El otro día, cuando volvía de uno de los tantos viajes que hice por la provincia de Buenos Aires en estas semanas de campaña, pensaba que, al fin y al cabo, pasó lo que tenía pasar. Aquellos que tenemos alrededor de 50, estamos atravesados por los recuerdos de la escuela secundaria en medio de la expectativa y la pasión por la recuperación democrática en nuestro país, mientras retumbaba en los televisores desvencijados y las radios apoyadas en las mesadas de las casas la voz épica de Raúl Alfonsín. Nos enamoramos de esas palabras, de esos ideales, de esos sentidos profundos a favor de aquel presente y futuro de nuestra patria.
Crecí en una Argentina que me dio la posibilidad de estudiar en la universidad pública, ejercer mi profesión, viajar por el país y conocer otros países. La misma Argentina que no ofrecía la misma oportunidad para todos: un país que intentaba y no podía desarrollarse, que restringía sus expectativas, cada vez menos igualitario. Pero aun así, en todo este tiempo, siempre, absolutamente siempre, me seguía retumbando esa voz, esos ideales de desarrollo con equidad social, esa ponderación de las instituciones no con un sentido decorativo sino imprescindible para lograr acuerdos, paz social, inversiones que permitan el crecimiento, honestidad que hagan de la moral un imperativo personal y colectivo.
En este país nacieron mis hijos. Hoy muchas de las decisiones tomadas, de las ganas y los sentimientos, tienen que ver con ellos. Y en el nombre de ellos, todos los niños y jóvenes compatriotas con quienes todavía estamos en deuda y que más temprano que tarde van a tomar la posta.
Por ellos, fundamentalmente por ellos, tomé la decisión de comprometerme aún más con esas palabras que todavía están ahí, más vivas que nunca, cuando Alfonsín nos convocaba para constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general.
Por todo eso, pasó lo que tenía que pasar: acá estoy, llevando las banderas del partido que me enamoró desde siempre, convocando a mis correligionarios para que vayamos adelante y, de esta manera, prepararnos juntos a hacer una nación más desarrollada, más equitativa, más democrática. Mañana hay una elección partidaria para decidir qué partido queremos. Por esta vez -por primera-, a mí me tocó ser candidato. Sabemos lo que queremos: un radicalismo democrático, moderno, abierto, que impulse de verdad un país que crezca y que dé oportunidades. Lo que sucede mañana no se agota en mañana, sino que es un paso para el camino al que nos convocó esa voz que nos sigue guiando.
*Abogado.