Finalmente se lanzó el SLS (Space Launch System) con la cápsula Orion (la nave espacial) de la misión Artemis 1, siendo la primera -no tripulada- de los EEUU en este siglo para su plan de colonización de la Luna. Se trata del ensayo del vuelo espacial que realizarán más adelante los astronautas del Artemis 2, que preparará el terreno para el 3, de alunizaje tripulado luego de más de medio siglo de la última vez con la misión Apolo 17 de 1972. No se debe dramatizar por las reiteradas cancelaciones acontecidas, no es extraño que suceda en misiones que dependen de una diversidad de factores y el mínimo desperfecto o falla puede echar a perder años de trabajo y miles de millones de dólares.
Pero ahora sí, los primeros pasos para el regreso de seres humanos a la Luna (con el primer hombre de color y la primera mujer como reza el slogan norteamericano) ya se ha iniciado, y con ello se acelera la competencia estratégica con China (y su socio ruso) por nuestro satélite natural.
Los planes de las potencias espaciales son hoy algo diferentes a los de fines de los años ’60, cuando la disputa con la URSS aceleró las misiones Apolo de la NASA, una vez descartado el plan de hacer estallar bombas nucleares en la Luna. Debemos tener en cuenta que tanto la primera como la segunda carrera espacial -iniciada a principios de este siglo- abarcan diversos aspectos: científico-tecnológico, competencia por el poder y el prestigio, economía, influencia, seguridad nacional y militarismo, y específicamente la actual en curso incluye la disputa por la exploración y explotación de recursos naturales espaciales y colonización de cuerpos celestes.
Hay un aspecto de las carreras espaciales que según la óptica astropolítica (o geopolítica del espacio exterior) puede resultar positivo, como lo indica uno de los principales referentes de la disciplina, el general y académico norteamericano Everett Dolman: la competencia entre actores estratégicos acelera los desarrollos tecnológicos y los avances en la exploración del ámbito ultraterrestre, con beneficios diversos para las actividades en la Tierra, entre otras cuestiones. Aunque todo tiene dos caras, por supuesto, ya que conlleva también la militarización del espacio y la posibilidad de enfrentamiento entre grandes potencias hacia, en y desde el ámbito ultraterrestre.
En el marco de la nueva carrera espacial, el camino hacia la Luna, sus órbitas y el mismo satélite natural (toda una región del espacio más allá de la órbita geoestacionaria) son objetivos claros a utilizar –y posiblemente a controlar si eso fuera factible- por parte de los actores en disputa, principalmente –aunque no son los únicos- EEUU y China.
Washington ha lanzado sus Acuerdos de Artemisa (Artemis Accords), una alianza público-privada tecnológica, económica (con ciertos aspectos militares) y normativa que pretende internacionalizar en vías de actualizar el derecho espacial y mantener su liderazgo en asuntos ultraterrestres. Entre sus planes, los Acuerdos comprenden la instalación de una base permanente en la Luna, expandir el control de regiones de la superficie, explorar y explotar recursos naturales (entre ellos el agua congelada en el polo sur, el regolito, hierro, aluminio, titanio, helio 3 y decenas de minerales más), producir energía solar y nuclear, y utilizar nuestro satélite natural, entre otras cosas, como puerto espacial (hub) para viajar a Marte, a asteroides –con fines comerciales- y otros sitios del Sistema Solar.
En definitiva, el objetivo de largo plazo es convertir al sistema Tierra-Luna en un macro-sistema económico y financiero, logístico, industrial, minero, de transporte, energético, turístico, con la oportunidad de generar una neo-revolución industrial que brindará cuantiosos beneficios económicos para quien lo logre. Tanto desde la NASA como desde el gobierno chino se han expresado en ese sentido y hacia ello apuntan. No se trata de ciencia ficción, sino que hablamos de una estrategia astropolítica de largo plazo en el marco de esta disputa holística en el sistema internacional.
