OPINIóN
Annalisa Malara

La médica italiana que “descubrió” el Covid en Europa

Su intuición la llevó a hacerle un test antivirus a un enfermo de neumonía que no mejoraba. Así identificó el primer caso autóctono en su país y el Viejo Continente.

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Sonrisa. Es anestesista-reanimadora. “No somos héroes, dice, hacemos nuestro trabajo”. | facebook Annalisa Malara

Impulsada por su profesionalidad y determinación en la lucha contra la muerte, el 20 de febrero de 2020, Annalisa Malara, anestesista-reanimadora en un hospital de la localidad italiana de Codogno, cerca de Milán, tuvo una intuición que entró en la historia de la medicina. Mientras intentaba comprender las razones por las que el paciente Mattia Maestri –de 38 años, deportista, fuerte y sano– no cesaba de empeorar a raíz de una neumonía, decidió realizarle un test antivirus. La prueba dio positiva y Maestri, quien hoy está completamente recuperado, se convirtió así en el primer caso autóctono comprobado de coronavirus en Europa. 

De 39 años, Malara se recibió de médica en la Universidad de Pavía Alma Ticinensis, una de las más antiguas de Europa, donde completó su capacitación en su prestigioso Collegio Nuovo, una entidad de alta formación y liderazgo femenino a la que decidió donar los beneficios generados por su reciente libro, Con ciencia y conciencia, donde cuenta su “aventura” de descubrir el Covid en el Viejo Continente. La importancia de su hallazgo la convirtió en una celebridad reconocida y querida en su país. En octubre del año pasado recibió de manos del residente Sergio Mattarella la condecoración de la Orden al Mérito de la República Italiana.

—¿Cuál es su recuerdo del día en el que tuvo la intuición, una suerte de chispazo genial, y advirtió que el paciente Matteo Maestri podía tener Covid? 

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—Lo que hice fue intervenir siguiendo los principios médicos del razonamiento que hacemos los reanimadores. Apliqué en otras palabras el método que utilizamos en el momento en el que hay una vida en peligro, como ocurre con casi todos los pacientes en terapia intensiva. En casos así no podés permitirte descartar ninguna posibilidad diagnóstica y por lo tanto tampoco dejar de lado la presencia de un coronavirus. 

—Una situación compleja y no había tiempo.

—Claro. El punto es que estábamos en una etapa donde los protocolos no tomaban aún en cuenta esa posibilidad para un paciente como él a partir del que era su diagnóstico epidemiológico. En este tipo de situaciones cada minuto es clave, los pacientes están tan graves que pueden morir muy rápidamente. Y tampoco te podés plantear situaciones tipo “hoy hacemos estos exámenes y mañana, si estos son negativos, hacemos otros exámenes diferentes”. 

—Se habló mucho de los protocolos que usted pasó por alto, hecho que sin embargo, permitió salvar la vida de Maestri: ¿cuáles fueron? 

—Por lo que sabíamos hasta ese momento un caso sospechoso de coronavirus era el de cualquier paciente con síntomas respiratorios que hubiese estado en contacto o con un paciente enfermo del virus o que hubiese regresado de las áreas en China endémicas de la enfermedad. Esto porque ignorábamos un dato fundamental, y también muy particular, del virus: que podés estar infectado incluso si sos asintomático. Este aspecto lo descubrimos más tarde, en las primeras dos semanas de marzo. Hasta ese momento no lo sabíamos y, por lo tanto, el paciente no podía estar infectado de coronavirus: simplemente no podía ser, Maestri no había estado en China ni en contacto con alguien contagiado. Esos eran los protocolos nacionales que teníamos, protocolos que seguían las indicaciones de la Organización Mundial de la Salud, no los habíamos “inventado” nosotros en Italia. 

—¿Cuál es su balance al cabo de un año de pandemia? ¿Cuánto, y cómo, ha cambiado su vida?

—Mi vida cambió tal cual ha ocurrido con todos nosotros, que debimos afrontar al virus y los sacudones provocados día a día por esta crisis. Además, nuestro trabajo cambió bruscamente, todo es diferente: tenemos turnos de una intensidad inaudita con pacientes complejos cuya evolución es muy lenta. A menudo, hay casos en los que tenemos dificultad para encontrar camas, en detrimento de la normal actividad en la sala operatoria y la posibilidad de ingresar pacientes no-covid en terapia intensiva.

—¿Cómo son en detalle esas condiciones de trabajo?

