En un diálogo de la icónica 1984 de George Orwell, O’Brien le pregunta a Winston, personaje principal de la obra, acerca del número de dedos que ve en su mano levantada, para luego cuestionarle cuántos dedos vería si el omnipotente Gran Hermano dijera que el número es otro. Nuestra realidad se acerca peligrosamente cada vez más a esta ficción. Vivimos en la era de las verdades contingentes, donde la desinformación juega un rol permanente. El viejo adagio de los Expedientes Secretos X “quiero creer”, hoy encuentra en videos de Youtube la posibilidad de creer cualquier cosa. “Felices los que creen”, porque en internet podrán encontrar todo lo necesario para defender sus teorías.
En este contexto, según un informe publicado por Freedom House en 2019, es preocupante el avance de la manipulación política de la realidad, en tanto gobiernos de todo el mundo intensifican sus esfuerzos para manipular la información en las redes sociales, socavando los cimientos de la democracia. El uso de comentaristas pagos y campañas automatizadas para difundir la propaganda del gobierno fue pionero en China y Rusia, pero ahora se ha convertido en algo global. La tarea se facilita por la sobrecarga de datos, conexión y exposición en el mundo virtual, reforzada por la pandemia internacional y el aislamiento social.
Durante la Guerra Fría, la activa campaña de radio y televisión que exponía las virtudes del sistema político liberal frente a la represión de los sistemas autocráticos ayudó a ganar adeptos en todo el mundo, incluso dentro de los regímenes más represivos. De esa competencia perdida, señala W. Dobson en La curva de aprendizaje de los dictadores, algunos aprendieron la lección. Hoy día, varios de ellos no solo cuentan con su propia internet, sino que también han decidido ser más activos en llevar a la discusión pública las contradicciones propias de las democracias liberales. Las ágoras virtuales son hoy claves para enajenar los corazones occidentales y destruir los cimientos del sistema desde adentro.
Si a ello sumamos la creciente capacidad de acopio de datos sobre la sociedad, el panorama se torna cada vez más complejo para las libertades civiles. En este contexto toman especial relevancia los debates sobre la privacidad de las conversaciones en las múltiples plataformas para reuniones virtuales que cobraron protagonismo durante esta pandemia, así como las tensiones entre los principales polos de poder mundial sobre la instalación de redes móviles de quinta generación y sus posibles consecuencias.
La democracia, señalaba Robert Dahl en 1971, se fundamenta en la comprensión basada en hechos. En un mundo de accesos acotados lo primero que había que hacer era ampliarlos, aumentando las oportunidades para conocer y afirmar la elección más adecuada a los intereses de cada individuo. A la luz del 2020, fue un idealista. La expansión del acceso y la generación de información provocó divergencias en las fuentes que tendieron a atomizar identidades y reforzar una comprensión de la realidad basada en hechos verosímiles, aunque erróneos o distorsionados. Hoy en día las emociones y creencias son un estándar más importante para la verdad que los propios hechos. El problema es que las primeras están más relacionadas a los liderazgos carismáticos, tanto de autocracias como de democracias, que se sostienen fundamentalmente mediante comportamientos represivos o legitimidades únicamente electorales.
En 1948, tomando como modelo el sistema soviético, Orwell ya conjeturaba sobre un mundo donde la verdad era manipulada hasta el punto de que la realidad carecía de hechos verificables. “Quien controla el pasado controla el futuro, quien controla el presente controla el pasado”. Jamás imaginó que la ultraconectividad y las redes sociales facilitarían el trabajo. Hackear corazones y mentes nunca fue tan fácil.
*/** Profesores del departamento de Gobierno y Relaciones Internacionales de UADE.