Por supuesto que los acuerdos de Artemisa han sido rechazados y fuertemente criticados por China y por Rusia –que ya han presentado la ILRS (International Lunar Research Station), su programa estratégico para instalar una base permanente en la Luna -robótica en una primera instancia-, con objetivos similares a los de los norteamericanos y sus aliados. Desde Beijing y Moscú han acusado a EEUU de querer apoderarse de la Luna y querer dominar los asuntos ultraterrestre. En parte, debido que uno de los componentes del plan de Washington es la creación de “zonas de seguridad” en la luna, que serán protegidas –incluso militarmente si hace falta- para que las empresas privadas puedan explorar y explotar recursos, y se prohibiría el acceso a otros actores así como se mantendría en secreto la información sobre las investigaciones científicas si fuese necesario.
En términos de geopolítica ultraterrestre, Beijing ha señalado que ese aspecto recuerda a la política británica de cercamiento del siglo XVIII, o a grandes rasgos podemos hacer una analogía con la Compañía de las Indias Orientales, donde vastos territorios serían controlados por empresas privadas, con la posibilidad de que en un futuro las regiones se incorporasen al territorio soberano de algún estado.
Recordemos que ninguna potencia espacial ha ratificado el Tratado de la Luna (muy pocos países del mundo lo han hecho) que persigue utilizar la luna y sus recursos en provecho e interés de todas las naciones, más allá de su capacidad científica y desarrollo económico.
Claro que en los planes actuales podrían existir violaciones al Tratado del Espacio Exterior de 1967, pero la totalidad de los especialistas tanto políticos como en derecho espacial coinciden en que el régimen internacional del espacio exterior (compuesto por tratados, principios y otras normas originadas en los ´60 del siglo XX) deben ser modificados, algo que se discute desde hace algún tiempo en diversos círculos académicos y dentro de las Naciones Unidas.
En términos astropolíticos, podemos considerar a la luna como un nuevo continente (el 8vo según la visión norteamericana), con una superficie algo más grande que África, unos 38 millones de km2, con un ecúmene inicial en el polo sur debido a la presencia de agua y de zonas de “luz eterna”, que permitirían desarrollar los primeros asentamientos a partir de los cuales iniciar la expansión territorial. Hoy China y Rusia buscan acelerar su misión de base lunar, ya que Beijing considera que al llegar antes EEUU podría luego impedir o dificultar los planes de la ILRS.
Misión Artemis I: cómo ver en vivo el acercamiento de Orión a la Luna
Para Washington, la Carrera Espacial es una de las claves de la disputa hegemónica con China. Trump creó la Fuerza Espacial y se reitera una y otra vez en diversos círculos militares y políticos que la gran competencia por el espacio es con China y Rusia, abarcando los aspectos tecnológicos, comerciales, logísticos, de poder, y militares. Este último aspecto no debe sorprender, ya que la misma industria espacial (como tantas otras) tiene un origen militar directo, en concreto los misiles V2 de la Alemania Nazi. EEUU y la URSS adaptaron esa tecnología para sus primeros misiles balísticos y cohetes espaciales, y lo demás es historia conocida.
De esta manera, en este siglo de transición hegemónica (traslado del centro del poder desde Occidente hacia el Asia-Pacífico con centro en China), la tendencia hacia un nueva equilibrio de poder y al multipolarismo, la creciente competencia entre los EEUU y China ha trascendido los ambientes de la geopolítica clásica (mar, tierra y aire), integrando ahora el “territorio espacial” y sus vastos recursos. Vale destacar que ya se han aprobado 4 leyes nacionales (EEUU, Japón, Luxemburgo y EAU) para privatización de recursos espaciales.
Aunque para muchos no sea tan evidente, los Estados y la población de todo el mundo dependen cada vez más del uso de las capacidades espaciales, principalmente satelitales, como los satélites de comunicación, observación, meteorológicos, de posicionamiento como el GPS (el más conocido), etc. El comercio internacional, las transacciones bancarias, las comunicaciones, la televisión, transmisión de datos, meteorología, prevención de desastres y salvamento, y una infinidad de actividades fundamentales realizadas en la Tierra dependen del acceso y uso del espacio exterior.
