Enseñar y aprender son actividades humanas. No son mecánicas, no son tecnológicas, no son solitarias. Se necesitan al menos dos personas, pero el aprendizaje se enriquece aún más cuando hay un grupo que intercambia experiencias y perspectivas.
La tecnología ha sido una herramienta fundamental para la continuidad educativa, especialmente a nivel universitario. Nadie duda que cuanto más pequeño es el alumno, más necesita de la presencialidad y la cercanía física para aprender. Si un chiquito que está aprendiendo a escribir toma mal la lapicera y el grafismo es incorrecto, es imposible indicarle por zoom cual es la mejor forma de poner los deditos. En la presencialidad, es posible tomarlo de la mano y corregir el movimiento. En la Universidad no nos enfrentamos a ese tipo de dificultades, pero es importante destacar cuáles son los factores por los cuales es fundamental restablecer la presencialidad y, sin desconocer el servicio que ha brindado la virtualidad en este tiempo, reivindicar el valor superlativo de volver a las aulas, a los laboratorios, o a las bibliotecas.
La vuelta a la presencialidad mejoró la salud emocional de los alumnos
La primera razón es que en un país en el que se necesita desesperadamente igualar oportunidades, la virtualidad profundiza enormemente las diferencias. El acceso a la tecnología (luz, internet y hardware) no es homogéneo. Estamos condenando a quien no tiene una computadora a seguir una clase de Econometría o de Neurofisiología (por poner dos ejemplos) con un celular. ¿Alguien cree que eso es posible? A lo arduo de algunos contenidos, a la dificultad intrínseca de lo que hay que aprender, le sumamos la audición imperfecta, la visión minúscula, e incluso, el corte de la señal. La posibilidad de ascenso social a partir del estudio queda trunca. Se me ocurren pocas situaciones tan regresivas como ésta. A aquél que tiene dificultades de base, lo enfrentamos a una pendiente aún más empinada y tortuosa.
La segunda razón tiene que ver con la relación docente- alumno. Una relación que, para muchos, explica el despertar de la pasión por un tema, los caminos profesionales que se encaran, la inquietud por desplazar la frontera del conocimiento. Esta relación requiere presencia. Lenguaje corporal, contacto visual, charla al terminar una clase. Cosas imposibles de replicar vía zoom. Más allá de la buena voluntad que todos ponemos, de la mayor o menor capacidad didáctica de los docentes y la receptividad de los alumnos, el que todos nos transformemos en cuadraditos, a veces sustituidos por fotos, o simplemente adoptando la forma de geométricas superficies negras, impide que se establezca este valioso vínculo. Hemos incorporado al lenguaje académico expresiones tales como “estar muteado”, “prender la cámara”, “perder la señal”, que son evidencias de la creciente lejanía.
Una docente corrigió los exámenes de sus alumnos con memes y se hizo viral en TikTok
La tercera razón tiene que ver con la relación alumno-alumno, esencial en el proceso de aprendizaje. Se aprende mucho de y con los pares. En los grupos de estudio hay complementariedades que facilitan la comprensión de temas y permiten la construcción de vínculos que fortalecen el arraigo al sistema educativo. Son esos mismos vínculos los que además permiten atravesar los naturales momentos de frustración. El salir a tomar un café en el recreo, el sentarse en la vereda a charlar de cualquier tema permite que después exista la confianza para consultar sobre algo que no se entendió o para pedir los apuntes de una clase en la que se estuvo ausente.
Cuando se analizan los trabajos del futuro, se enfatiza la importancia que tendrá la capacidad de trabajar en equipo, la empatía, lo relacional. Todo esto también se aprende y se ejercita en la Universidad, pero en la medida en que la gente se encuentre cara a cara.
Vuelve la presencialidad plena en las escuelas de todo el país
Todos entendemos que el aislamiento fue imprescindible. Nadie duda de que gracias a las nuevas tecnologías se logró lo que hubiese sido impensable hace algunos pocos años. Pero quizás esta experiencia fue útil para darnos cuenta de cuánto necesitamos de la cercanía del otro y de los otros para aprender. Además, son todos demasiado jóvenes para pasar el día sentados y en pantuflas.
* Alicia Caballero. Economista. Decana de Cs. Económicas (UCA).