OPINIóN
mansour abbas

El árabe que logró un poder inédito en la política israelí

Lidera un partido conservador islámico, que se sumó a otros dos para desalojar del poder después de muchos años a Benyamin Netanyahu. Político impredecible.

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Ra’am. Su agrupación impulsa leyes para la minoría árabe. | cedoc

Países raros los del Medio Oriente. A veces amigos, a veces enemigos, parecen “condenados” a vivir en el mismo vecindario hasta que la muerte los separe. ¿Será por esa condición que justo en el momento en que Israel es gobernado por un primer ministro firmemente opuesto a la existencia de un estado palestino un político árabe emerge como la estrella del gobierno en Jerusalén?

Árabe con poder. Mansour Abbas se venía preparando de a poco. En el medio del pantano en que se había convertido el escenario electoral israelí, con cuatro comicios legislativos en dos años, este político nacido en la localidad de Maghar, en el norte de Israel, se había declarado ya en 2020 listo para negociar un apoyo al entonces primer ministro, Benjamin Netanyahu, a cambio de espacio en su gabinete y de leyes en favor de los habitantes árabes, que forman un 20 por ciento de la población.  

Aquella oferta sacudió a la alianza de los partidos árabes en Israel -dentro de la cual es casi un tabú pactar de manera tan profunda con los compatriotas judíos-, de la que se terminó saliendo con su agrupación conservadora islámica Ra’am. Pero eso no era nada: al final, Abbas, de 47 años, ex estudiante de odontología y de ciencias políticas, terminó arreglando con la coalición que llevó a Naftali Bennett en junio al poder y desalojó a Netanyahu después de doce años seguidos como jefe de gobierno.

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Cinco meses después, es uno de los dirigentes israelíes más discutido -para bien y para mal- y más citado en los medios, no solamente locales. “Mansour Abbas: el político más impredecible de Israel”, afirmaba a principios de mes, por ejemplo, un editorial del diario The Jerusalem Post”.

El periódico en inglés, liberal de centroderecha, resumió la mirada de desconfianza y de asombro con que la mayoría de los israelíes judíos observa a Abbas, pero también la puerta abierta que le están dejando para “ver qué pasa” con este experimento de un político árabe que, por primera vez, tiene poder real en el país.

“Nunca se sabe muy bien qué va a hacer Abbas, con quién unirá fuerzas o qué va a decir, apuntaba el Jerusalem Post, lo que lo convierte en una de las figuras más refrescantes de la escena política israelí”.

Al otro lado del Atlántico, nada menos que la revista estadounidense The New Yorker le dedicaba a principios de este mes un largo reportaje al legislador israelí al que presentó como el “power broker” de la Knesset, el hombre capaz de operar para lograr que las cosas se concreten en el parlamento. Pero también se preguntaba: “¿está cambiando el sistema o vendiendo la causa palestina” a cambio de unas porciones de poder?

Histórico. En efecto, el caso de Abbas es histórico. Sacando un acercamiento prácticamente simbólico de los partidos árabes al primer ministro Itzjak Rabin en los ‘90, cuando se gestaban los Acuerdos de Oslo, esta es la primera vez que un israelí que representa a la población de origen palestino no judío tiene poder de verdad y está en condiciones de manejar fondos y políticas.

De hecho, nunca escondió que detrás de su audaz decisión de romper el tabú de décadas y sumarse a un gobierno formado por sionistas (de izquierda y de derecha, en este caso) se encuentra su voluntad de inclinar la balanza de los presupuestos nacionales y de la atención pública hacia la minoría árabe.

Porque si bien en Israel no existe el “apartheid” que denuncian a los gritos organizaciones pro-palestinas internacionales (otro tema es la vida en los territorios ocupados), las cosas para los árabes no son siempre sencillas en el país, donde sí existe a veces la discriminación y ese tipo de racismo “blando” que pone a este segmento en desventaja en el terreno de la educación y el acceso a servicios públicos, por ejemplo.

Un poco como en el caso de los afroamericanos en Estados Unidos, se trata de un tipo de discriminación pasiva y no violenta, pero tan instalada en la sociedad que termina muchas veces causando desaliento en jóvenes árabes que se decantan, entre otros caminos, hacia la delincuencia.

Criminalidad. Justamente, un trampolín de la carrera política de Abbas fue su designación el año pasado en la Knesset al frente del Comité Especial para la Erradicación del Crimen en la Sociedad Árabe, formada después de una época especialmente crítica en el frente de la criminalidad en este sector.

La revista +972, muy a la izquierda e híper crítica del gobierno de Jerusalén, apuntaba en diciembre del año pasado que la delincuencia en las localidades árabes había dejado entre 82 y 89 israelíes árabes muertos en episodios de criminalidad violenta, entre ellos quince mujeres.

En la última década, indicó el reporte de +972, las autoridades israelíes crearon catorce comisarías y trece puestos de policía en municipios árabes. “Sin embargo, un informe reciente de la organización juvenil palestina Baladna muestra que el número de homicidios por año” en esos municipios “se había multiplicado por alrededor de 1,5” entre los años 2011 y 2019, agregó.

