En toda crisis puede aplicarse el signo metafórico del espejo ya que, al presentarse, ofrece distintos reflejos, dependiendo de cómo elijamos verla.
Es llamativo el poder que tienen nuestras elecciones; aunque una crisis se impone, podemos percibirla como un obstáculo y tenerle miedo, como Borges; o captarla como una oportunidad de cambio. De hecho, los espejos pueden reflejar la realidad en forma objetiva o alterada, convirtiéndose en aliados o enemigos.
Sin dudas, la pandemia por covid-19 y la cuarentena se presentaron como una crisis que afectó toda nuestra existencia. En lo que respecta a la enseñanza, a manera de un “combo”, creó un caleidoscopio con tres espejos, que poseen una faceta negativa y otra positiva que, en circunstancias “normales”, hubieran demorado en producirse. Conviene que nos detengamos a mirarlos para, más allá de las emociones que hayan originado, alcancemos una mayor madurez.
El primero de estos espéculos es el que impactó más fuertemente; es el que refleja el cierre físico de los establecimientos educativos y la adaptación de las clases a la modalidad a distancia. Hace un año, 1.437.291.903 de alumnos de todo el globo dejaron de asistir físicamente a la escuela. La Coalición Mundial para la Educación Covid-19 estima que 63 millones de maestros no estaban preparados para impartir el aprendizaje a distancia, carecían de habilidades digitales y de los dispositivos necesarios. Asimismo, un gran porcentaje de estudiantes no tenía los recursos para afrontar esta nueva realidad.
Como contracara, cada nación afrontó estas circunstancias con políticas diversas. Con el inicio del nuevo ciclo lectivo, se reabrieron las escuelas con condiciones estrictas. Los docentes continuaron procesos de formación digital; adaptaron sus espacios de aprendizaje, con aciertos y errores, acercándose al uso de entornos, herramientas y aplicaciones. En nuestro país, varias organizaciones crearon la campaña #ALasAulas, dirigida a fortalecer el compromiso de la sociedad con la educación.
El segundo espejo refleja la exposición de la vida privada y la posibilidad de una mayor personalización. Antes de la pandemia nos limitábamos a ir a dar clases, realizar tareas de gestión, compartir momentos y volver a casa. Tras la cuarentena, la escuela se integró a nuestra cotidianeidad. Esto puede resultar “chocante”, molesto y hasta exponer situaciones incómodas. Pero también tiene su lado positivo: permitir la generación de otro lazo con nuestros alumnos, acercando realidades; y alcanzar mayores niveles de equilibrio entre el trabajo y la vida personal.
El tercer espejo muestra la desregulación y la búsqueda de un mayor equilibrio socioemocional. Numerosos estudios lo están mostrando. El encierro, la pérdida de estabilidad de lo habitual, dejar de ver a nuestros seres queridos y de frecuentar lugares comunes, aumentaron los cuadros de ansiedad, depresión y burnout. Aún está por verse cómo todos nos adaptaremos a la nueva modalidad que continúa exigiendo una gran capacidad de flexibilidad en el día a día.
Como contracara, aumentaron las consultas psicológicas para contar con herramientas de regulación socioemocional, “normalizándose” la búsqueda de un mayor bienestar. A su vez, este espejo mostró la necesidad de promover, en la enseñanza formal e informal, capacidades transversales imprescindibles para vivir con plenitud.
Durante 2020 y 2021 que recién inicia, los profesionales de la educación trabajamos a destajo para brindar continuidad al proceso de aprendizaje. Este esfuerzo, tiene que llevarnos a poner el foco en las facetas positivas del caleidoscopio pensando en cómo queremos inspirar nuestras vidas y las de nuestros alumnos.
*Profesora de la Maestría en Dirección de Instituciones Educativas de la Escuela de Educación de la Universidad Austral. Investigadora Conicet-Universidad Austral.
Producción: Silvina Márquez.