A la primera “Historia de España” redactada por fray Juan de Ferreras y García en 1715 le faltan tres hojas a los 16 volúmenes que la componen. Dichas páginas fueron arrancadas por real cédula de Felipe V en 1720. ¿Qué decían esas hojas para merecer el enojo del rey? Que la historia de la Virgen del Pilar era un invento y también lo era la llegada del apóstol Santiago a la península Ibérica.
Fray Ferreras, sacerdote, erudito, fundador de la Real Academia, bibliotecario mayor e historiador dispuesto a limpiar las crónicas de España de “fábulas y ficciones”, de un plumazo derribaba la principal tradición mariana del país. Como el mismo Ferreras decía, una cosa es ser creyente y otra muy distinta es creer en cualquier cosa, aunque todos están en su derecho de creer en lo que quieran, pero también todos tienen derecho a saber qué es lo que realmente aconteció en el pasado.
Según se dice, el apóstol Santiago viajó a la península Ibérica para predicar la palabra de su maestro Jesús. Mientras Santiago sermoneaba a orillas del Ebro, la Virgen María, que aún vivía en Palestina, se le apareció “en carne mortal” sobre una columna y le encargó la construcción de un templo. Para plasmar su paso por tierras españolas, la madre de Cristo dejó su imagen en una escultura sobre un pilar a orillas del Ebro. Este fue el origen de la Virgen del Pilar, patrona de España.
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Juan de Ferreras buscó la documentación (que para eso era un dotado) y demostró que la imagen de la Virgen del Pilar, idolatrada en Zaragoza, no era del siglo I sino del XV, que no había llegado milagrosamente transportada por los ángeles de Palestina sino fue hecha en Borgoña, Francia, y hasta aventuró el nombre del escultor, un tal Juan de la Huerta.
Su celo como investigador le aparejó más de un problema a fray Juan de Ferreras. Como el escándalo no fue menor, el mismo fray escribió una “justa satisfacción a una queja injusta” en la que aclaraba que no rechazaba una piadosa tradición oral, sino que exponía que no era verdad dogmática ni histórica. Esta “satisfacción” no satisfizo a la Inquisición que el 8 de marzo de 1720 sancionó a Felipe V. Al monarca no le quedó otra opción más que ordenar la desaparición de esas páginas escritas justamente para limpiar la historia de “fábulas y ficciones” en un país dominado por tradiciones, oscurantismo y negocios ...sí, negocios, pues lo dicho por Ferreras perjudicaba los ingresos por la peregrinación y devoción a la Virgen de Zaragoza.
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A fin de estimular la milagrosa predisposición terapéutica, los eclesiásticos de la Basílica enviaban periódicamente a Roma una lista de curaciones milagrosas como la del Cojo de Calanda, al que le creció la pierna después de haber sido amputada gracias a los ruegos que hiciera a la Virgen del Pilar. Las autoridades vaticanas veían estos cuentos con escepticismo y para colmo escuchaban que este Juan de Ferreras, un erudito y teólogo, echaba por tierra la aparición de la Virgen, el Pilar y hasta la mismísima presencia de Santiago –convertido, en el Matamoros, el santo de la reconquista española–.
Así las cosas, el padre Daubentón, confesor del rey, convenció al monarca que debía hacer desaparecer estas páginas y olvidar el enojoso asunto. Finalmente, el lobby pilarense logró que Roma le concediera a Zaragoza la autorización para celebrar las fiestas de la Virgen, costumbre que se dispersó a lo largo y ancho del Imperio donde existieran iglesias en honor a la Pilarica. El día de la Virgen del Pilar fue fijado el 12 de octubre, reafirmando la gesta colombina y la conquista española de las Américas .
Juan de Ferreras y García quedó muy deprimido a punto de expresar su desazón en un escrito: “Latidos de conciencia” y otras reflexiones cristianas sobre la intromisión de la Iglesia en asuntos históricos.
Al final de cuentas cada uno cree en lo que necesita creer por educación, condicionamiento psicológico, o tradición y sí con sus creencias no daña ni perjudica ni obliga ni doblega, es libre de creer en eso que necesita. Pero muy distinto es imponer supersticiones y torcer los acontecimientos en beneficio propio, porque entonces las creencias se convierten en cinismo o negocios.