Desde hace tiempo que hay una discusión no saldada: si la política gestiona el marco en el que se desenvuelve la economía o es la formulación de políticas económicas las que marcan la cancha de la confrontación política en la Argentina. Al menos desde 1983, en que se vienen repitiendo saludablemente cada dos años, las elecciones imprimen el ritmo de la discusión política.
En una rara dialéctica, al contrario de lo que proyecta el optimismo social, la síntesis de tanta energía puesta alrededor del debate, ahora exacerbado por la participación de los más politizados en las redes sociales, no aportó el progreso como se esperaba. El país es uno de los pocos que puede mostrar que la decadencia puede ser sostenible, una percepción que va más allá del mero estancamiento y que tiempo más tarde encuentra un marco de referencia explicativo en el ensayista norteamericano Ross Douthat (1979- ) que habitualmente publica sus columnas en el New York Times. Claro que, en estas latitudes, las crisis son de verdad y la sensación de estar siempre en el mismo lugar se combina con el descenso visibles en ciertos estándares que incluso añoran lo vivido por la anterior generación. Las estadísticas validan esa percepción: aún antes del año pandémico 2020, el PBI argentino era el mismo que una década atrás y el ingreso por habitante marcaba un retroceso aún mayor. Desde que la pobreza es medida por el INDEC, fue subiendo en escalones y ahora un éxito de la política económica es que pueda bajar del 40%. La inflación se adueñó de la cultura económica del país por más de tres cuartos de siglo: sólo el 15% de estos años el IPC subió un dígito anual. Los salarios reales caen, los alquileres parecen inalcanzables pero los propietarios obtienen una renta que es la quinta parte de lo que recibían hace 30 años.
Con tantos indicadores negativos, la pregunta no es si hay conciencia del declive sino cuáles fueron los anticuerpos que el sistema social generó para no volar por los aires. En todo este tiempo a partir de la restauración democrática, hubo episodios que pusieron a prueba todo el andamiaje, que siguió soportando más presiones. Pero lo que no generó es una discusión franca y conducente de qué debería modificarse para salir del estancamiento. En su momento Arturo Frondizi (1958-62) lo impulsó cuando parte de la sociedad miraba otro canal y pesaba más la interna militar que las perspectivas de largo plazo. Personajes que se esfumaron de la historia se encargaron de boicotear un intento serio de construir una tendencia diferente.
En este año electoral, se aceleraron los debates sobre tópicos económicos en los que el actual oficialismo había sentado posición. Pero el objetivo y el método de dicha discusión no necesariamente conduce a sentar las bases para una política que modifique un status quo paralizante. Ya el año pasado la emergencia económica dictada antes de la pandemia, había dado luz verde para soluciones que de antemano se sabían ineficientes pero que se entendían necesarias. Más tarde se tiraron tema a las comisiones legislativas más para dar la sensación de estar ocupándose de ellos que de encontrar las soluciones duraderas: alquileres urbanos, teletrabajo, impuesto a las ganancias para las personas físicas. También el Poder Ejecutivo aportó lo suyo con la indecisión con el arreglo de la deuda con los organismos internacionales y ahora, desnudando los desacuerdos con los socios del Mercosur por la flexibilización de su política proteccionista.
Todas discusiones relevantes pero que se abortan en la chicana. Como si el largo plazo, que ya nos alcanzó hace rato, recién empezara, una vez más, el día después de los comicios.