Hace algunas semanas, salió en los medios el caso de Steven Schwartz, un abogado neoyorquino que recurrió al ChatGPT para recopilar evidencia para el caso de un cliente que demandaba a una aerolínea por lesiones en medio de una turbulencia. La herramienta le devolvió varios casos que habían sentado jurisprudencia y Schwartz hizo su presentación.
Tiempo después, cuando intentó analizar la evidencia, el juez se dio cuenta de que seis de los casos presentados como antecedentes eran falsos. Habían sido el fruto de un fenómeno común en herramientas de inteligencia artificial conocido como “alucinaciones”.
Más allá de que la historia no le salió bien a Schwartz, vale reconocerle el mérito de haber intentado aplicar tecnología en la práctica del derecho, una profesión notoriamente conservadora.
Marc Andreessen es uno de los inversores en tecnología más importantes del mundo. En 2011, en un famoso artículo publicado en el Wall Street Journal, advertía: “El software se está comiendo al mundo”.
Actualmente, cada vez más actividades se desarrollan con software. Antes, buscábamos información en bibliotecas. Hoy usamos una empresa de software como Google. Antes, nos informábamos con empresas de medios. Hoy lo hacemos con empresas de software como Facebook y Twitter. Compartimos fotos con Instagram, viajamos con Uber y nos alojamos con Airbnb. Todas empresas de software.
Y, sin embargo, los abogados generalmente se han sentido a salvo de la disrupción digital. “Nuestro trabajo es artesanal”, dicen. “Cada cliente es único. Cada caso requiere una solución diferente. Y esto no puede reemplazarse por software”.
Pero, ¿esto es realmente así? Richard Susskind es uno de los grandes especialistas en el futuro del derecho. En su libro El abogado del mañana, describe tres fuerzas que están afectando la industria legal: los cambios de mercado, la tecnología y la desregulación. Desde la crisis económica de 2008, el mercado se volvió más exigente. Las áreas legales de las empresas recortan presupuesto y reducen su staff, y los clientes son más duros al negociar las tarifas por hora.
En segundo lugar, la tecnología facilitó el acceso a soluciones online. Mucha gente que no tiene dinero para un abogado busca en foros de internet a personas que tuvieron un problema como el suyo. O los usan para descargar modelos de contratos. Para muchos, Google se convirtió en el primer lugar donde buscar asesoramiento legal.
La tercera tendencia es la desregulación. Históricamente, solo los abogados podían ofrecer servicios legales. Pero, en muchos casos, ya no hace falta estudiar Derecho para prestar ciertos servicios legales.
Por supuesto, solo un abogado puede representar a un cliente en un tribunal. Pero no hace falta ser abogado para fundar una empresa de legaltech. Al fin y al cabo, los fundadores de Google no eran expertos bibliotecarios, y los creadores de Uber no eran veteranos de la industria de los taxis. Era gente de software.
Estas tres tendencias configuran un escenario en el que la oferta de servicios legales se está reconvirtiendo. Desde un trabajo artesanal a un commodity. Imagina un mundo donde los contratos se ejecutan de manera automática. Un mundo en que los juicios se desarrollan en línea. Un mundo en el que incluso un robot puede actuar como juez.
Un escenario de menor demanda, mayor competencia y donde gran parte del trabajo está siendo automatizado. Para los clientes, son buenas noticias. Más opciones y competencia significan menores costos. Para los abogados, no obstante, surge el desafío de adaptarse. En lo esencial, su trabajo es el mismo que hace cincuenta años.
Como dice Susskind, el mundo del derecho va a sufrir mayores cambios en los próximos veinte años que en los últimos 200. Como las bibliotecas, los medios y la música, la industria legal también se está transformando en software.
*Profesor de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Austral.