Una especie “exótica” es aquella que crece fuera de su área de distribución natural y más allá de sus posibilidades intrínsecas de dispersión. En la inmensa mayoría de los casos, las especies exóticas son introducidas en los nuevos ambientes por el hombre, en forma tanto intencional como inadvertida.
Desde la antigüedad, el hombre ha dispersado consigo numerosas especies animales y vegetales para atender sus necesidades alimenticias, principalmente, pero también medicinales, estéticas y hasta espirituales. Los grandes viajes de exploración de los últimos siglos permitieron a muchas especies superar las barreras geográficas naturales a su dispersión, como las cadenas montañosas o los extensos océanos, barreras que mantenían, por decirlo de algún modo, separadas a las distintas biotas del globo. En los últimos años, el traslado de especies desde y hacia sitios remotos se acentuó drásticamente, favorecido por el avance de los medios de transporte, el turismo y el intenso comercio internacional. Si bien los movimientos de especies ocurren en forma natural, y vienen ocurriendo durante la historia de la vida en el planeta, los debidos a la actividad humana han acelerado notablemente la tasa de migración
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Junto con las especies introducidas intencionalmente con fines específicos el hombre introdujo e introduce, además, otras tantas especies en forma accidental. Muchos microorganismos, hongos, insectos, pequeños mamíferos, aves y reptiles, plantas, o sus frutos y semillas, han sido y son trasladados por el hombre en forma inadvertida. Las actividades forestal y agropecuaria favorecen este transporte inadvertido, por ejemplo, el ganado, cuando es trasladado entre regiones, puede llevar frutos o semillas de especies diversas adheridos al pelaje o en su tracto digestivo; el movimiento de maquinaria agrícola (tractores, cosechadoras, pulverizadoras, etc.) de un lote a otro puede dispersar plagas y malezas.
Muchos microorganismos, hongos, insectos, pequeños mamíferos, aves y reptiles, plantas, o sus frutos y semillas, han sido y son trasladados por el hombre en forma inadvertida
La mayoría de las especies introducidas, sin embargo, no logran subsistir en los nuevos ambientes o fuera de condiciones de cultivo. Sólo unas pocas pueden establecerse y desarrollar poblaciones espontaneas; con el tiempo, estas especies pasan a formar parte de la biota “adventicia” del lugar. Así, una especie adventicia es aquella que se ha naturalizado en un nuevo ambiente o ecosistema, luego de haber sido introducida por el hombre para su cultivo o cría, o bien, en forma accidental. En algunas regiones o países, la biota adventicia puede ser proporcionalmente significativa; para citar un ejemplo extremo, el 50% de la flora vascular de Nueva Zelanda es adventicia, debido, principalmente, a la introducción de cultivos durante la colonización británica.
Algunas especies introducidas, luego de establecerse, pueden proliferar en forma exagerada y ocasionar alteraciones significativas en la comunidad o, incluso, en el ecosistema completo. Estas especies son catalogadas como especies “invasoras”. Las especies invasoras compiten agresivamente por los recursos (nutrientes del suelo, agua, luz) con las especies nativas, provocando una reducción de sus poblaciones y, en algunos casos extremos, extinciones de escala local o regional. La biodiversidad del ecosistema invadido disminuye y las especies nativas son desplazadas por las invasoras.
Tal vez, el mejor modo de entender cómo impacta sobre un ecosistema el establecimiento de una especie invasora, sea repasando el concepto de especie “nativa”. En su concepción tradicional, una especie es considerada como nativa de una región, o de una ecorregión, cuando sus poblaciones se desarrollan y se mantienen en forma espontanea. A estas especies también se las suele llamar “indígenas” o “autóctonas”, para hacer referencia a que son propias de un lugar. Esta definición tan general no logra reflejar que, para alcanzar esta condición, las especies nativas han debido evolucionar durante miles de años en un medio físico determinado, bajo condiciones climáticas particulares, interactuando con otras especies de plantas, animales y microorganismos y contribuyendo a la formación del suelo. Como resultado, las especies nativas integran comunidades cercanas al equilibrio, con una estructura y una dinámica particulares, una fisonomía y composición específica determinadas. Es este contexto, la irrupción de una especie invasora puede modificar, en relativamente poco tiempo, la composición y estructura de una comunidad que requirió de miles de años para formarse.
Como resultado, las especies nativas integran comunidades cercanas al equilibrio, con una estructura y una dinámica particulares, una fisonomía y composición específica determinadas, ya sea en forma intencional o accidental, la introducción de especies puede traer consecuencias impensadas, de distinta magnitud y alcance, puede afectar puntualmente a una especie nativa, alterar la estructura y la dinámica de toda la comunidad, imprimir cambios en el paisaje, etc. Los ejemplos de invasiones biológicas abundan en la Argentina, a modo de ejemplo pueden describirse dos casos emblemáticos, que se originaron con introducciones intencionales y que derivaron en un drástico deterioro de los ecosistemas locales.
