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Información asimétrica, deuda y campaña

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Martín Guzmán y un peligroso equilibrio entre las elecciones y la deuda con el FMI. | pablo temes

Joseph Stiglitz, George Akerlof y Michael Spense fueron galardonados en 2001 con el Nobel de Economía por sus aportes sobre la teoría de la “información asimétrica”. Los docentes de prestigiosas universidades de Estados Unidos, como Harvard, Yale, MIT, Stanford, Columbia y Berkeley, demostraron que los mercados no operan sobre la base del equilibrio ideal postulado por la escuela clásica, sino que se desarrollan en medio de una gran incertidumbre y que no existe la tan preciada “mano invisible” smitheana, dispuesta a corregir cualquier tipo de imperfección.

Stiglitz aportó su experiencia sobre el comportamiento del sector de seguros, Akerlof sobre las transacciones en el mercado de autos usados y Spense sobre el mundo de las relaciones laborales. El trabajo de los tres economistas fue premiado por el Banco de Suecia porque permitió concluir que, salvo algunas excepciones, los agentes económicos se comportan en forma imperfecta porque no pueden acceder a toda la información disponible.

Martín Guzmán debe haber recordado esta semana a Stiglitz, a Akerlof y a Spense. Es que en el mismo momento en el que el ministro de Economía iniciaba gestiones en Nueva York con Kristalina Georgieva, la máxima autoridad del Fondo Monetario Internacional, para destrabar la millonaria deuda que Argentina mantiene con el organismo, desde la provincia de Buenos Aires se producía el efecto de “información asimétrica” en relación al FMI: en un acto de campaña, junto a Axel Kicillof y Máximo Kirchner, Cristina Fernández advertía sobre la incapacidad de pago del país y el kirchnerismo duro anunciaba que el Fondo no sería prioridad para el Gobierno en un año electoral.

Cuando Guzmán iniciaba gestiones con el FMI para destrabar la millonaria deuda que Argentina mantiene con el organismo, en un acto bonaerense encabezado por Cristina Kirchner se producía el efecto de la “información asimétrica” .

Guzmán no es un improvisado en restructuraciones de deuda. Luego de obtener una licenciatura y una maestría en Economía en la Universidad Nacional de La Plata, viajó a Estados Unidos para doctorarse en la Universidad de Brown y más tarde se convirtió en discípulo de Stiglitz cuando inició su posdoctorado en la Universidad de Columbia, donde dirigió el Programa de Reestructuración de Deuda Pública de la Iniciativa para el Diálogo Político.

Desde ese prestigioso think thank académico, Stiglitz y Guzmán presentaron en 2015 un paper titulado Un estado de derecho para la deuda soberana. Es un texto breve, pero de potente audacia, porque sostiene que en ausencia de un sistema de gobernanza internacional que pueda resolver los incumplimientos de pagos, los países emergentes son sometidos a asumir costos elevados. “El resultado es un mercado de deuda que funciona mal, marcado por luchas innecesarias y costosos retrasos para abordar los problemas –explican los autores–. La ausencia de un estado de derecho para la reestructuración de la deuda puede conducir al caos.”

El Nobel y el ministro advierten en ese ensayo que la regulación de la reestructuración de la deuda no puede anclarse en las negociaciones con el FMI, porque el organismo de crédito internacional está demasiado vinculado con los acreedores y porque, además, es un acreedor en sí mismo. Por lo que Stiglitz y Guzmán proponen una reforma integral al sistema monetario y financiero.

“Aquellos que afirman que el sistema funciona bien enmarcan casos como el de Argentina como excepciones. La mayoría de las veces, afirman, el sistema hace un buen trabajo –concluye el documento–. Lo que quieren decir, por supuesto, es que los países débiles suelen hundirse. Pero, ¿a qué costo para sus ciudadanos? ¿Qué tan bien funcionan las reestructuraciones? ¿Se ha puesto al país en una senda de endeudamiento sostenible? Con demasiada frecuencia, debido a que los defensores del status quo no hacen estas preguntas, una crisis de deuda es seguida por otra.”

Si un país le debe mil millones de dólares al FMI, ese gobierno tiene un conflicto. Pero si se trata de una deuda de 45 mil millones de dólares, como ocurre con Argentina, el dilema también es del Fondo: es más de un tercio de la cartera total de préstamos.

El FMI debería tener presente que la negociación de la deuda argentina no es solo un problema para este país. Si un Estado le debe mil millones de dólares al organismo, ese gobierno tiene un dilema. Pero si se trata de una deuda de 45 mil millones de dólares, como es el caso de Argentina, el conflicto también es del Fondo: la cifra representa más de un tercio de la cartera total de préstamos del organismo. Los accionistas del FMI, hay que decirlo, deberían estar preocupados.

Pero los distintos sectores que integran la alianza del Frente de Todos también debería entender que el endeudamiento argentino no es sólo una crisis de herencia atribuida al macrismo. Los denodados esfuerzos del oficialismo para sostener la economía argentina en medio de una terrible pandemia generan un asfixiante desequilibrio fiscal, el acceso al crédito es producto de ese desajuste en las cuentas públicas y el financiamiento externo es la contracara obligada de ese proceso nocivo. Si la deuda es maldita, también lo es el déficit.

En 2003, la última vez que Argentina enfrentó una negociación con el FMI de tamaña complejidad y densidad, el país empezó a incumplir sus pagos, por lo que los accionistas del Fondo decidieron posponerlos y al año siguiente concedieron un programa sin condiciones al nuevo gobierno. La apuesta del entonces flamante presidente Néstor Kirchner obtuvo un buen resultado.

En ese momento, Alberto Fernández era jefe de Gabinete y Guzmán un joven estudiante universitario. El escenario actual es muy similar. Con una simple, pero contundente, diferencia: Cristina ahora está en campaña.

*Doctor en Ciencias Sociales. Director de Perfil Educación.