Y algo fundamental: la seguridad nacional de las grandes potencias depende del uso del espacio y de sus capacidades satelitales. Si EEUU, China o Rusia, u otros, vieran dificultado el uso de sus satélites de vigilancia, reconocimiento, posicionamiento, o alerta temprana, se encontrarían en un estadio de vulnerabilidad que pondría en peligro su integridad y supervivencia.
Por ello, el desempeño en la nueva carrera espacial resulta esencial para los grandes actores en disputa, más aún en este período de enormes tensiones políticas y militares. El ex VP Mike Pence fue contundente en 2019: “estamos en una carrera espacial hoy, tal como lo estábamos en la década de 1960, y los riesgos son aún mayores. En diciembre pasado, China se convirtió en la primera nación en aterrizar en el lado oscuro de la Luna y reveló su ambición de aprovechar el terreno estratégico lunar y convertirse en la nación espacial más importante del mundo”.
La doctrina espacial norteamericana sitúa a China y Rusia como las principales amenazas a las capacidades espaciales del país, tanto públicas como privadas, en tanto que la OTAN definió al espacio exterior como campo de operaciones. El titular de la NASA acusó este año a China de querer apoderarse de la Luna. Desde Beijing tomaron el guante y denunciaron que es EEUU quien quiere apoderarse de nuestro satélite natural, mientras intenta adelantar su plan de alunizaje tripulado.
En términos astropolíticos se refirió directamente el científico chino Ye Peijian, Jefe del programa de exploración lunar de China, cuando afirmó hace unos años que “el universo es un océano, la luna son las islas Diaoyu, Marte es la isla Huangyan. Si no vamos allí ahora a pesar de que somos capaces de hacerlo, nuestros descendientes nos echarán la culpa. Si otros van allí, se harán cargo y usted no podrá ir aunque lo desee”. China apunta a convertirse en una potencia espacial de primer orden, lo que ya está logrando, con algunos hitos que ni siquiera EEUU ha conseguido, como el primer satélite cuántico en el espacio, o el alunizaje robótico (y exploración) del lado oculto de la luna y colocando un satélite en el punto lagrangiano 2 del sistema Tierra-Luna para mantener comunicación desde allí con la Tierra.
EEUU es aún el líder global en asuntos espaciales, pero China se acerca rápidamente, y en Washington ponen en duda que esta nueva carrera vaya a resultar en un triunfo norteamericano. Beijing necesita aún consolidar la independencia y autosuficiencia en capacidades espaciales, lo que reitera en cada uno de sus libros blancos del espacio. Ya son 5 los publicados, el último a principios de este año. Son objetivos vitales para el país.
Un claro ejemplo explica esta necesidad: China ya logró la autosuficiencia en sistemas de posicionamiento satelital con el Beidou System, una de las claves de esta nueva competencia estratégica. Antes dependía del GPS, operado por las FFAA norteamericanas. En 1995/96, durante la tercera crisis del estrecho de Taiwán, China lanzó misiles de advertencia, y EEUU desactivó (o manipuló) sus sistema GPS y dos de los tres misiles que lanzó China directamente se perdieron, sin saber hacia dónde se dirigieron. El uso civil y militar de los sistemas de posicionamiento es fundamental y cada vez más tecnologías y recursos militares (también civiles) dependen de él. Vamos a ser claros y contundentes, ningún país puede considerarse una gran potencia si no es a su vez una potencia espacial.
Por otro lado, el new space nos diversifica el panorama de la competencia, donde actores privados como Elon Musk, Jeff Bezos, Richard Branson y compañías de relevancia (como las grandes empresas del complejo militar-industrial norteamericano), juegan un rol importante. Se suman a decenas de países con nuevos programas espaciales, así como organizaciones internacionales, cientos de pymes y otras instituciones, incluso universidades que fabrican pequeños satélites.
