtuales, percibidas como fáciles de usar, cómodas y comprensibles. Hoy, la virtualidad se trata de una lógica interactiva, centrada en el alumno y de una dinámica que requiere diseño, implementación y evaluación permanente. La tecnología permite un grado de personalización en la educación que beneficia el desarrollo de las competencias particulares de cada estudiante.
*Secretaria General de Academia y Desarrollo en Universidad Siglo 21.