El primero de ellos está referido al “castor americano” (Castor canadensis), introducido en la isla de Tierra del Fuego con fines comerciales, para promover la industria peletera en la región. En la década de 1940 unos 20 castores fueron liberados en las cercanías del Lago Fagnano. En este nuevo ambiente, el castor no encontró competidores para acceder al alimento ni predadores naturales, por lo cual sus poblaciones proliferaron y se extendieron por los bosques y la estepa; se estima que en la actualidad existen unos 100000 individuos. El castor destruye los bosques fueguinos y construye diques que modifican el curso de los ríos. En su ambiente natural en América del Norte, el castor mantiene una dinámica de relaciones con el resto de las especies con las que cohabita.
El segundo ejemplo corresponde al reino vegetal, está referida al “ligustro” (Ligustrum lucidum), una especie asiática introducida a principios del siglo XX para arbolado urbano y cercos vivos. Se trata de árboles de pequeño y mediano porte, con follaje frondoso siempreverde y crecimiento rápido. Su fructificación es copiosa y sus frutos carnosos son consumidos por las aves, que dispersan sus semillas. Sus renovales crecen sin inconvenientes a la sombra de la planta madre y, en pocos años, pueden conformar bosquecillos casi puros. Desde su introducción, el ligustro ha invadido áreas periurbanas y ambientes naturales por igual. En algunos sectores costeros del Río de la Plata, por ejemplo, el ligustro se ha transformado en el elemento dominante de la vegetación, desplazando a las leñosas indígenas que conformaban una selva baja sobre los márgenes del río (la selva marginal Paraná-Platense). De este modo, una comunidad relativamente compleja, con diversos estratos y mayor riqueza de especies, se transformó en un bosquecillo homogéneo y poco diverso. Los ligustros crecen rápido y sus copas superan en altura a las de los árboles nativos, resultando unos competidores más eficientes en cuanto a la captación de la luz. Las copas frondosas de los ligustros impiden que la luz llegue al suelo, con lo cual también se afecta el sotobosque. Una invasión similar de ligustro está ocurriendo en la selva montana de las Yungas, en el noroeste del país.
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Para eliminar una posible ambigüedad respecto al concepto de “especie invasora” se puede señalar que, en agronomía, suele rotularse como especies invasoras a las que invaden los cultivos, independientemente de si se trata de especies exóticas o nativas. Cuando se trata de plantas invasoras, se las asocia al concepto de “maleza”, un elemento indeseado en un cultivo, huerta o jardín.
Muchas veces las especies exóticas se establecen en poblaciones pequeñas y sólo se vuelven invasoras si se dan ciertas condiciones, usualmente fortuitas o poco frecuentes, como una temporada de temperaturas excepcionales, incendios o desaparición de especies competidoras, por ejemplo. En este sentido, la práctica agropecuaria tradicional puede favorecer algunas invasiones; el desmonte, la rotulación del suelo, la aplicación de agroquímicos, el establecimiento de canales de riego, el sobrepastoreo, etc., pueden promover la proliferación de malezas, tanto de especies exóticas como nativas.
Cuando las invasiones biológicas afectan a los denominados “servicios ecosistémicos” suelen ocasionar pérdidas económicas significativas y traer problemas para la salud de las personas. El concepto de servicio ecosistémico refiere a los recursos de los ecosistemas naturales que brindan bienestar a las personas, por ejemplo, el aprovisionamiento de agua y alimentos, la regulación de la temperatura y purificación del aire debidas a los bosques, la valoración estética o espiritual de un determinado paisaje, etc.
Muchas especies exóticas invasoras pueden convertirse en vectores de enfermedades, basta sólo con recordar al “mosquito tigre” (Aedes aegypti), transmisor del “dengue” y la “fiebre amarilla”, introducido desde África en forma accidental.
En la actualidad, se estima que la invasión de especies exóticas es la segunda causa de disminución de la biodiversidad de los ecosistemas a nivel global, después del deterioro y destrucción de los hábitats naturales a causa de las actividades humanas, la extensión del tejido urbano y la frontera agropecuaria.
En este contexto, y tras haber adherido al “Convenio de Diversidad Biológica” (Rio de Janeiro, 1992), la Argentina estableció la “Estrategia Nacional de Diversidad Biológica”, que define las pautas de introducción y manejo de especies exóticas invasoras, procurando minimizar el impacto sobre los ecosistemas naturales, hábitats o especies nativas. En las últimas décadas los gobiernos tanto nacional como provinciales han establecido numerosas normativas e implementado programas tendientes a prevenir la introducción de especies exóticas con potencial invasor y a mitigar el daño ocasionado por aquellas que se han establecido. Algunas normativas se establecieron para tratar problemas puntuales, por ejemplo, la Ley 696/06 declara como especie perjudicial al castor en la provincia de Tierra del Fuego; otras, en cambio, son más generales, por ejemplo, la Ley nacional 4084/1902, regula las importaciones de productos vegetales al país.
