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Cumbre Iberoamericana: ¿Una nueva oportunidad perdida?

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Sentido. ¿Sirven esas cumbres, o solo son reuniones para expresar alguna opinión sin llegar a ninguna conclusión? | AFP

El 24 y 25 de marzo se llevó a cabo en Santo Domingo, República Dominicana, la XXVIII Cumbre Iberoamericana cuya intención era buscar acuerdos sobre herramientas para encarar la crisis económica que dejó la pandemia de covid-19 y que se agravó con la invasión rusa en Ucrania. Sin embargo, está Cumbre no tuvo la importancia deseada. En primer lugar, asistieron catorce de los 22 líderes convocados destacando principalmente las ausencias de Lula Da Silva, de Brasil, y de Andrés Manuel Lopez Obrador, de México. En el caso del primero, se excusó alegando que tenía programado un viaje a China que finalmente canceló por una neumonía y en cuanto al presidente mexicano, su ausencia es recurrente ya que no suele participar de cumbres fuera de su país. Además, tampoco participaron Daniel Ortega de Nicaragua ni Nicolás Maduro de Venezuela, quien avisó que tenía un viaje al que finalmente no concurrió. Dina Boluarte, presidente de Perú, tampoco participó debido a que no está autorizada a salir de su país.

Sabemos que las problemáticas de la región son diversas y la necesidad de lograr una verdadera cooperación internacional es aún más fuerte. Sin embargo, los consensos generados en esta cumbre fueron leves. Los documentos que se aprobaron fueron una propuesta de “Ruta Crítica de Seguridad Alimentaria, Incluyente y Sostenible en Iberoamérica”, la “Carta Medioambiental Iberoamericana” y la “Carta Iberoamericana de Principios y Derechos en Entornos Digitales”. La primera carta reafirma el compromiso de invertir más en agricultura y aprovechar las riquezas de la región para evitar el hambre que aqueja a millones de personas. El Pacto Verde se suscribe para hacer frente a los desafíos globales del cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, la contaminación, la deforestación, la desertificación, el derretimiento de los glaciares, la sequía, la degradación de los suelos, la escasez de recursos hídricos y la contaminación de los océanos, así como el aumento de riesgo de desastres. La tercera busca cerrar la brecha en el acceso a la tecnología, como guía para los procesos de actualización de las normativas nacionales sobre los Principios y Derechos en los Entornos Digitales, para que la construcción de la Sociedad de la Información esté centrada en las personas y en su desarrollo.

Sin embargo, como en este tipo de cumbres todas las decisiones deben tomarse por consenso, existieron muchos temas en donde no se pudo llegar a acuerdo, como por ejemplo en todo lo relativo a lograr una condena explícita al conflicto bélico que se desarrolla en Europa. Las negociaciones para alcanzar una posición común sobre la invasión de Ucrania (que Nicaragua, Venezuela, Cuba, Bolivia y El Salvador no condenaron en la ONU) quedaron meramente en una declaración que llama a alcanzar una “paz completa, justa y duradera en todo el mundo basada en la Carta de las Naciones Unidas, incluyendo los principios de igualdad soberana e integridad territorial de los Estados”, pero sin mención al país víctima de la invasión.

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Otro tema donde los mandatarios tampoco alcanzaron un acuerdo fue en lo referente a la construcción de la nueva arquitectura financiera mundial que brindaría acceso a financiamiento para países pobres a fin de que puedan recuperar el ritmo de crecimiento después de la pandemia.

Un tópico adicional fue la situación migratoria, donde los jefes de Estado expresaron su “profunda preocupación por el progresivo deterioro de la situación de seguridad pública y humanitaria”. En una región que representa el 25% de la migración total del mundo, una mera expresión parece quedar lejos de las verdaderas necesidades de su población. Con respecto a Haití, el país más pobre de América Latina y uno de los más vulnerables del mundo, los presidentes costarricense, Rodrigo Chaves, y dominicano Luis Abinader, reclamaron la intervención internacional para “pacificar” Haití, aunque éste último insistió en que República Dominicana no enviaría Ejército ni fuerzas militares a su país vecino, con la intención de que sea la ONU que finalmente intervenga el país. Sin embargo, y más allá de las discusiones, tampoco hubo un acuerdo al respecto. 

En otro pasaje de los encuentros cumbre lo que se evidenció una vez más es la diferencia de criterio de los presidentes y sus cambios de opinión respecto a temas como la democracia o los derechos humanos. En ese sentido fue la participación del presidente chileno Gabriel Boric, quien se refirió duramente sobre la situación de Nicaragua: “No es aceptable de nuestra parte callar ante la dictadura familiar de Ortega y Murillo” y agregó: “Ortega no sabe que la patria se lleva en la sangre y no se quita por decreto”. Al respecto le respondió Denis Moncada, canciller de Nicaragua, quien acudió en representación de Daniel Ortega, y exigió al presidente Boric “respeto al gobierno y pueblo de Nicaragua. No debe utilizar a Nicaragua en su traición al pueblo y su entrega al imperio norteamericano. Exigimos respeto a nuestro gobierno, respeto al pueblo nicaragüense”.

De igual modo hubo un desencuentro entre Colombia y Perú. La canciller peruana Ana Cecilia Gervasi representó a la presidenta Dina Boluarte frente a algunos países que reafirmaron su apoyo al expresidente Pedro Castillo, quien se encuentra en prisión preventiva por delitos de rebelión y conspiración. Uno de esos países es Colombia: “[Castillo] debería estar aquí. El golpe se lo dieron a él”, declaró Petro. Gervasi contestó en su intervención: “Si Castillo no está, es porque dio un golpe de Estado (...) De lo contrario, ustedes tendrían aquí a un dictador”, concluyó. Lo más grave es que éste no fue el único cruce que mantuvieron representantes de ambos países, cuyos conflictos parecen escalar en cada encuentro diplomático. De la misma manera que sucede con el caso Ortega y Nicaragua, la situación institucional en la que se encuentra Perú también divide aguas en la región. 

¿Sirven estos encuentros multilaterales o son solamente reuniones para expresar alguna opinión sin llegar a ninguna conclusión? ¿Por qué varios presidentes tienen distinto criterio para opinar sobre la democracia y los derechos humanos como para los casos de Cuba, Nicaragua o Venezuela? ¿Por qué estos organismos aumentan o disminuyen su labor según quiénes son los mandatarios que participan? 

Finalmente, muchos de estos encuentros terminan siendo como dijo el presidente Lacalle Pou: Una vez más en un foro de estos, que se asemeja a una terapia de grupo, soy optimista en que podamos crear puntos de encuentro. Ojalá así sea, América Latina, la región más de-sigual del planeta y una que tendrá los índices de crecimiento económico más bajos del mundo, necesita una mejor y mayor cooperación intrarregional.

*Licenciado en Relaciones Internacionales (UCA)