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Argentina no es capitalista

1-11-2020-Logo Perfil
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El capitalismo necesita una revisión profunda. Los gigantes tecnológicos globales como Amazon, Google, Facebook y Microsoft dominan industrias clave ejerciendo un dominio cada vez más monopólico, mientras los países que las vieron nacer tienen tasas decrecientes de creación de empresas. Además, mientras la distribución del ingreso empeora en la mayoría de los países desarrollados, la productividad global crece a tasas descendentes. Por ejemplo, en Suecia, modelo de estado de bienestar, el 10% de la población con mayores ingresos se llevaba cerca del 22% de los ingresos totales en 1981. Para los años de la crisis sub-prime, ese valor había crecido al 30%. El mismo fenómeno se repite en Estados Unidos o Japón, para citar sólo algunos ejemplos. Por el otro lado, en la Eurozona la productividad pasó de crecer a tasas cercanas al 2% a fin de siglo pasado, a tasas menores al 1% el quinquenio pre-pandemia.

Sin embargo, este debate no le pertenece a nuestro país porque Argentina no es un país capitalista. Se supone que el capital es generador de riqueza. Pero nuestro país tiene casi el mismo PBI per cápita que hace 50 años. Los recursos tampoco se asignan a través de mecanismos de mercado. Por diseño, no se deberían hacer negocios en Argentina: el estado se lleva más del 100% de la rentabilidad de las empresas (si se pagan todos los impuestos), cosa que sólo sucede en algunos países africanos. Si, no se trata de una broma, subsistir en el sector formal es imposible para la mayor parte de las empresas en Argentina. El estado es el socio mayoritario de todas las pymes del país. Quizás por eso tengamos una de las tasas de empresas cada 1.000 habitantes más bajas de la región, alcanzando sólo un cuarto de las de Chile y un tercio de las que existen en Uruguay.

¿Cómo llegamos a esta situación? Es muy posible que la mayor parte del espectro político coincida en que deben existir empresas, ya que no existe soporte ideológico para este descalabro. No se trata de compararnos con Australia, Estados Unidos, Finlandia o Japón. China tiene menor presión impositiva sobre las empresas que Argentina. Y el problema no sólo es la presión total, sino la cantidad de impuestos: existen casi 170. El estado no desconoce el problema, la Oficina de Presupuesto del Congreso hizo un estudio el año pasado relevando 5 industrias en 30 localidades. Algunas empresas pagan más de 40 impuestos cuando se suman los tributos municipales y los impuestos provinciales y nacionales. Esto es ridículo si se considera que hay 11 impuestos que concentran el 90% de la recaudación total. Los costos transaccionales son altos tanto para las empresas, como para el deficitario sector público.

La causa de este sinsentido está en que los diferentes niveles de gestión pública no pueden definir mecanismos institucionales, justos y transparentes para repartir la recaudación. Entonces, cada nivel avanza con los impuestos que considera necesarios para garantizar su funcionamiento. Si me llevo mal con el gobernador, subo una tasa municipal. Si me llevo mal con el gobierno nacional, subo los ingresos brutos. Si el gobernador o el intendente están indómitos o son opositores, establezco un régimen que penalice la producción de su zona, como sucede con la actual discusión de biocombustibles en relación a Córdoba. Lo más irónico o cruel es que la política le tira el problema al sector privado y ni siquiera tienen la delicadeza de evaluar el impacto impositivo global: ¿las empresas deberían pagar más del total de su rentabilidad? No importa, “¿qué le hace una mancha más al tigre?”. El problema es del sector privado.

El sector público tiene que poner el asunto en el centro del debate y hacerse cargo. Puede, incluso, dejar de lado la discusión respecto a la presión impositiva total, que es un debate cargado ideológicamente, para enfocarse en una reducción drástica y urgente de los “micro impuestos” que representan porcentajes marginales de recaudación y generan altos costos administrativos tanto para el estado como para las empresas.

La ironía es que, con una economía en ruinas, la vocación política para abordar el tema permanece ausente. Recuperar la energía creadora en este contexto es impensable. Mientras todos se llevan un pedacito de la torta, el sector privado sigue enfrentando las restricciones impuestas por la pandemia, la caída en la demanda, una inflación imparable, una ayuda estatal incompleta y, lo peor, una mochila impositiva pesada y, para colmo, compleja. Es tiempo de hacer algo al respecto.n

*Profesor IAE Business School, Universidad Austral.
**Profesor IEEM Business School, Universidad de Montevideo.