Pablo Gerchunoff y Roy Hora, en el programa de TV Odisea (5/7/21), dialogaron con Carlos Pagni.
Destacaron dos períodos de crecimiento. La expansión agropecuaria de fines del siglo XIX y la industrialización para sustituir importaciones desde 1930 hasta los 70. Se mencionó que, en 1974, la pobreza era del 8% (sic).
Para ambos la Dictadura Genocida de 1976 o el “rodrigazo” de 1975, no merecieron ser referidos como cambios, desde entonces, de la lógica de la política económica.
Es cierto, la historia no se explica solo por “los hechos” (por ejemplo “la toma de la Bastilla”), pero tampoco puede explicarse sin considerar las consecuencias de “hechos notables” como los señalados.
Ambos coinciden en que, los argentinos, optamos por una u otra etapa de crecimiento. No es mi caso.
El auge generado por la “oligarquía ganadera” fue extraordinario y admirable. Podría haber sido mejor. Pero millones nacidos en ese período, y millones de inmigrantes, le deben haber vivido en prosperidad e inclusión.
Lo mismo cabe decir del período de expansión de la “burguesía”. Empezó con los conservadores y siguió, la industrialización, hasta los 70.
Primero en Buenos Aires, después Santa Fe y Córdoba, incluyendo a la clase obrera urbana y a los migrantes del interior.
El peronismo, las dictaduras sucesivas, las elecciones en proscripción y hasta el tercer Perón, conjugaron los mismos objetivos de política económica: pleno empleo y crecimiento industrial.
Podrían haber hecho las cosas mejor, pero millones de argentinos pasaron a conformar la clase media más grande de América Latina (Natalio Botana, dixit).
Es cierto, en ese tramo de “industrialización”, la tasa de crecimiento fue menor que la de otros países cercanos. Pero, dice Hora y escribió hace años Guido Di Tella, fue la consecuencia de un extraordinario proceso de inclusión. Construir un Estado de Bienestar “temprano” fue caro en términos de crecimiento, pero –para la inmensa mayoría – valió la pena.
Gerchunoff y Hora coinciden, con fecha borrosa, en que en los 70 la “industrialización protegida” dejo de ser viable. “Desgaste”, “infección”, “muerte natural”. Sugieren un proceso que se detuvo de manera natural y no inducida.
Para ambos, desde los 70, ninguna protección industrial en la Argentina era posible. O que, en la Argentina, no era lógico, justo o conveniente, una protección ya que “la industria” aquí no era lógica, ni justo el cargo de sostenerla, ni conveniente. Dieron a entender que, en los 70, la continuidad o la profundización del proceso industrializador, se detuvo de manera natural y no cabía reanimarlo. Coinciden con alguna literatura económica de la época.
Roy y Pablo, señalan que la Argentina que rigió hasta los 70 desapareció, también como la industria, “de manera natural”: una condena genética.
Lo que ellos ven como consecuencia del ADN, para mí y muchos otros es la “decadencia argentina” provocada aunque seguramente, involuntaria, pero expresamente, por decisiones de política económica.
Ellos no dijeron “decadencia” aunque la idea de fracaso después de los 70 está presente. Como todos, en estos tiempos, se agravian del 50% de pobreza que creció paralelamente con el proceso de destrucción de la trama industrial.
Coherentes con su lectura histórica del proceso de industrialización, descartan de manera categórica que “una nueva industrialización” pueda resolver el problema social del desempleo, el problema económico de la baja productividad enmascarado en el cuentapropismo y la suma de “desconexiones productivas” que modulan la expansión de la pobreza y de la exclusión social.
Ven, con honestidad, la bomba de tiempo social que se aproxima al punto de no retorno o estallido. Pero no encuentran, en una nueva estrategia de industrialización necesariamente exportadora, la salida de la decadencia. No son los únicos.
La mayoría de los kirchneristas o macristas, que han encerrado en el silencio a peronistas y radicales, piensan como ellos.
Es erróneo afirmar que los kirchneristas hayan intentado una política industrial en alguno de sus cuatro períodos: no ha habido, con el kirchnerismo, proyecto intencional, incentivos, financiación, clima o institucionalidad.
Desde los 70 muchos países, tal vez la mayoría de los que han crecido, lo han logrado en base a industrialización sostenida por incentivos y financiamiento compatible con el período de maduración de las inversiones: verdaderos proyectos nacionales.
Brasil, con el que tenemos arancel cero, comenzó en 1957 políticas de industrialización agresivas que nunca abandonó. El arancel cero entre dos países con políticas inversas –Argentina sin proyecto, ni política industrial, ni financiamiento; y Brasil con proyecto, política y financiamiento– hizo posible la migración de la industria “desprotegida” de la Argentina, al área protegida de Brasil.
En 1974 Argentina, por ejemplo, como consecuencia de un proyecto y compromisos de largo plazo, con incentivos apropiados, instaló la industria del aluminio que, ayer y hoy, exporta a Japón o a Estados Unidos; en 1975 el abandono de la política destruyó la industria electrónica en marcha, las calculadoras electrónicas que se exportaban y también las radios que desarrolló Marcelo Diamand, con tecnología de nivel mundial. Diamand es el autor de la explicación teórica de las ”dos velocidades” que Gerchunoff recordó y que, por ejemplo, A. Krieger Vasena ejecutó.
En el mismo tiempo del “ocaso natural” de la industrialización argentina, con políticas de industria “protegida” crecieron Corea o China o Méjico o España. ¿Por qué?
En 1974 la Argentina se había adelantado a Corea: comenzamos a exportar industria, con convenios, a los países del Este europeo, o nos preparábamos para hacerlo.
Por ejemplo, a fines de 1974 todas las automotrices aquí radicadas, luego de haber aprobado la calidad de las partes con la que se integraba el 90% de las unidades, acordaron exportar autos terminados a América Latina.
Lentamente se estaba produciendo la anhelada apertura industrial exportadora.
Pero no fue solo la Argentina quien sufrió el aluvión ideológico de desplazar la industria. Aunque lo nuestro fue desmesurado.
Francia, por ejemplo, está volviendo a desarrollar política industrial ya que, en 20 años, su industria se redujo a la mitad por ausencia de política; y Joe Biden, no Donald Trump, ha dicho que Estados Unidos debe producir las paletas de los molinos generadores que hoy importa.
La verdad de la decadencia es más simple. El “industricidio” argentino no fue obra de la naturaleza sino una decisión política que, desde el “rodrigazo”, siguieron todos los gobiernos. No es casualidad que “el rodrigazo” haya sido ejecutado por personas que formaron el CEMA, la matriz ideológica que apuesta a la autorregulación de los mercados en una economía plenamente abierta.
Tal vez, en la debacle, la política se pregunte: ¿el “industricidio” fue ADN como sugieren los entrevistados? ¿O fue ignorancia? ¿Si no es la industrialización exportadora, quién ocupará productivamente a los millones de desamparados que estamos multiplicando?
*Economista.