Tuvieron que pasar casi 78 años para que Japón asumiera el rol como líder alternativo de un orden diseñado por Estados Unidos en Bretton Woods en 1944 y cuyo dominio unipolar está actualmente en crisis. Da cuenta de ello el protagonismo que tuvo en la Cumbre del G7 en Hiroshima, donde se respira el vivo recuerdo de la capacidad de destrucción masiva de las bombas atómicas, un asunto que volvió a estar en agenda en el marco de la guerra en Ucrania y la amenaza nuclear de Rusia.
El primer ministro japonés, Fumio Kishida, convocó a los representantes de las siete potencias industriales democráticas a la ciudad devastada por el bombardeo atómico que está situada en el oeste de Honshu, la mayor del archipiélago japonés. Ningún detalle le fue ajeno al anfitrión, en especial desde el plano simbólico. Kishida, quien tiene como misión de vida el desarme y la no proliferación nuclear, logró que durante tres días el mundo pusiera foco en ese lugar protagonista de uno de los momentos más oscuros de la historia contemporánea escrita por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial y que, de cierta forma, relativizó la responsabilidad a Estados Unidos sobre el único bombardeo atómico registrado en la historia en un contexto de guerra.
La sombra del holocausto nuclear en Hiroshima. En el Museo de la Bomba Atómica todavía está fresca la inclusión de la mención al Enola Gay, el avión de combate estadounidense que arrojó a Little Boy en el corazón político y comercial de Hiroshima a las 8.15 de la mañana del 6 de agosto de 1945. Un detalle que hasta hace algunos años quedaba en un segundo plano en los pasillos de la muestra situada en el Parque Memorial por la Paz, donde está el cenotafio con la llama eterna en homenaje a las víctimas y la Cúpula de la Bomba Atómica, patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Da cuenta de la idiosincrasia japonesa que incluye haber resignificado el sentimiento de venganza hacia uno de paz y un llamado al desarme nuclear. Un mensaje representado por los Hibakusha, tal como se conoce a los sobrevivientes del bombardeo. “Con el odio no se puede hacer la paz”, dijo Yasuko Kondo durante un encuentro del que participó esta cronista en el marco del programa especial para periodistas invitados por el gobierno nipón a la Cumbre del G7. Apelando a su memoria, Tsutomu Yamamoto, que tenía 14 años al momento de la explosión, fue categórico: “No debería llamarse bomba atómica. No sirve para hacer la guerra. Es un elemento de exterminio”.
Lo qué pasó en Hiroshima desfiguró toda concepción de guerra que jamás haya existido. La destrucción masiva marcó las relaciones internacionales durante la Guerra Fría. La explosión de cuatro toneladas y media de uranio redujo a la ciudad que supo ser potencia nacional a puras cenizas y exterminó en pocos días a 140 mil personas, según cifras oficiales. Miles murieron al instante y otras en extrema agonía sin recibir tratamiento médico adecuado durante el incendio que siguió a la detonación. Un verdadero “infierno en vida” en el que cuerpos sedientos, hinchados, con quemaduras, ampollas y la piel colgando se acumulaban en la rivera del río, deambulando y rogando agua. Otros cientos de miles fueron sometidos a un sufrimiento inconmensurable en su lucha por sobrevivir y posteriormente recomponer sus vidas. También a superar el trauma de las enfermedades de la radiación, el efecto silencioso y duradero que distingue a este tipo de armamento y que elevó a poco más de 330 mil el número de víctimas.
La paradoja del desarme nuclear. Estas imágenes estuvieron en la retina de los líderes del G7 durante los cuarenta escasos minutos que duró el recorrido. Al salir, los jefes de Estado y de gobierno de Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Canadá y la Unión Europea hicieron una ofrenda floral y dieron sus mensajes por la paz con las amenazas explicitadas por Vladimir Putin bajo la mira. En especial luego de que el guardián de 5.977 ojivas nucleares anunciara el despliegue de parte de su armamento en Bielorrusia.
El presidente estadounidense Joe Biden, custodio de 5.428 bombas nucleares, expresó: “Que las historias de este museo nos recuerden a todos nuestras obligaciones para construir un futuro de paz. Juntos sigamos avanzando hacia el día en que finalmente y para siempre podamos librar al mundo de las armas nucleares. Mantengamos la fe”. No obstante, el mensaje de paz del titular del único país que utilizó armas nucleares quedó ensombrecido por su aprobación del envío de los caza F-16 a pedido del invitado sorpresa a la Cumbre, el ucraniano Volodímir Zelenski, una decisión que podría tener un impacto en la escalada bélica en Europa.
Como telón de fondo estuvo la posibilidad (improbable pero latente) de una guerra nuclear entre las potencias firmantes del Tratado de No proliferación Nuclear que reúnen 12.270 bombas nucleares, incluido el arsenal de Francia (290), Reino Unido (225) y China (350).
Sanciones a Rusia y cautela hacia China. En la sesión denominada “Asuntos globales complejos”, el G7 discutió por última vez lo que fue el gran denominador común del encuentro llevado a cabo entre el 19 y el 21 de mayo: ratificar el apoyo a Ucrania e incrementar la presión contra Rusia en forma de nuevas sanciones. “Hubo dos mensajes claros. Uno es el respeto por el orden internacional libre y basado en el imperio de la ley. El otro es el engagement con los socios internacionales, con el Sur Global, para luchar contra las crisis complejas”, indicó a este medio un alto funcionario de la Cancillería japonesa previo al cierre del evento.
Por otro lado, se hizo referencia a la preocupación por la expansión de China, con particular énfasis en la región del Indo Pacífico según la óptica de Japón, que impulsa una propuesta para promover las relaciones “libres y abiertas” en esa región. No obstante y a diferencia de Moscú, los líderes mantuvieron una actitud cautelosa frente a Beijing, congelando sus diferencias en torno a la cuestión de Taiwán. Se limitaron a grandes rasgos únicamente al pedido de unión contra la “coerción económica”, algo que fue duramente criticado por el gobierno de Xi Jinping. Fuentes del gobierno japonés aseguraron que de todos modos “mantienen los canales abiertos” y la comunicación con el gigante asiático.
En esa sesión también se habló de la sostenibilidad de la deuda de los países emergentes que el G7 busca convencer –sin mayor compromiso en la práctica– para que incrementen la presión contra Rusia. En su representación estuvieron dos invitados especiales: el brasileño Lula da Silva que se presentó como una tercera vía; y el indio Narendra Modi, presidente del G20 y titular de armas nucleares al igual que Pakistán, Corea del Norte e Israel.