Finalmente se dio la batalla, era de esperar. Un grupo de vecinos calcinados y sin luz corta la Autovía. Saben que llama la atención, que los visibiliza –¡ah!, esa palabra mágica– y que aprietan a la autoridad: “¡pa’ que hagan algo!” De esto ya hay escuela y salvo la furia de los conductores, nada pasa. Las fuerzas del orden, si las hay, miran. Entonces, ¿cómo no avanzar, si podés? Cierran ambas manos.
En épocas estivales hay caída de energía, más en los países que subsidian u obligan, facilitan o corrompen, someten al imperio o hacen patria, con la desinversión o los negocios de las eléctricas.
Convocado por el jefe de la Policía Federal, años ha, para enseñar negociación a la tropa en los varios institutos, me cuenta que antes podían negociar anticipadamente o in situ, con las manifestaciones políticas o gremiales. “Hasta mitad de la vía estaba todo OK y nos ocupábamos que marchen tranquilos. Si no, palos y meta gas. Funcionaba.” Pero les prohibieron negociar y más luego también responder a la agresión. Bancarse lluvias de cascotes y si hasta les meaban las botas.
Y ya llegamos a la escena que nunca había acontecido. La barra de Independiente urgida por arribar a la cancha, la va de palos contra los manifestantes. Por primera vez alguien rompe una barricada que corta una Autovía. No es para ensalzar, porque hubo al menos una muerte y varios heridos, pero básicamente, no era tarea de la barra brava, están para otras violencias y negocios. ¿Recuerdo bien que hay una necesidad constitucional de circular libremente y no quedar cautivos de terceros, con mejor o peor causa y razón? O sea, que la función ordenadora del orden público empieza a ser ejecutada por otros grupos de fuerza. Llamémoslos patota si ejercen violencia, llamémoslos ejército si provistos de armas.
Pero no es el único signo de fragmentación del ejercicio de la violencia. Las instituciones judías se blindan para asegurarse rezar, hacer deportes o llegar al fin de clases, anticipando la llegada de terroristas iraníes, que andan de acá para “nicaraguá”, con sus socios locales. No le sucede a otra comunidad, pero se hizo tan “natural” que parece serle propio el cuidarse a sí mismos. Pero también hay ejércitos cuidando a “countries” y barrios cerrados, cuyo único fin es tratar de no ser objeto de chacinería de quienes se les antoje victimizarlos. Y parece tan obvio, claro, se trata de los “ricos”, incluso de ricos de izquierda, fascistas hasta populistas. Pero, ¿y el resto de la población? Para ellos siempre es temporada de caza.
No trataré de la anuencia estatal con la tropa que se dice mapuche, y que en su nombre comete feroces atrocidades, pero me pregunto si no sería conveniente que los gremios, las cámaras industriales, las entidades agrícolas, juventudes políticas, grupos religiosos hasta las barriadas tengan su propio ejército, para defender sus vidas, valores e intereses. ¿Qué digo? Ya los tienen y armados hasta el tuétano. Ni qué hablar de la tropa narco.
Finalmente, este choque de fuerzas privadas, el dejar hacer del Gobierno y el menosprecio a nuestras fuerzas de seguridad, invitan a la puja más salvaje y, como quien no quiere la cosa, paso a paso, no vaya a ser que nos encontremos súbitamente sentados en la violenta anarquía de la guerra, la peor de todas, la guerra civil.
O quizás, nos salve el autoritarismo más extremo, bien llamado totalitarismo. Sí, los matoncitos del “dream team” con que nos hacen jugar en el baldío mundial. Claro que bailando bajo la hoguera, nos queman a todos y el pueblo argentino anhela y merece un mejor destino.
*Psicoanalista, negociador, profesor universitario, escritor.