“Quizás el hallazgo más sorprendente de la investigación de Baladna -continuó- es la tasa de asesinatos sin resolver entre ciudadanos palestinos: entre el 2014 y el 2017, se esclareció menos de un tercio” de los homicidios en la comunidad árabe israelí.

Las cosas no mejoraron desde que asumió Bennett, más bien al contrario. Una de las cuestiones más candentes en la discusión política y en los medios israelíes este año es justamente la renovada ola de violencia criminal en las ciudades y poblados árabes del país.

Sin ir más lejos, el martes pasado una persona fue muerta a balazos cuando se retiraba de un funeral en la localidad árabe de Jaljulia, en el centro de Israel, en un episodio que la policía local conectó con la existencia de pandillas en la zona.

Al comentar la noticia, medios de prensa recordaron estadísticas preparadas por la organización no gubernamental Iniciativas Abraham, según las cuales 109 árabes fueron asesinados en presuntos homicidios durante lo que va del año. De ellos, precisaron, noventa y uno eran ciudadanos de Israel y otros dieciocho eran palestinos de Jerusalén Oriental o con residencia.

Los números de la policía, por su parte, indicaron recientemente que alrededor del 90 por ciento de todos los tiroteos que se registraron durante el año en el país ocurrieron en vecindarios árabes, que representan solamente un quinto de la población.

Promesas. La entrada de Abbas y su partido Ra’am a la coalición que apoya al gobierno parece haber actuado como catalizador frente a este complejo problema, si se tiene en cuenta que el primer ministro Bennett anunció en agosto un nuevo programa de 770 millones de dólares durante cinco años para combatir la delincuencia entre la población árabe.

“La situación es intolerable y le pondremos fin”, dijo en aquel momento Bennett, quien prometió “devolver la tranquilidad” a los barrios árabes en todo el país.

Pocos dudan de que detrás del renovado interés del gobierno israelí por el bienestar de la población árabe se encuentra el empuje de Abbas. El líder de Ra’am consiguió que el nuevo gabinete apruebe en general (incluyendo los fondos para combatir la delincuencia) unos 53.000 millones de shekels (alrededor de 17.000 millones de dólares) para iniciativas en favor de la población árabe en los próximos años.

Entonces, ¿es Abbas un “traidor” a la causa de los árabes israelíes como se preguntaba The New Yorker, o no? Cualquiera sea la respuesta, el jefe de Ra’am puso a prueba décadas de desconfianza entre israelíes árabes musulmanes y judíos sionistas en el país.

En abril de este año, cuando todavía coqueteaba con Netanyahu, Abbas pronunció un histórico discurso en Nazaret, probablemente la ciudad “más árabe” de Israel. Rodeado por banderas verde islámico que representan a su partido, aseguró que llegó “el momento del cambio”.

Para empezar, se diferenció de sus ex compañeros de la Lista Conjunta -la coalición que representaba la mayoría del voto árabe- y descartó acusar a los judíos de todos los males que aquejan a esta minoría.

“Traigo conmigo una oración de esperanza, y la búsqueda de la convivencia basada en el respeto mutuo y la igualdad genuina”, dijo Abbas en lo que fue un impactante mensaje. “Lo que tenemos en común es más grande que lo que nos divide”, aseguró, dejando a los israelíes judíos boquiabiertos.

No es una declaración menor, ni para los judíos ni -mucho menos- para los israelíes árabes. Abbas les habló también a sus correligionarios, los descendientes de aquellos árabes que decidieron quedarse en Israel después de la creación del estado en 1948.

Son árabes que forman parte de un país con un ejército que, dos por tres, se enfrenta con otros árabes de otros países o de la Franja de Gaza. Que deben hablar hebreo perfecto, que tienen familia en los territorios ocupados. A todos ellos, Abbas les pidió que cambien radicalmente su actitud frente a los judíos, esos compatriotas a los que no odian, pero tampoco aman. Una reciente columna del diario Haaretz, el más prestigioso de la izquierda israelí, resumió el dilema que Abbas y los árabes que decidieron seguirlo están tratando de resolver.

“¿No puede ser remotamente imaginable que Abbas se identifique con Israel a pesar de la ocupación” en Cisjordania?, escribió Carolina Landsmann. “¿Y que para muchos de los dos millones de palestinos israelíes se ha desarrollado un apego al país a pesar del odio, la incitación, los insultos y la discriminación contra ellos?”, agregó.

O también se puede pensar que gran parte de ese 20 por ciento de la población tiene “un sentimiento de pertenencia -tal vez doloroso, mezclado, con cicatrices, disputado- y sin embargo, de pertenencia al país y no solo a la tierra”, arriesgó la columnista. Porque, “después de todo, eso es exactamente lo que representa Abbas”, concluyó.

Parece ser que, finalmente, llegó un político capaz de darle un poco más de sentido a un país donde dos millones de árabes miran de reojo a sus vecinos judíos, pero hacen negocios y estudian con ellos. O que están enojados por el trato a sus parientes en Hebrón, pero se sienten orgullosos de los futbolistas musulmanes en la selección de Israel.

*Periodista especializado en temas de la realidad israelí. 

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