OPINIóN

Los dichos del Presidente, las desdichas de nuestra gente

La semana pasada el presidente ha redoblado la estrategia de tapar con exabruptos y barbaridades sus fracasos.

Javier Milei en la jura de Donald Trump en el Capitolio de Washington
Javier Milei en la jura de Donald Trump en el Capitolio de Washington | AFP

Primero porque su periplo norteamericano sólo puede haberle provocado dolor en las orejas, todo lo que tuvo que escuchar del presidente Trump es la antítesis de lo que Javier Milei le prometió a los argentinos. El nacionalismo y productivismo es la antítesis de la antipatria y la timba que caracterizan al gobierno, el estímulo a la explotación tradicional de petróleo para impulsar la industria norteamericana es lo contrario del debate sobre cuál es el mejor puerto para exportar nuestro gas, el reclamo de energía barata para la producción y por lo tanto el análisis de cuánto cuesta producirla es lo opuesto de “el valor de los bienes los determina el mercado, no el costo”. Su peluca se movía en la última fila de los invitados, mientras escuchaba lo que no deseaba oír.

Entonces partió a Davos, donde ya mostró el año pasado la inimputabilidad y la desfachatez con las que esconde su ignorancia. Ahora, le habló a un auditorio casi vacío sobre una agenda del neoliberalismo y la socialdemocracia que ya la realidad ha superado. Su discurso reveló el compendio de prejuicios que se alojan en la cabeza del presidente.

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Muchas veces hemos explicado que la expresión de cierto feminismo denunciando la llamada brecha salarial tiene una intención implícita: ignorar la importancia social y económica del trabajo de las mujeres en el hogar. Desde que pasaron por nuestra historia Perón y Evita, en nuestro país corresponde igual salario por igual trabajo, por lo tanto no hay brecha de salarios. Lo que hay, y puede verse en las estadísticas del INDEC, es una brecha de ingresos, es decir el total de los ingresos femeninos es equivalente a tres cuartas partes, aproximadamente, de los ingresos masculinos. Se explica perfectamente porque las mujeres realizamos más del triple en horas –y no está cuantificado en calidad y rigidez horaria- del trabajo doméstico que no está remunerado, por lo tanto tenemos menos horas de trabajo rentado y también que los puestos jerárquicos, gerenciales, los que no pueden tener restricciones de dedicación horaria (la política, la dirigencia sindical y empresarial, las gerencias de grandes y pequeñas empresas, entre otras) sean ocupados por varones.

La discusión no fue ingenua, porque un diagnóstico erróneo (brecha salarial) implica una propuesta inconducente: dijeron que había que ¡¡¡legislar!!! la igualdad de género en el salario (atrasaron 80 años), postularon que hay que pagar que la crianza de los niños se haga fuera del hogar (¿para que sea de calidad?), ignoraron la propuesta de Evita sobre la necesidad de que las mujeres que llevan adelante un hogar tengan derecho a la autonomía económica.

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Para el peronismo todas las discriminaciones son contrarias a su doctrina, y el norte que mira la determinación de su política, es la necesidad del pueblo de lograr su felicidad y construir la grandeza de la patria. ¿Es posible asegurar los derechos de cualquier sector si no tiene donde vivir, en qué trabajar, cómo comprar la comida, como compartir con su familia? Obvio que no. Jamás las agendas de las minorías pueden sobreestimarse por encima de la construcción de un proyecto nacional donde cada uno tenga el derecho y la posibilidad de ganarse el pan, de compartir la mesa con su familia, de brindar a los hijos y a los jóvenes la educación y las oportunidades de desarrollo personal que son indispensables, ni de olvidar el respeto a nuestros ancianos, a su sabiduría, a su experiencia y a su necesidad de que los cuidemos como ellos nos cuidaron. Dicho todo esto, volvamos a las palabras del Presidente, a esa bolsa de prejuicios y de agravios, tan dañinos que le puso a las personas homosexuales el sayo de un delito aberrante como es la pedofilia.

La crisis profunda que vivimos en Argentina la reflejan los trabajadores de todo oficio, de toda empresa sea pública o privada, si tienen trabajo el salario no les alcanza y temen que no les dure, las amas de casa que necesitan milagros cada día para poner la mesa, las personas jubiladas que venían mal y están cada día peor porque no sólo dibujan el equilibrio fiscal sobre el desequilibrio cotidiano de sus finanzas familiares, de las empresas –sean grandes, medianas o pequeñas- de producción o de servicios, de la capital o de las provincias, porque ninguno que no sea un especulador o un timbero puede exhibir hoy un logro con la política de este gobierno.

Frente a eso le decimos, sr. Presidente, no esconda su destructiva política con discursos grandielocuentes “antiderechos” y a los compatriotas los invitamos a reconocer que el problema de este gobierno no radica en que ataca a este sector o a tal otro, sino que su gobierno NO está destruyendo el estado como prometió, está Destruyendo la Patria, la economía, el trabajo, a todo nuestro Pueblo. Más cipayo, imposible.

(*) La autora es presidenta del Partido Principios y Valores – Capital Federal