La Argentina tiene problemas y oportunidades. Para poder juzgar los problemas hace falta un buen diagnóstico basado en información, y para jugarse por las oportunidades hace falta coraje.
Respecto a la información, hay datos que no podemos desconocer y que condicionan las posibles decisiones.
El gasto público ha aumentado notablemente desde 2002, y es casi 46% del PBI entre Nación, provincias y municipios. Es decir, la mitad de lo que se produce se dedica al funcionamiento del Estado. Algo había bajado hasta 2019, pero en 2020 subió notablemente. La razón de este repunte es el menor nivel de actividad económica y el mayor gasto público destinado a atender la pandemia (4,5% del PBI). Sin pandemia este número debería bajar.
Con tan elevado gasto la recaudación no es suficiente y hemos tenido déficit desde 2008 a la fecha. Gran parte de ese aumento de gasto de los últimos 20 años se debe tanto a más jubilados y pensionados que multiplicaron por 3 su cantidad, alcanzando a 7 millones de personas, como a mayor empleo público que pasó de 2 a 3,7 millones de personas. Lo primero puede considerarse una cuestión de protección pero lo segundo es difícil de justificar, ya que no hay más servicios que hace veinte años.
Al mismo tiempo que subía el empleo público, cae el empleo privado. Con la cuarentena, la tasa de empleo cayó, con un impacto muy fuerte sobre los jóvenes. Los datos de Indec muestran que la tasa de empleo de menores de 30 años para varones está en aproximadamente 45%, y explico lo obvio: algo menos de la mitad de varones jóvenes de 30 años trabaja. La situación de las mujeres muestra que sólo la cuarta parte trabaja (26%). Ambos grupos cayeron durante la cuarentena, y aunque los varones retomaron el valor de fines del 2019, las mujeres no lo lograron. Las explicaciones son muchas, pero la situación es mala en todos los casos. La correlación de caída de empleo con el aumento de la pobreza es de sentido común: si no hay ingresos, hay más pobreza.
El desempleo argentino causa y condiciona muchas posibles soluciones. Por supuesto que hay otros problemas como un sistema impositivo complejo y abusivo, un balance de Banco Central que se derrite por la política monetaria que financia al Tesoro sus eternos déficits y no permite reducir la inflación y una economía cerrada que dificulta crecer.
El objetivo de la economía es generar pleno empleo sin inflación de manera que la economía pueda crecer y todos vivamos mejor. Es un difícil equilibrio y me concentraré en un solo objetivo de política económica: generar más empleo. Tiene que ser empleo privado porque por definición el empleo público se paga con impuestos que impiden crecer. Más empleo púbico es un círculo vicioso. Solo empleo privado puede ser fuente de actividad y algún día absorber el empleo público redundante.
Al hablar de empleo privado también hablamos de salario real (descontada la inflación). En el sector privado ha caído en los últimos 5 años casi 15%. La explicación es sencilla pero triste: no se pueden pagar salarios mayores que la productividad del empleado. Si hay impuestos y regulaciones, lo que queda para salarios es muy bajo. La regulación de todo tipo (impuestos, escalafones, indemnizaciones, etc.) afectan la productividad. Esto condicionará por muchos años el salario real.
Un simple ejemplo: si una zapatería contrata un nuevo empleado, podrá pagarle como máximo el margen que generen los zapatos que venda. Si el margen es muy bajo porque hay muchos costos o impuestos, entonces deberían venderse muchos zapatos muy caros o solo se podrá pagar muy poco al vendedor.
Adicionalmente, el desempleo marca un techo a lo que pueden cobrar los que ya tienen trabajo, si es que pueden ser sustituidos por gente sin trabajo.
Una política distorsiva como los subsidios al desempleo tiene que modificarse. Si alguien recibe hoy un subsidio de $ 10 mil y lograra conseguir trabajo con el salario mínimo, pasaría a pagar impuestos directos e indirectos de casi $ 10 mil. Es decir que con las regulaciones actuales se pasa de cobrar a pagar la misma cifra. Es insensato. Eso impulsa el trabajo en negro, impide contrataciones y muestra una voracidad injustificada del Estado. Un cambio regulatorio es imperioso.
Si no hay empleo no hay capacidad de consumo ni actividad económica. Nos quedamos entonces sin capacidad de ahorro para invertir e inmediatamente el Estado equivoca su rol y sube impuestos a los que aún tienen trabajo para subsidiar a quienes no lo tienen.
Lo mismo ocurre en todos los sectores y es evidente con las tarifas de servicios públicos, ya que la mitad son impuestos que se usan para dar subsidios. Más fácil sería eliminar impuestos y reducir la cantidad de subsidios que son malas “señales” para el mercado, además de fuentes de confusiones y corrupción.
Tristemente hay quien cree en el concepto de salario bajo para potenciar exportaciones. Es un error imperdonable. No ha sido ni lo es en ningún país (China y otros han crecido con muchos elementos adicionales para dar estabilidad a su economía). Los salarios argentinos son muy bajos. Si hoy alguien gana más de US$ 275 mensuales, ya pertenece al decil más alto de ingresos. A pesar de salarios tan bajos no hay crecimiento. Diría que justamente por eso no hay crecimiento. Sin productividad no puede haberlo.
Nótese que ya no menciono los temas como dólar o inflación que suelen asociarse al funcionamiento de la macro. Esas variables son el resultado de las políticas de los gobiernos, no el objetivo. Estamos en un pozo mucho más profundo del que hace falta coraje para salir: hay que abrirse al mundo y modificar el sistema laboral.
Por supuesto una cuarentena estricta tiene profundos efectos económicos.
Es imprescindible incorporar a jóvenes y permitir que las empresas puedan crecer. Ambos objetivos se logran con una modificación del sistema impositivo que permita exportar y ahorrar, reglas de juego claras y estables, beneficios para quien trabaja y un Estado muchísimo más chico y eficiente. Hoy no tenemos esas condiciones. Nada impide que lo logremos, pero cada día que pasa es más difícil.
*Economista Universidad del CEMA.