OPINIóN
Diferencias

La confusión argentina entre liberales y conservadores

Muchos dirigentes locales que postulan el liberalismo defienden en realidad propuestas de un conservadurismo feroz. Es necesario aclarar las diferencias entre esos dos conceptos.

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Pensadores. John Stuart Mill, liberal. Edmund Burke, conservador. Cosmovisiones muy diferentes. | cedoc

Para poder mantener un diálogo constructivo que nos permita progresar como sociedad, los argentinos necesitamos comprender los conceptos que utilizamos. Lamentablemente, son nuestros propios dirigentes que en numerosas ocasiones ignoran o utilizan de manera incorrecta ciertos términos claves del pensamiento político. Quizás el caso más grave sea la confusión generalizada que existe respecto a qué significa ser liberal o conservador.

Diferencias. El liberalismo es, ante todo, una filosofía política, económica y moral que defiende la libertad y la igualdad de derechos de los individuos. Surgió como un intento para reemplazar las monarquías absolutas, los privilegios heredados y las restricciones sociales que las tradiciones suelen imponerles a los individuos.

Los liberales desconfían de los regímenes que buscan concentrar poder y promover la virtud. Se conforman con tener una autoridad política que no busque imponer una determinada postura sobre las otras y evite las luchas fratricidas que suelen derivar de estos intentos. En parte debido a esto, impulsan la división de poderes, los derechos individuales a “la vida, libertad y propiedad”, el Estado de derecho y la libertad de expresión. Otra característica del liberalismo es su defensa del libre comercio y la noción de que es en libertad que la economía, desregulada y con una mínima intervención del Estado, puede generar riqueza.

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Si entre las fuentes del pensamiento liberal encontramos a Thomas Hobbes, John Stuart Mill y Adam Smith, el conservadurismo emerge de una tradición de pensamiento y gobierno diferente.  Entre sus fuentes podemos identificar al menos tres: la doctrina de la Iglesia Católica -y en particular el pensamiento de Santo Tomás y San Agustín-, algunos escritos del filósofo alemán G.W.F Hegel y la escuela anglosajona representada por Edmund Burke. ¿Qué sostiene el conservadurismo?

Los conservadores defienden ante todo a la comunidad y a los lazos familiares, culturales y religiosos que permiten su supervivencia. La mayoría de los conservadores rechaza asimismo el relativismo moral y promueve la búsqueda colectiva de la virtud. 

Las tradiciones, el patriotismo y la religiosidad son, para la mayoría de los conservadores, pilares sobre los que de debe sostenerse una sociedad. Según Burke y otros conservadores, los cambios en una sociedad tienen que ser paulatinos y las revoluciones deben ser evitadas a todo costo, ya que causan violencia y destrucción. Para ellos, las normas y las tradiciones de un país son incluso más importantes que las leyes escritas dado que las primeras representan una “sabiduría latente” que debe ser respetada. 

Si bien los conservadores promueven la libertad individual y reconocen la necesidad de contar con un Estado capaz de preservar el orden, le dan aún más importancia al rol que las organizaciones civiles -familias, iglesias, clubes, etc…- juegan como escuelas de determinados comportamientos y valores. Esta visión contrasta con el carácter más individualista, igualitario y universalista del liberalismo.

Disputas. No debe extrañarnos entonces que durante generaciones las disputas entre liberales y conservadores hayan dominado el escenario político. Fue recién con la aparición del socialismo y de la Unión Soviética -enemigos de ambos- que terminaron conformando una alianza política e intelectual que perduraría a lo largo de la Guerra Fría. Estos fueron los años del conservadurismo liberal de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Carlos Menen en nuestro país.  Pero con la caída del muro de Berlín las diferencias entre estas dos tradiciones volvieron a emerger. El liberalismo volvió a sus raíces, incluso adoptando posiciones más progresistas en temas culturales que lo alejaron aún más de su antiguo aliado. Este “liberalismo progresista” se terminaría convirtiendo en la ideología de las elites occidentales, presente tanto en las oficinas gubernamentales como en los directorios de las grandes empresas. 

En parte como respuesta a estas transformaciones, el conservadurismo también mutó. Una nueva generación de líderes conservadores adopto posiciones más anti-elitistas y menos moderadas que las de sus antecesores. Donald Trump, Vladimir Putin, Jair Bolsonaro, Racep Erdogan y Narendra Modi son tan sólo algunos representantes de un conservadurismo popular que acusa a las elites cosmopolitas por haber dejado de representar los intereses y valores de sus pueblos. 

Dominantes. Pero a pesar de las transformaciones que han experimentado a lo largo de los años, el liberalismo y el conservadurismo continúan siendo dos de las corrientes de pensamiento y gobierno que dominan los debates políticos.

Sus diferencias se dan tanto en el plano doméstico como en el internacional. Las agendas liberales y conservadoras suelen diferir en temas como la política de género, el rol que las instituciones religiosas deben jugar en la formulación de políticas públicas (como sucede en el debate sobre el aborto) y la conveniencia de recibir inmigrantes. 

También lo hacen a la hora de encontrar un equilibrio entre la promoción del progreso y el mantenimiento de cierta estabilidad social, por un lado, y entre la preservación de la identidad nacional y la globalización, por el otro. En política exterior, la mayoría de los liberales promueve la expansión de la democracia liberal alrededor del mundo –a través de la diplomacia y en algunas ocasiones incluso mediante el uso de la fuerza. Por otro lado, los conservadores tienden a mostrarse menos intervencionistas y dicen limitarse a defender el “interés nacional”.

Efectivamente, mientras que los liberales suelen enfatizar las diferencias entre las democracias liberales y los regímenes autoritarios, los conservadores se muestran menos reacios a aceptar las distintas formas de gobierno que encontramos en otros países.  En este sentido, Samuel Huntington señala que la distinción política más importante entre naciones no concierne a su forma de gobierno, sino a su grado de gobierno.

Argentina. Aquellos que siguen la política de otros países -Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, España, Japón, etc.- seguramente podrán identificar la presencia de agrupaciones de origen conservador y liberal. En efecto, sus fuentes de apoyo y agendas son diferentes.

Pero esto no ocurre en la Argentina. Los debates entre nuestros políticos e intelectuales suelen estar dominados por posiciones progresistas o liberales. La tradición conservadora no parece estar presente en ningún lado. ¿Pero es esto así? En realidad, muchas de las posturas supuestamente liberales son conservadoras y responden a una lógica diferente. ¿A qué se debe nuestra excepcionalidad? En parte a que si bien ya hemos tenido líderes conservadores y un sector importante de la población se definiría como conservador, nunca surgió un partido que represente y promueva, al menos abiertamente, esta tradición. Quizás el intento más cercano haya sido el de Carlos Pellegrini, quien murió poco antes de poder consolidar su proyecto. 

Lo que queda en claro es que sin un entendimiento de ciertos conceptos del pensamiento político y de los cambios que estamos observando en el mundo, corremos el riesgo de continuar debilitando un debate público que se ha vuelto imprescindible para encontrar una salida del laberinto en el que nos encontramos.

*Francisco de Santibañes: Especialista en relaciones internacionales. Autor de La Argentina después de la tormenta.