OPINIóN
Palabra vacía

La justicia es otra cosa

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John Rawls. Edificó su monumental tratado titulado Teoría de la justicia. | cedoc

¿Puede haber justicia en una comunidad que no haya establecido primero un contrato social basado en ciertos principios morales esenciales? Este interrogante es la base sobre la cual John Rawls (1921-2002) edificó su monumental tratado titulado Teoría de la justicia. Rawls es considerado como uno de los principales, si no el principal, filósofo político contemporáneo. Pensador liberal, en el sentido más puro y menos desvirtuado del término, sus planteamientos acerca de la justicia son tan vastos, profundos e inspiradores que no terminan de explorarse y discutirse.

Para el propio Rawls la justicia es impensable sin las condiciones que él plantea en su interrogante básico. Y para pensar en ella sugiere una suerte de experimento mental consistente en imaginar que el grupo humano que termina componiendo una sociedad se reúne previamente para establecer las condiciones de la justicia. En ese conjunto todos ignoran todo acerca de los demás, e incluso desconocen cuál será su propia situación en la escala social de la comunidad. Tampoco saben si les tocará ocupar, o no, cargos decisivos en esa escala. Llama a esto “el velo de la ignorancia”. De alguna manera viene a representar la deseada y saludable ceguera de la justicia.

Para la posibilidad de una sociedad ordenada (como la denomina en su libro) sería requisito indispensable que cada uno acepte los mismos principios y sepa que esos principios son aceptados por los demás, que las instituciones sociales básicas satisfagan los principios de justicia y que se sepa que lo hacen. Las instituciones serían justas, sostiene Rawls, si no hicieran distinciones arbitrarias entre las personas al adjudicarles derechos y deberes básicos, y si las reglas de convivencia y competitividad en la vida social fueran equitativas. Por lo demás, pensaba Rawls, en una comunidad humana viable (según sus propias palabras) los proyectos individuales deberían complementarse de manera que los de uno se ejecuten sin dañar a otros. A lo largo de su obra, Rawls insiste en dos principios esenciales. Libertades individuales básicas, que sean compatibles con la libertad de los otros, y que las desigualdades sociales existentes en la sociedad (producto inevitable de su dinámica) se zanjen creando condiciones ventajosas para los más desfavorecidos. A esto agrega el principio de igualdad de oportunidades, que ve como pilar de una sociedad justa.

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Toda la concepción de Rawls parte de la idea del humano como un ser racional, capaz de entender estos principios y de acordarlos. Un parentesco con el imperativo categórico de Kant, que llamaba a actuar siempre y cuando se estuviera dispuesto a aceptar que aquello que uno va a hacer (fuera lo que fuese) se convierta en ley universal. Es decir, si miento habilito a todos a mentir. Si mato, matar será ley universal, etcétera. De lo contrario, me abstengo. Kant confiaba en la razón como límite y guía para las acciones humanas.

Ni las ideas de Rawls, descriptas aquí en una síntesis apretada y limitada, ni el imperativo categórico de Kant asoman en estos días, aunque sea lejanamente, por estas pampas, donde la palabra justicia se repite hasta quedar convertida en un sonido vacío de significado. Se la usa para invocar el asalto del Poder Ejecutivo al Poder Judicial en busca de impunidad para la más aberrante y obscena corrupción sufrida en esta sociedad, en donde la verdadera justicia hace tiempo no existe, porque incluso el poder que debería impartirla (al menos en los términos de Rawls) desertó de esa tarea, seducido por otras, más lucrativas. Toda vez que aquí y ahora se habla de justicia, no se habla de justicia. Se usa esa palabra para disimular la injusticia que se pretende imponer. Ya en su tiempo (cinco siglos antes de Cristo), Platón había advertido que “la justicia no es otra cosa que la conveniencia del más fuerte”. Ese es el juego al que asistimos. Para eso se nombran ministros de “justicia” (o se los expulsa). Para imponer la conveniencia del más fuerte. Y su impunidad. Queda por ver si de veras es el (la) más fuerte.

*Escritor y periodista.