OPINIóN
Comparaciones

De los acuerdos de la Moncloa al pacto criollo

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Pactos de la Moncloa. Celebrados en España resultante de las elecciones de 1977. | cedoc

Resulta ser un lugar común en la política argentina, especialmente en épocas de crisis, apelar a la figura de los pactos de la Moncloa  –celebrados en España por el primer gobierno democrático resultante de las elecciones de 1977–, para dar cuenta, por lo general de una manera idílica o fantasiosa, de las bondades de los acuerdos entre diversas fuerzas políticas como garantía de desarrollo o de gobernabilidad democrática.  

Es interesante esta apelación sobre todo si se tiene en cuenta que se trata de un ejemplo contrastante con el caso argentino; y no solo por las consabidas y para nada menores diferencias de los sistemas políticos en ambos países (parlamentario en uno y presidencialista en otro). Si jugáramos al juego de las diferencias, deberíamos poder marcar, en primer lugar, que aquellos pactos condujeron a España por el camino de la transición democrática y por tanto era urgente establecer las bases políticas que permitieran que la misma ocurriera y diera a luz a la sanción de una Constitución democrática. El momento actual de la Argentina está lejos de rememorar los primeros años de la transición, aunque la consolidación de nuestra democracia, solo desde el punto de vista de sus deudas económicas y sociales, puede aún hoy ser advertida como lejana.

En segundo lugar, se suele pasar por alto que los acuerdos de la Moncloa buscaron extender y profundizar el Estado de bienestar desde un enfoque de economía social de mercado, no aniquilarlo. En tercer lugar, se olvida que lo primero que el gobierno español buscó generar –sin éxito– fue un “pacto social”, que en términos de aquella cultura política implicaba poder sentar a la mesa de la concertación a las organizaciones sindicales y patronales. Estas organizaciones adolecían en aquel momento histórico –posterior a una larguísima dictadura que castigó dura y especialmente al movimiento obrero–  de una suficiente institucionalización, y en el caso particular de la burguesía, de una elevada fragilidad política y asociativa. Por tanto, tal como señala la literatura reconocida, los acuerdos de la Moncloa fueron un “pacto político” entre todas las fuerzas con representación en el Parlamento y definieron el menú básico de la intervención económica de la transición.

Hasta aquí las diferencias, pero ¿qué hay de las semejanzas? El país peninsular se encontraba transitando una grave y profunda crisis económica con devaluaciones sucesivas de la peseta, aumentos constantes de los precios al consumidor y desempleo, entre tantos otros indicadores. La Argentina transita por una crisis económica de grandes dimensiones, la descomunal deuda legada por el gobierno anterior y la pandemia global limita y condiciona sus expectativas de crecimiento. Si para el caso español, el definir los términos de un nuevo modelo de desarrollo que permitiera la extensión del Estado de bienestar, insisto, no su limitación, resultó ser una tarea imprescindible del acuerdo, mucho más lo es para el caso argentino, cuya sociedad padece altísimos niveles de pobreza y desigualdad. Sin embargo, este aspecto suele ser obviado.

De Maquiavelo a esta parte, sabemos que la ingenuidad se da de patadas con la política: cuando hablamos de pactos y acuerdos lo primero a resolver son dos preguntas fundamentales: una, sobre qué seremos capaces de acordar, y dos, cuáles son los actores sustantivos que hay que sentar a la mesa sin los cuales la perdurabilidad y la eficacia de los pactos está destinada al fracaso.  

En la columna del qué, es oportuno recordar que dentro de los pactos de estatidad de Oszlak no deberíamos obviar uno sustantivo, el que hace a la puja redistributiva por el excedente económico y reparte costos y beneficios. Así también urgen otros temas estructurales: educación, urbanismo y los desequilibrios interregionales, vivienda y disponibilidad de suelo, industria, brecha digital… aunque en algunos de estos se observan cambios alentadores. En definitiva, pactos, mesas, consejos, acuerdos pueden ser buenos instrumentos para timonear una crisis o no… dependerá no tanto de la cultura política sino de cuán relevantes son los temas y los actores.

*Investigadora en la Universidad Nacional de Avellaneda y José C. Paz. Doctora en Teoría Social y Política.

Producción periodística: Silvina L. Márquez.