Durante los últimos meses hemos visto como se viene produciendo un fenómeno que puede resultar importante para avanzar con el cambio cultural que necesita la Argentina para ir superando su grieta democrática.
Las autoridades públicas nos fueron diciendo que, como ciudadanos, más allá de los médicos y las vacunas, gran parte del presente y futuro de la salud pública y la salud de todos, estaba en nuestras manos. Pero no fue sólo eso: nuestros proyectos individuales, nuestro trabajo, la cotidiana interacción personal se detuvo.
Extrañamente para muchos, lo propio de cada uno pasó a depender de la buena salud de un espacio público común compartido con otros. Normas comunes, valores comunes, pautas comunes de convivencia que tenemos que respetar. Todos. Rápidamente decidimos acordar. Hasta los más tímidos nos atrevimos a controlar el común cumplimiento de esas normas.
Lo propio de cada uno pasó a depender de la buena salud de un espacio público común compartido con otros
Mi planteo es que esta disposición hacia un habitual hacer, tomar y dar a cada uno lo que corresponde, que se concreta en el actuar cotidiano, no tiene por qué responder a un sentimiento, impulso o necesidad pasajera, ni se hereda ni se adquiere por ósmosis. Las personas podemos y debemos educar nuestro carácter en una común ética cívica democrática y republicana, única manera para luego poder ejercer el rol de ciudadanos activos y responsables. En nuestro país, este conjunto de valores cívicos comunes no está librado a la interpretación antojadiza o extremista de intereses políticos o ideológicos: lo encontramos fácilmente en nuestra legislación. Si únicamente sale a la luz y se recurre a él ante situaciones extremas como la actual, sin duda se debe a la debilidad de nuestras instituciones, a la corrupción y al interés político y personal de unos pocos. Pero también se debe a la hipocresía, desidia e irresponsabilidad muchos otros. Cualquiera sean las razones y los presuntos favorecidos de la cultura del incumplimiento y el atajo cotidiano, el resultado final es nefasto para todos.
Como señala el filósofo español Daniel Innerarity en su libro Una teoría de la democracia compleja, hoy en día el principal eje del antagonismo político en las sociedades democráticas occidentales consiste en la escisión de las razones tecnocráticas y las razones populistas, que contrapone efectividad y democracia. El problema radica en que las democracias son demasiado complejas para tales simplificaciones, por lo que también se hace necesario complejizar las instituciones. Trasladada esta grieta a Latinoamérica, el desprecio por el cumplimiento de las normas hace que las bondades de lo político que ofrece aquél debate se diluyan, dando paso a la violencia pura y simple. En la calle, las escuelas, el trabajo y en los tribunales. No somos capaces de acordar una común interpretación de los mínimos de justicia que surgen de nuestra legislación ni los alcances y límites de la libertad; no estamos dispuestos a pensar en valores mínimos como la paz y la justicia y pautas de convivencia, aunque los leamos en la Constitución y la Ley Nacional de Educación. Parecería que tenemos resto y estamos dispuestos a resistir más violencia e injusticia.
No estamos dispuestos a pensar en valores mínimos como la paz y la justicia y pautas de convivencia, aunque los leamos en la Constitución y la Ley Nacional de Educación
¿Será que el miedo todo lo puede? Como sociedad, aun no conocemos bien los efectos de la pandemia y la cuarentena extendida. Pero sí podemos decir que está desempolvando algo que nosotros mismos escondemos todos los días bajo la alfombra. Quizá sea lo que necesitemos para abrir los ojos y ver lo evidente: la buena salud del espacio público común es indispensable para el desarrollo de nuestras vidas; muchas de nuestras acciones cotidianas individuales impactan en dicho espacio común, por lo que debemos conocer el rol que nos toca cumplir como ciudadanos.
Más allá de las chicanas políticas, ver sentados en la misma mesa a las máximas autoridades del gobierno nacional, de la CABA y la Provincia de Buenos Aires explicando el panorama de la situación, las medidas a tomar y las recomendaciones y responsabilidades de los ciudadanos, constituye un ejemplo de civismo casi inédito en los últimos tiempos. Si advirtiéramos que podemos y debemos extender esta actitud y predisposición a otros ámbitos, haciendo de ello un ejercicio habitual, la sociedad no solo sería más sana, sino también más justa, pacífica e inclusiva. No solo porque así la deben hacer los políticos, los médicos, los jueces, los docentes y los activistas de derechos humanos, sino porque así la hacemos todos los ciudadanos actuando la justicia en la vida cotidiana. Éste, en definitiva, es el rol que nos corresponde como ciudadanos activos y responsables. La ciudadanía se educa. Sin ciudadanos que conozcan su función, no existe espacio público común que cuidar. Todo termina por construirse sobre arenas movedizas.
*Director del CIVES – Centro de estudios en Ciudadanía de la UP. Ex Embajador argentino ante Mercosur y Aladi.