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¿El fin del Chile que conocimos?

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Protestas. En 2019 miles mostraron en las calles su frustración. | afp

Durante los últimos treinta años, Chile fue un modelo de alternancia democrática con convivencia partidaria moderada. Pero desde 2019 fue testigo de un estallido brutal en materia social, económica, política, constitucional e ideológica que llevó a un proceso fundacional con la redacción de la nueva Constitución y la elección presidencial más polarizada de la historia democrática reciente. ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Cómo Chile pasó de ser un país social y políticamente estable a un país en ebullición? ¿Se profundizó la polarización social entre dos sectores de la sociedad, o en realidad esta polarización siempre existió pero ahora un sector de la misma dejó de ser invisible? Gane quien gane mañana, ¿qué le puede deparar al próximo presidente? ¿Es el fin del Chile que conocemos? 

Debates. Desde la vuelta a la democracia, en marzo de 1990, Chile ha sido gobernada por dos grandes alianzas de centroizquierda y de centroderecha. Y si bien en los últimos años el sistema político chileno daba cuenta de una profunda crisis de representación, los gobiernos se alternaban de manera pacífica y moderada. Chile parecía el oasis de Latinoamérica. Sin embargo, todo cambió un 18 de octubre de 2019, cuando cientos de miles de trasandinos salieron masivamente a las calles para reclamar por el aumento de 30 pesos en el boleto del metro. Ese reclamo por algo coyuntural terminó exteriorizando una amplísima crisis estructural que había permanecido fuera de los discursos políticos, sociales y mediáticos desde hacía décadas. La sociedad demandaba cambios en materia de equidad y forzó al presidente Sebastián Piñera a buscar un consenso con todas las fuerzas políticas para convocar a un plebiscito que diera lugar a un proceso constituyente que redacte una nueva Constitución. Esa Convención Constituyente está redactando la nueva Carta Magna. Es en ella donde sucede uno de los debates más profundos de la historia chilena. Desde hace dos años pareciera que Chile está viviendo un nuevo proceso fundacional en el que se ha llegado a discutir hasta el mero nombre de la Nación: si se seguirá llamando República de Chile o bien pasará a ser un Estado plurinacional. 

Y si bien este proceso constituyente era una deuda que tenía la clase política, también genera incertidumbre con respecto al futuro del país trasandino. ¿Por qué? Porque desde la vuelta a la democracia Chile conformó un bicoalicionismo en el que cada una de las dos coaliciones, ya sea de centroizquierda o de centroderecha, se alternaba en el poder con una estabilidad que parecía una excepción en la región. Y, como en todo gobierno moderado, cada uno de estos gobiernos se enfrentaba a una oposición responsable que cuidaba su reputación porque los incentivos para alcanzar el poder en un futuro cercano eran verdaderamente probables.

Cambio. Pero ahora todo cambió. Las elecciones de hoy elegirán un nuevo presidente entre dos opciones históricamente enfrentadas con plataformas programáticas cuyas redacciones originales representaban dos extremos ideológicos. Y esto significa que, de acuerdo con quien gane, Gabriel Boric (izquierda) o José Antonio Kast (ultraderecha) pueden asumir la presidencia el próximo 11 de marzo, marcando una diferencia con los mandatarios que llegaron al Palacio de la Moneda con anterioridad. ¿Por qué? En primer lugar, porque ni Kast ni Boric provienen de alianzas moderadas y mucho menos de alguna de las tradicionales coaliciones que gobernaron Chile desde 1990. Si bien es cierto que para la segunda vuelta ambos candidatos tuvieron que moderar sus posiciones para obtener el voto de los centristas y/o de aquel 48% del electorado que eligió otras posiciones partidarias en la primera vuelta presidencial, el núcleo duro partidario está lejos de la moderación. Y esto puede ser un problema no solo a nivel presidencial sino también mirando la relación con el Poder Legislativo. 

Gane quien gane hoy, no tendrá mayoría legislativa porque el Congreso, como un espejo de la sociedad, está también altamente fragmentado. Gobernar en minoría puede ser un problema para el futuro presidente porque deberá negociar en inferioridad de condiciones leyes sustanciales que forman parte de la agenda programática. Y esto también es una novedad con respecto a otros gobiernos que tenían plataformas más moderadas en coaliciones más amplias y con mayor moderación ideológica que llevaba a mejores negociaciones. Hoy la oposición ya no tiene los incentivos para ser responsable ni probablemente coopere con ciertos acuerdos que un presidente en minoría necesite. Así, Boric podría sufrir un fuerte obstáculo para reformar el sistema educativo y de salud o eliminar las administradoras de fondos de pensión (AFP), de la misma manera que Kast podría tener un bloqueo legislativo para privatizar la empresa minera Codelco. 

Sociedad. Pero el problema no solamente se encuentra dentro de la esfera política sino también en la misma estructura social. Así como la polarización protagoniza la política partidaria hoy en día, lo mismo sucede en la sociedad. Después del estallido social, la ciudadanía chilena se ha polarizado y en algunos casos hasta se ha radicalizado. De esta manera, la tolerancia hacia las posiciones diversas ha dado paso a un enfrentamiento que hace difícil la convivencia democrática con estabilidad. 

¿Por qué ha sucedido esto? ¿Ha llegado la tan famosa “grieta” a la sociedad chilena o en realidad esta profunda división existió siempre? Me inclino por esta última opción. La ciudadanía chilena se encuentra enfrentada hace décadas, con la salvedad de que un sector de este enfrentamiento se encontraba invisibilizado bajo la imagen de un país que crecía. Pero para ellos, aislados completamente de los discursos de la clase política, ese progreso jamás llegó. Durante décadas la clase media chilena quedó a la espera de los vestigios de ese desarrollo que Chile mostraba al mundo hasta octubre de 2019, cuando la sociedad, harta, se levantó contra un sistema injusto y demandó un cambio en las bases del modelo político, económico y social que no necesariamente podrá satisfacerse desde la institucionalidad democrática durante el próximo gobierno. ¿Por qué? Porque, ¿hasta qué punto el próximo presidente podrá responder a esa ciudadanía desde los órganos de la democracia? ¿Hasta qué punto logrará los acuerdos para sancionar leyes que conformen a la sociedad? ¿Y de qué manera los chilenos lograrán reconciliarse con la democracia con los actuales niveles de abstencionismo electoral que manejan? 

Intriga. Las elecciones de hoy no solo son las más polarizadas sino también las más intrigantes. Las encuestas daban un empate técnico, por lo que se prevé un resultado cerrado. Sin embargo, la verdadera pregunta es: ¿podrá garantizar la gobernabilidad el próximo presidente y devolverle a Chile la estabilidad que conocimos mientras satisface las demandas de una sociedad cada vez más exigente?

*Licenciada en Ciencias Políticas. Investigadora del Centro de Estudios Internacionales (UCA).