Una de las funciones del dinero es ser unidad de cuenta. Esto quiere decir que el valor de los bienes y servicios disponibles se expresa en términos de dinero, en el caso argentino en pesos. Una consecuencia interesante de esta función es que el precio del dinero expresado en sí mismo es uno, esto es: el precio monetario de un peso es un peso. A partir de este hecho puede realizarse una pregunta muy relevante: ¿cómo se logra el equilibrio del mercado de dinero si el precio del dinero está fijo en uno? Y en forma relacionada, ¿cómo se restablece el equilibrio del mercado de dinero si hay un exceso de oferta en el mismo?
Para responder esto lo primero que debe tenerse en cuenta es que, ante un desequilibrio en cualquier mercado, lo que debe ajustar es el precio relativo del bien o servicio en cuestión frente al resto de los bienes y servicios de la economía; en el caso de un exceso de oferta, debe bajar en relación al resto de los bienes y servicios. Dependiendo de las circunstancias, esto puede lograrse porque el precio monetario del bien en cuestión baja, porque el precio monetario del resto de los bienes y servicios sube, o una combinación de ambos ajustes. Con esto en mente, la respuesta a la pregunta planteada respecto del mercado de dinero es clara: ante un exceso de oferta de dinero, como el precio de éste es fijo, deben subir los precios monetarios de todos los otros bienes y servicios. En la práctica, esto se manifestaría como un salto de alguna medida de todos esos precios, es decir, de un índice de precios, como el Indice de Precios al Consumidor (IPC).
A priori, uno podría verse tentado en esta instancia de pensar que de esta forma se justifica la famosa frase de Milton Friedman acerca de que “la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario”, pero nótese que hemos dicho que ante el exceso de oferta de dinero sube el nivel de precios, no que haya inflación. Esto parece una sutileza, pero no lo es: no cualquier aumento del nivel de precios es inflación. Además, el mencionado desequilibrio monetario no es la única causa posible de un aumento en el nivel de precios; un ejemplo interesante de esto sería el famoso ajuste de tarifas de servicios públicos implementado por el gobierno de Mauricio Macri en cuanto asumió.
Como éste, uno podría encontrar numerosos ejemplos y así concluir que la frase de Milton Friedman es incorrecta, pero sería un error nuevamente. Sería volver a asociar que cualquier cosa que deriva en un salto del nivel de precios es inflación. La característica clave de un proceso inflacionario es que el nivel de precios crece en forma sostenida en el tiempo (no solo una vez) y a un ritmo “elevado”. ¿Cuánto es elevado? Es difícil de precisar pero, tomando como referencia lo que ocurre hoy en la mayor parte del mundo, un ritmo superior al 10% anual, o sea, 0,8% mensual, es bien alto.
Con esta perspectiva, explicar la inflación requiere encontrar algo en el sistema económico que tenga la persistencia suficiente en el tiempo como para generar el alza sostenida del conjunto de precios. Pero una gran cantidad de variables económicas podría tener esa persistencia; el desafío entonces está en tratar de identificar si entre ellas hay alguna que cause a las demás.
En esta lógica, un candidato muy relevante es la expectativa de inflación. En efecto, si quien tiene que establecer un precio tiene una expectativa de inflación “alta”, es esperable que trate de que su precio siga la evolución de esa expectativa, de modo de no perder poder adquisitivo. Así, en tanto y en cuanto persista en el tiempo esa expectativa de inflación “alta”, de alguna manera, la inflación será “alta”, es decir, los precios subirán a un ritmo “rápido” y sostenido en el tiempo.
Una explicación relacionada con ésta es la de que la persistencia en los precios la da la puja distributiva. Cada sector intenta mejorar su precio en relación al de los demás para ganar más, tratando de subirlo a un ritmo “alto”, obviamente en relación a la expectativa de inflación; en la medida en que todos hacen lo mismo, el conjunto de precios se mueve muy “rápido”, y como la puja no cede, ese movimiento persiste en el tiempo.
Estas explicaciones logran dar cuenta de la persistencia en la suba del nivel de precios que caracteriza a la inflación, pero surge un interrogante: ¿de dónde sale la expectativa de inflación?
Puede pensarse una situación en la que a cada uno se le ocurre su propia expectativa de inflación y actúa en consecuencia, por lo que cualquier inflación sería posible. Pero esto no luce razonable ni sostenible: la competencia hace que este esquema sea poco probable en gran escala porque quien fije un precio exageradamente alto debería quedar fuera del mercado. Es mucho más razonable pensar que quien fija un precio tiene en cuenta las condiciones de su demanda y que, por lo tanto, para que un determinado conjunto de precios para la economía en su totalidad sea viable, el estado de la demanda total de la economía es un determinante importante. Y es en este punto en que la emisión monetaria vuelve a ser central.
Un aumento sostenido y fuerte de la oferta de dinero da las condiciones para que la demanda de la economía se comporte de igual forma, lo que validaría los precios derivados de unas expectativas “altas” de inflación, resultando en un aumento “alto” y sostenido en el tiempo de los precios efectivos, o sea, en inflación en sentido estricto. Esta conclusión permite también entender qué debe hacerse para bajar la inflación: es inevitable reducir el ritmo de creación de dinero, pero ¿alcanza? No. La menor creación de dinero tiene que llevar a una reducción de la expectativa de inflación; si no lo logra, la inflación no bajará. Para ello es clave que sea duradera.
Pero llegado este punto aparece otra pregunta inevitable: ¿por qué la oferta de dinero crece sostenidamente y a ritmo “alto”? Hay tres grandes usos de la emisión monetaria: la compra de divisas, el crédito a los bancos y el crédito al sector público. En la Argentina, el único que muestra enorme persistencia, no solo hoy sino en gran parte de nuestra historia, es el último. Es el único cuya persistencia en el tiempo no tiene más límite que el deseo político de abandonar el déficit fiscal que lleva al mismo, y ese deseo raramente está presente. De aquí se deriva la elevadísima inflación argentina; desde 1945, salvando la convertibilidad, solo hubo cinco años con inflación anual menor al 10%: aumento sostenido de los precios a tasa “alta”. Así, puede concluirse con una afirmación de Thomas Sargent, quien, parafraseando a Milton Friedman, dijo que “la inflación alta y persistente es siempre y en todas partes un fenómeno fiscal en el que Banco Central es el cómplice monetario”.
Esto mismo nos da la clave para poder terminar con la inflación en la Argentina: es necesario reducir o directamente revertir el déficit fiscal. Y esta conclusión no solo surge de un análisis meramente teórico sino de la experiencia de los países que enfrentaron el problema de la inflación a lo largo de su historia. El desafío es de enorme magnitud, llevará tiempo y por eso requiere de un amplio consenso político. ¿Lo lograremos?
*Economista. Director de C&T Asesores Económicos. Profesor de Economía Monetaria y Economía Argentina en la UCA.