—Desde hace más de un año estamos trabajando, por horas y horas, con mamelucos integrales, dobles guantes, máscaras, etc. En una profesión que ya de por sí es compleja, las condiciones en las que el personal sanitario trabaja son durísimas. Le doy un ejemplo: la atención máxima que debemos tener en el momento de ponernos y sacarnos los mamelucos. Todo esto implica un peso no indiferente, la calidad de la vida de nuestro trabajo ha empeorado drásticamente. 

—El impacto emotivo y psicológico es muy grande.

—Dentro de los mamelucos se suda muchísimo, esto genera mucha sed, pero al mismo tiempo no podemos tomar agua mientras permanecemos en los espacios Covid. A veces, no podés beber o ir al baño por cuatro o cinco horas seguidas. Por otra parte, de una manera u otra te enfrentás a los dramas que este virus puede provocar, incluso en la población joven y sana. Es muy difícil y no solo psicológicamente.

—¿Cómo se imagina el futuro tras la pandemia? 

—En algún momento regresaremos a una normalidad paralela, pero me parece difícil que volvamos a tener una vida despreocupada desde el punto de vista infectológico. Los barbijos van a seguir formando parte de nuestra existencia por bastante tiempo. Y seguirá habiendo una atención máxima a posibles patologías infectivas y pandémicas que lamentablemente van a repetirse: el mundo ha cambiado mucho, las distancias de hecho han sido canceladas, vivimos en contacto permanente con zonas que antes eran inaccesibles a los seres humanos. 

—¿Todo se ha modificado?

—Cada día que pasa destruimos áreas donde la naturaleza estaba aún incontaminada. De esta manera, se va generando un acercamiento por parte del hombre hacia esos auténticos “contenedores” de virus que son los animales salvajes. Esto facilita a su vez los saltos de especies de las patologías infectivas.

—El libro que acaba de publicar se llama “Con ciencia y conciencia” ¿Cuál es el significado de ese título?

—La idea del libro nace de una propuesta que decidí aceptar porque creo que es justo testimoniar situaciones como éstas. Lamentablemente, yo viví la crisis desde el primer momento, por lo tanto, era la única que podía dar un testimonio directo e inmediato de lo ocurrido. Lo hice para poner en evidencia y dar el mérito que corresponde a quienes trabajaron de manera ejemplar, que para mí fueron fuente de inspiración: ellos me dieron fuerza y garra para seguir trabajando frente a las dificultades, los miedos o el desaliento. 

—¿Quiénes?

—Sobre todo los enfermeros y los médicos de las salas de emergencias que han vivido, quizás más dramáticamente que nosotros los reanimadores, esa fase tan difícil en la que, por ejemplo, 

hay que ocuparse de los pacientes que ingresan en el hospital o del caso de los enfermos muy ancianos. Quiero aclarar que no estoy hablando de un trabajo “heroico” o “sobrenatural”. Lo que se ha hecho es simplemente actuar “con la ciencia y con la conciencia”, tal cual indica el título del libro.

—En este contexto, ¿hay espacio para el optimismo? 

—Sí, seguramente. Y además debe haberlo. En realidad, hay varios motivos para ser optimistas. Por ejemplo, en menos de un año pudimos contar con muchas vacunas de diferente tipo, mientras que en una situación de “normalidad” la producción hubiese requerido mucho más tiempo.  

—¿Éste es un virus totalmente globalizado?

—Éste es un virus totalmente “democrático”, países ricos o pobres, jóvenes o ancianos... Y está claro que en los países con una escasa disponibilidad de camas de terapia intensiva, o de los equipos médicos necesarios, la mortalidad es más alta. La mortalidad en un Estado está vinculada a la salud económica.  

—Más allá de las carencias estructurales del sector de la salud, ¿cómo evalúa el trabajo realizado por el personal sanitario italiano?

—En las últimas décadas hubo muchos recortes al sistema de la salud nacional. Sin embargo, pese a las dificultades creo que en general, el personal sanitario ha respondido de la mejor de las maneras, hecho que nace a su vez del sentido de responsabilidad del aspecto humano que tiene nuestro trabajo. Nadie se echó para atrás, hacer frente a esta crisis era nuestra tarea y era algo que no se podía demandar a otros profesionales. Si no lo hubiésemos hecho nosotros, ¿quién entonces? Nadie.

—Hace poco comenzó una nueva etapa en su vida profesional. Está trabajando en el Policlínico San Matteo de Pavía, ciudad que es un centro universitario muy prestigioso y donde se graduó.

—Sí, he vuelto a Pavía porque me di cuenta que necesito seguir estudiando y ponerme en juego. En nuestro trabajo es fundamental estar formados y al día, ser muy escrupulosos y preparados: ésta es la responsabilidad deontológica que tenemos hacia cada uno de nuestros pacientes.