Creo necesario referirme a una cuestión conceptual no menor: la definición de los conceptos “embargo” y “bloqueo”, normalmente utilizados para referirse a las sanciones estadounidenses contra Cuba desde 1962. Mientras los estadounidenses y los críticos de la Revolución utilizan el concepto embargo, el gobierno cubano y sus defensores dentro y fuera de Cuba se encolumnan con fervor militante detrás del término bloqueo. Aparte del sesgo ideológico que puede influir, hay razones técnicas objetivas para diferenciarlos.
Según la explicación del propio gobierno cubano en la página web del Cuba vs Bloqueo del Centro de Información para la Prensa (CIP) “el embargo es una orden o proclama, emitida por un Estado en tiempo de guerra. Una forma judicial de asegurar el cumplimiento de una obligación contraída legítimamente. Puede ser también una medida precautoria de carácter patrimonial autorizada por juez o tribunal o autoridad competente, con igual propósito de cumplir por el deudor sus compromisos con sus acreedores”.
Para explicar el término bloqueo, el CIP explica primero que “desde 1909, en la Conferencia Naval de Londres, quedó definido como principio del derecho internacional que el ‘bloqueo es un acto de guerra’. La política de bloqueo califica como ‘crimen internacional de genocidio’, conforme a lo definido en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 9 de diciembre de 1948”.
La página del CIP termina explicando por qué Cuba prefiere el término bloqueo: es “un conjunto de medidas de coacción y agresión económica, que entrañan una conducta genocida. Significa el “aislamiento”, la “asfixia” y la “inmovilidad” de Cuba. Las acciones ejercidas contra Cuba por el Gobierno de los Estados Unidos no se enmarcan en la definición de “embargo”: Cuba no es deudora de los Estados Unidos y no ha cometido algún delito que autorice el secuestro y liquidación de sus bienes a favor de los Estados Unidos. Cuba no ha sido ni es una amenaza para la seguridad de los Estados Unidos, por lo cual resulta contrario a la ley internacional la pretensión de aplicarle medidas de legítima defensa”.
Acepto las explicaciones de la propia página oficial cubana para definir ambos términos y, por eso mismo, considero que:
◆ Desde 1959 no ha habido guerra alguna entre Cuba y Estados Unidos. Sólo hubo una invasión fallida de soldados cubanos en Bahía de Cochinos en abril de 1961, la Brigada 2506, escasamente apoyada por EE.UU. y fácilmente repelida por Cuba.
◆ La única vez en que unidades navales norteamericanas bloquearon el acceso a la isla fue durante la crisis de los misiles de octubre de 1962, para impedir el arribo de unidades soviéticas que traían misiles nucleares a Cuba. Fue un asunto entre EE.UU. y la Unión Soviética, resuelto entre ambas potencias y en el que no se dio injerencia a Cuba.
◆ No presencié ninguna guerra entre ambos países ni un bloqueo naval estadounidense durante los tres años que residí en la isla (2006-2009). Tampoco me enteré que en ese tiempo, antes o después, buques de guerra norteamericanos impidieran el acceso a puertos cubanos de buques de otras banderas con mercaderías destinadas a la isla.
◆ No voy a convalidar que Estados Unidos ha venido practicando un “genocidio” contra el pueblo cubano. Si bien es cierto que sus gobiernos procuraron forzar por distintos medios un cambio en las condiciones políticas de la isla, no han intentado eliminar a un pueblo. Eso ocurrió con otros genocidios durante el siglo XX, como el Holocausto. Pero comparar las sanciones estadounidenses a Cuba desde 1961 con la solución final perpetrada por el nazismo contra los judíos constituye una exageración que no resiste el menor análisis.
Después de exponer estas consideraciones prefiero asociarme al criterio técnico y opto por el término embargo.
(…)
Más marketing que realidad. La atención de la salud y la educación para el grueso de la población, considerada logro emblemático de la Revolución, tenía mucho más de marketing que de realidad en el tiempo que yo viví en la isla. No puedo extenderme aquí con varias entrevistas como hice en la tesis. Sí puedo reproducir una de ellas, sobre esos temas, que le realicé a una cubana residente en Buenos Aires en 2015, que luego obtuvo la ciudadanía española y emigró a Europa. Me refiero a la fonoaudióloga Ibis García Alonso, cienfueguera graduada en la Universidad de La Habana. Ella había hecho un máster en la provincia argentina de Córdoba y trabajaba en su profesión en la capital argentina.