Pero es importante hacer una aclaración, los principales actores privados han recibido –y reciben- el impulso político, estratégico y económico de una o más potencias estatales, siendo la NASA y el sector de la Defensa de EEUU los que más han ayudados a las compañías privadas con transferencia de tecnología y con millonarios contratos. Si no hay apoyo estatal, la evidencia empírica ha demostrado que muchos proyectos privados pueden quedar en la nada.
Una de las principales razones del impulso brindado a Space X (sin dejar de reconocer por supuesto la enorme iniciativa y capacidad de Musk y su equipo), con transferencia de tecnología y millonarias ayudas y contratos, se debió a la imperiosa necesidad de EEUU de recuperar la capacidad de enviar astronautas a la ISS (Estación Espacial Internacional), por medios propios. Desde el 2011 (cuando fueron abandonados los transbordadores espaciales) Washington dependía de Rusia para el servicio de transporte, por Us$ 80 millones el pasaje. Con los desarrollos de Elon Musk, se recuperó esa capacidad vital de transporte espacial. La sinergia público-privada en su máxima expresión. Así se forjan las potencias globales.
Así fue el lanzamiento exitoso del Artemis 1 hacia la Luna
Para la doctrina espacial norteamericana, el sector privado forma parte del poder nacional, y en caso de conflicto, las mismas se ponen a disposición de la guerra. El más claro y reciente ejemplo es la Guerra en Ucrania, donde las capacidades espaciales privadas (Starlink, Maxar Technologies y otras empresas) se pusieron al servicio de Kiev, generando el efecto de “multiplicador de fuerzas” que se observó en el terreno. Consisten en recursos vitales para el desempeño de un actor en el campo de batalla, comprobado esto desde hace ya más de 30 años, con la primera guerra del golfo como escenario fundacional de las “guerras espaciales”.
El factor militar ha sido fundamental durante la primera carrera espacial y lo es hoy durante la segunda. En sólo 4 años, 8 países han consolidado su Fuerzas Espaciales (entre ellos los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU), siendo las de EEUU, China y Rusia las más poderosas hasta el momento, con distintos tipos de armamentos ya desarrollados, algunos utilizados y otros listos para usar: armas ASAT (armas anti satélite) cinéticas, electrónicas, cibernéticas, y de otros tipos. Reino Unido, Francia, Alemania, Australia y Japón son los otros que han creado sus unidades espaciales, aunque con un desarrollo más limitado.
En definitiva, la nueva competencia por el espacio exterior experimenta un período de apogeo, donde las órbitas terrestres, el espacio cislunar y la Luna misma son escenarios de competencia. No es casualidad que en EEUU se esté evaluando retomar la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) de Ronald Reagan, que consiste en militarizar órbitas terrestres para ejercer un mayor control sobre los asuntos en la Tierra y proteger mejor sus activos terrestres y espaciales.
En la Luna, los proyectos de bases permanentes de EEUU y de China, según los planes anunciados hasta hoy día, se ubicarían a menos de 200km de distancia entre sí, en regiones con recursos naturales estratégicos para el inicio de una nueva era de colonización para la humanidad. Esto puede intensificar el conflicto o abrir las puertas a la cooperación, cada actor tomará sus decisiones en base a su interés nacional.
La nueva Carrera espacial se acelera, ese futuro que pensábamos lejano ya está aquí. Las potencias aceleran sus desarrollos, con EEUU buscando mantener el liderazgo y una China poniéndose al día para convertirse en una potencia espacial de primer orden. El acceso y uso libre del espacio exterior es un asunto de seguridad nacional, los actores privados (y estatales como India, Japón y otros) buscan su lugar, mientras esta nueva era abre el camino a una factible explotación económica de los cuantiosos recursos naturales espaciales, lo que incrementaría la riqueza terrestre en términos inimaginables para la gran mayoría de quienes habitan este maravilloso geoide que orbita una pequeña estrella en un lejano rincón de una galaxia perdida en el vasto universo conocido.
*El autor es Licenciado en Relaciones Internacionales, consultor, analista internacional y especialista en Geopolítica del Espacio Exterior