El presidente Alberto Fernández recientemente manifestó en tono de reivindicación que “ahora las quejas que yo escucho de la gente son porque hay que esperar dos horas para ir a comer. Los sectores hoteleros y gastronómicos se encuentran a full. Es más alegría, más disfrute…”
Formamos parte de una cultura en la cual salir de nuestros hogares para comer en un restaurante es motivo de disfrute ya sea en familia, con amigos, con quienes compartimos el trabajo o una escapada personal para hacer un corte en la jornada laboral; también es concebido como un lugar propicio para los negocios y las actividades sociales y políticas. Esta práctica social es, para algunos sectores minoritarios, una situación habitual; para otros un gusto que representa una salida excepcional y para la mayoría de nuestra población un anhelo inalcanzable.
El consumo es una característica de época que llega a ser una perturbación para quienes no pueden acceder a esos recursos que el mercado propone de manera agresiva.
Por supuesto que no todas las personas pueden consumir de la misma manera ni en frecuencia, cantidad, ni calidad. Éste es el momento típico en el que se suele optar por consumos a corto plazo y de satisfacción inmediata que significan un disfrute.
No es tiempo para proyectar futuro por el grado de incertidumbre económica-financiera y política. La falta de rumbo y proyecto político hace que sea nula la perspectiva a largo plazo. Entre las imposibilidades de acceder al crédito para una vivienda, comprar un auto, encarar un emprendimiento desde la iniciativa privada, ahorrar dinero o viajar para ver algún familiar que vive afuera, son alternativas inviables para una gran parte de la población frente a la inestabilidad e imprevisibilidad económica, caracterizada por la presión tributaria y la altísima inflación que licua los salarios y afecta, de manera especial, a los sectores más desfavorecidos. Un dato es evidente: con el billete de máxima denominación no se puede ni siquiera, comprar un kilo de carne.
Es real que el sector hotelero y gastronómico está pasando por un mejor momento por tratarse de los meses vacacionales y también porque vastos sectores de la población estuvieron en sus casas durante la pandemia que, entre otras cosas, dejó un sentido de finitud que permanece instalado en la conciencia social.
En la búsqueda de una mejor calidad de vida, el consumo más barato es la comida con las modalidades que propone la gastronomía. La mayoría opta por la comida en el nivel socioeconómico en que se encuentre, no por la finalidad alimentaria, sino como salida o distracción ante otras alternativas de ocio y entretenimiento que son más costosas e inaccesibles.
De allí que este sector siempre representó uno de los ejes principales generadores del movimiento económico. No podemos soslayar que debemos hacer pie también en aquellos hoteles y restaurantes que perdieron muchísimo dinero durante la pandemia y aún no lo pudieron recuperar. Algunos de estos ya no están y constituyeron durante años el medio y la principal fuente de recursos de sus dueños y trabajadores.
Como efecto de la pandemia, según registros de la institución, se cerraron más de 2 mil establecimientos, de los cuales reabrieron solamente cuatrocientos; además quedaron eliminados 25 mil puestos de trabajo y creció la informalidad por la alta presión tributaria.
En los que hay que esperar para ocupar una mesa, como dice el Presidente, son los cincuenta restaurantes de los barrios más acomodados de la Ciudad.
Indefectiblemente, pregunto: ¿de qué se jacta el Presidente? ¿Qué pretende capitalizar políticamente con esta aseveración? No solo no tiene motivos verdaderos porque todavía nuestro sector no se recuperó de la calamitosa administración de la pandemia, ni mucho menos puede pavonearse con “los que salen a comer afuera” cuando tenemos a gran parte de nuestro pueblo que sigue, como dice el tango, con la ñata contra el vidrio.
*Secretario general Uthgra CABA.