En un reportaje al diario argentino PERFIL, cuya lectura recomiendo (“Cubana pide refugio político en Argentina y se lo niegan” https://bit.ly/cubana-perfil) la licenciada García Alonso, en abril de 2006, dijo que “existen varias maneras de salir de Cuba. La más habitual es con cubiertas de goma y lanzándose al mar”. Cuando le pregunté sobre el estado de la salud en su país, me relató lo siguiente: “Un desastre total. La monumental mentira del régimen castrista ha sido justamente su tan enarbolada calidad en los servicios de la salud. Desde que tengo uso de razón, mis padres tuvieron que ingeniárselas para conseguir, vía el extranjero, mis medicamentos para el asma. Cualquier proyecto de salud que empezaba bien en Cuba terminaba siendo un cobarde ensayo con los cubanos para luego vender esos servicios a los extranjeros. Entonces ni soñar los cubanos con pisar un establecimiento sanitario (para extranjeros) en los que antaño servimos de conejillos de Indias”.
Cuando le consulté a Ibis por la educación, concretamente por la asistencia obligatoria a las escuelas secundarias del campo, que conllevaban el trabajo compulsivo de los estudiantes, me respondió: “Si no lo hacía [el trabajo obligatorio] no podía estudiar. Y lo peor de todo era que mis padres podían ir a la cárcel si se resistían a la imposición del régimen en ese sentido. Desde los once años fui llevada a trabajar en el campo. Media jornada la dedicaba a labrar la tierra en condiciones infrahumanas. No había opción. El abuso infantil en aquellos enmascarados campos de concentración para niños y niñas era el pan nuestro de cada día. La esclavitud con la labranza de la tierra a la que tantos niños cubanos fuimos sometidos marcó todo mi ciclo escolar: desde el séptimo grado hasta la universidad. Especialmente, si no vivías en la capital o si no pertenecías a una escuela deportiva de alto rendimiento (otra forma enmascarada de esclavitud que siempre tuvo en marcha el régimen) era imposible escapar de las garras del régimen. Creo que cuando asevero que los estudios en el campo eran una forma de esclavitud infantil, queda clara mi postura al respecto”. Casi nada era realmente “gratis” en Cuba, como se decía.
Otro dato real me lo proporcionó mi empleada doméstica en Cuba, ingeniera química, que felizmente pudo evitar que su hija adolescente asistiera a la escuela rural relatada precedentemente. Mi empleada debía “adornar” con algunas divisas a su odontólogo para que utilizara anestesia si no “no aparecía”. Eso era moneda corriente. Un tercer dato se refiere a la existencia de dos tipos de farmacias en Cuba, muy diferenciadas, una para cubanos y otra para extranjeros. Más de una vez mis empleados me solicitaron que les comprara remedios importados en la farmacia para extranjeros porque los cubanos no podían hacerlo, y en la de ellos el remedio no existía. El tercer y último dato es una comparación entre la atención hospitalaria dispensada a cubanos y extranjeros.
Con mi esposa tuvimos oportunidad de visitar a la mujer de un empleado local y a la de un colega de la embajada argentina. Las dos dieron a luz en la misma Maternidad González Coro de La Habana, en diferentes años. La situación para ambas fue totalmente distinta. En cuanto a la primera, el estado de la sala era indescriptible, con carencias inimaginables aún para una humilde equivalente en un hospital del conurbano bonaerense… Prefiero evitar una descripción más detallada. En cambio, la esposa de mi colega, que tuvo mellizas, estaba en una habitación individual con televisión, aire acondicionado y enfermera permanente, por no hablar de las excelentes comidas. Además, el costo del parto e internación de la parturienta argentina superaba ampliamente al de una clínica privada en Buenos Aires.
*Doctor en Ciencias Políticas (UCA) y diplomático argentino retirado.