Como en toda sociedad moderna, contamos con fuertes dosis de machismo, discriminación e intolerancia en distintos ámbitos cotidianos. Es que la intolerancia y la violencia tan impregnadas como normalizadas (y banalizadas) en múltiples ámbitos de convivencia, son protagonistas aún de acosos escolares, callejeros y laborales, además de conductas y prácticas discriminatorias varias en razón del género, la edad, la nacionalidad y tantas otras.
Ante este panorama, nos urge preguntarnos, por un lado, ¿qué podemos hacer para disminuir la violencia y contrarrestarla con los nuevos paradigmas derivados de la ampliación de derechos? Y, por otro, ¿cómo lograr que la empatía y la sensibilización se empoderen, legitimen y sean tendencia?
En primer lugar, es importante entender las causas de la violencia, que son muy variadas al tratarse de un flagelo enquistado a lo largo de la historia en instituciones, relaciones personales y costumbres. Podemos observarlo aún, como decíamos anteriormente, en ámbitos de convivencia con situaciones hostiles que siguen considerándose normales y tuvieron como protagonistas a personas que han incubado y manifestado sintomatología violenta, que quizás nadie percibió, ignoró, naturalizó o lo que es peor, recibieron la misma moneda como respuesta.
En este contexto, la violencia es tan variada y transversal, que su abordaje debe encontrar políticas de prevención a largo plazo desde el ámbito educativo y social, mientras que, por otro lado, requiere de medidas de urgencia que ameritan una mirada ajustada a la seguridad y la justicia.
En cuanto al primer aspecto, cabe destacar que en nuestro país, contamos con normativas efectivas para combatir este flagelo, de las que necesitamos de su efectivo cumplimiento para que se vuelvan tendencia. Entre las normativas que contribuyen a promover ello, encontramos la ley de Educación Sexual Integral (ESI), una herramienta fundamental para el desarrollo personal de nuestras infancias y juventudes con contenidos de sensibilización en cuanto a la afectividad, el respeto por las identidades, el desarrollo personal y la prevención en el cuidado del cuerpo y la salud. Además, legislaciones recientes como las leyes Micaela (Capacitación Obligatoria en Género para los tres poderes del Estado), Mica Ortega (Campaña de prevención contra el Grooming y el Cyberacoso), y la Ley de Educación Ambiental para el ámbito escolar, entre otras.
Por otra parte, también es muy importante ocuparse cuando, lamentablemente, la prevención inicial falló y se requieren medidas urgentes de seguridad ciudadana, ya que la violencia puede manifestarse en criminalidad muy variada y hay que actuar contra ella integralmente. Desde corredores seguros, botones antipáticos, cámaras de seguridad a fuerzas de seguridad, confiables, capacitadas y con los recursos necesarios para que se dediquen a cuidar a la población, a una justicia que investigue y juzgue de manera expedita y efectiva, estando a la altura de las circunstancias.
En definitiva, es momento de abordar transversalmente la violencia desde sus orígenes y complejidades. Por un lado, desterrándola como alternativa de respuesta porque esta solo genera más caos y, como todo círculo vicioso, siempre va a afectar a las poblaciones más vulnerables. También, promoviendo en todos los niveles del Estado y ámbitos de convivencia, los consensos alcanzados en las normativas que amplían derechos, para que esa legitimación impacté en la cotidianidad de manera tal, que no admita prácticas o comportamientos en contrario. Su aplicación, vigencia y cumplimiento diario, es y será responsabilidad de todos y todas.
*Director del Observatorio de Familias y Juventudes de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación.