La primera celebración de la Navidad con un pesebre fue obra de san Francisco de Asís en una cueva en la montaña de Greccio. Fue en 1223, después de estar en Tierra Santa y de recibir la aprobación de su fundación por el papa Honorio III. El Poverello quiso revivir el ambiente de sencillez en el que nació Jesús. Recreó la escena de Belén en un contexto natural, sin figuras. Los presentes celebraron la humildad de Dios en la misa de Nochebuena.
Dios es paradojal: no está abarcado por lo más grande y puede dejarse contener en lo más pequeño. La fe cristiana confiesa que el Dios siempre mayor se hizo el siempre menor. Jesús expresa esa lógica: el Dios inmenso, movido por amor, se entraña en la humanidad frágil.
La paradoja de las paradojas es que el más grande se hizo el más pequeño. La teología piensa esa divina síntesis de contrarios. El joven Hegel decía que en Cristo “lo más bajo es, por eso mismo y al mismo tiempo, lo más alto”. El filósofo luterano quería salvar el núcleo de la fe ante el racionalismo y el pietismo de su época, pero lo encerró en su sistema conceptual.
En la Navidad rezamos: “Tú que siendo fuerte te hiciste débil; Tú que siendo rico te hiciste pobre; Tú que siendo grande te hiciste pequeño”. Cristo, achicado en el pesebre y en la cruz, manifiesta su gloria en los más chiquitos. En el siglo XVI, Bartolomé de las Casas, el gran defensor de los cristos azotados de las Indias, decía que “Dios tiene la memoria muy reciente y muy viva del más chiquito y del más olvidado”. La humildad de Dios desafía a quienes se engrandecen a sí mismos y desprecian a los demás. En su memoria amorosa guarda a los pobres para el mundo, pero que son ricos en la fe; a los excluidos por la cultura del descarte.
El canto del Magnificat de la Virgen María agradece a Dios porque miró la pequeñez de su servidora, manifestó la misericordia a su pueblo, derribó a los poderosos de sus tronos, elevó a los humildes. Los que se creen superiores humillan a sus pueblos y los hacen sufrir mucho. Algún día caerán, como cayeron los emperadores antiguos y los dictadores modernos. Todos los argentinos, en especial los dirigentes políticos, debemos reducir la inflación de la soberbia, ser más modestos, aprender a escuchar sin altivez, valorar a los otros, construir puentes.
El Niño Dios nos interpela en los más humildes y comunica su fuerza en la debilidad. La humildad llama a hacerse pequeño sin caer en pequeñeces y aspirar a cosas grandes sin agrandarse. Trae una nobleza que supera el orgullo y una simplicidad que aleja la mezquindad.
En 1981 Jorge Bergoglio –Francisco– publicó el texto “Conducir en lo grande y en lo pequeño”. El corazón de Dios valora los signos mínimos inspirados en grandes horizontes. San Ignacio de Loyola, fundador de la mínima Compañía de Jesús, enseñó a contemplar el nacimiento de Dios en la carne y hacer todo para la mayor gloria de Dios. Una persona noble sabe que el amor hace grande lo pequeño y pequeño lo grande. Un gran afecto se da en un gesto sencillo.
En 2021 resuena la alegría del Niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Una mujer embarazada brinda esperanza; un bebé causa alegría. El Niño nacido en Belén, en una periferia del mundo, es fuente de gozo y fiesta. Un villancico de Ariel Ramírez y Félix Luna canta: “Dos mil años hace / que ha nacido Dios / el mundo está viejo / pero el Niño no”.
La revolución de la ternura nació en el silencio de Belén. Hoy el Dios Hombre brinda la esperanza de cambiar el corazón, transformar el poder en servicio, vencer la violencia con la paz.
*Decano de la Facultad de Teología de la UCA.