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El manejo de especies exóticas invasoras se basa en la prevención, la detección o alerta temprana y el control, que puede implicar la erradicación de la invasora. A nivel nacional, el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible lleva adelante el proyecto “Estrategia Nacional sobre Especies Exóticas Invasoras” (ENEEI), en cuyo marco se sostiene el “Sistema Nacional de Información sobre Especies Exóticas Invasoras”. En este sistema están identificadas y catalogadas unas 730 especies exóticas invasoras, de las cuales unas 450 corresponden a especies vegetales y las restantes a vertebrados e invertebrados, algas y hongos. Para cada especie invasora, esta base de datos contiene información sobre las localidades de ocurrencia, características morfo-anatómicas y fisiológicas, preferencia de hábitats y bibliografía pertinente. La información se mantiene actualizada, a medida que se documentan nuevos registros de invasión.
Muchas de las plantas catalogadas como invasoras son tan comunes y frecuentes que resulta sorprendente constatar que no son nativas de nuestro país. Entre las hierbas se pueden mencionar: “achicoria” (Cichorium intybus), “apio cimarrón” (Ammi majus), “bolsa de pastor” (Capsella bursa-pastoris), “borraja de campo” (Echium plantagineum), “carda” (Dipsacus fullonum), “cardo” (Carduus acanthoides), “cerraja” (Sonchus sp.), “diente de león” (Taraxacum officinale), “hiedra” (Hedera helix), “lupulina” (Medicago lupulina), “nabo” (Brassica rapa), “quinoa blanca” (Chenopodium album), “trébol blanco” (Trifolium repens, Melilotus albus), “trébol de olor amarillo” (Melilotus indicus), “yerba del mosquito” (Phyla nodiflora); también diversas gramíneas, como “cola de zorro” (Hordeum murinum), “pata de perdíz” (Cynodon dactylon), “pastito de invierno” (Poa annua) y “raigrás” (Loilum multiflorum). Muchos arbustos y árboles introducidos como ornamentales o forestales también se han establecido y tienen características invasoras, entre ellos están: “álamo plateado” (Populus alba), “árbol del cielo” (Ailanthus altissima), “arce” (Acer negundo), “camara” (Lantana camara), “ligustrina” (Ligustrum sinense), “madreselva” (Lonicera japonica), “mimosa” (Acacia dealbata), diversas especies de “eucaliptos” (Eucalyptus sp.), “pinos” (Pinus sp.) y “sauces” (Salix sp.), “laurel” (Laurus nobilis), “mora blanca” (Morus alba), “paraíso” (Melia azedarach) y “ricino” (Ricinus communis).
Como se comentó anteriormente, la introducción de especies puede producir efectos impensados. Por este motivo, se intenta determinar el “potencial invasor” de una especie a través de la evaluación de diversos indicadores que permiten estimar el riesgo de introducirla a un nuevo ambiente. Para las especies vegetales, por ejemplo, se contemplan la abundancia y rango geográfico que ocupan en sus ambientes originales, el porte y vigor de las plantas, la cantidad de semillas producidas en cada temporada y sus mecanismos de dispersión, la duración de los períodos de floración y fructificación, la capacidad de rebrote, si cuenta con mecanismos de propagación vegetativa, entre otras características.
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Algunas invasiones vegetales pueden producir degradación del suelo, modificaciones en el régimen hídrico y alteración del paisaje. Cuando avanzan sobre tierras productivas, las especies invasoras afectan el rendimiento de los cultivos y, en casos severos, disminuyen en el valor de la tierra. A continuación se mencionan algunas invasiones vegetales que afectan comunidades y ecosistemas locales.
El caso del “sorgo de Alepo” (Sorghum halepense) es un ejemplo muy conocido de invasión biológica, que muestra la falta de previsión que existía en el pasado respecto a la introducción de especies, consecuencia del desconocimiento de la biología de algunos cultivos y del funcionamiento de los distintos ecosistemas naturales. El sorgo de Alepo es una especie originaria del Mediterráneo del norte de África, introducida como forrajera a principios del siglo XX pero declarada como plaga a los pocos años y prohibida su siembra en el territorio argentino. Su rápida expansión se entiende por la alta viabilidad de sus semillas y, principalmente, por sus rizomas de tipo indefinido, que exploran el suelo en todas direcciones, actúan como órganos de almacenamiento y resistencia durante la temporada fría y como mecanismo de reproducción vegetativa. Se la considera una especie invasora en más de 50 países de climas tropicales y templados; en la Argentina ha invadido diversos agro-ecosistemas, en un rango geográfico muy amplio, desde las provincias del norte hasta el Río Colorado. La afectación del suelo se debe al gran desarrollo de sus rizomas. Su control comenzó siendo mecánico y luego se integró a programas de manejo que combinaban rotación de cultivos y herbicidas. En la actualidad existen biotipos resistentes al glifosato y a graminicidas y las medidas de control para evitar la dispersión involuntaria de una región a otra están enfocadas en el equipo de cosecha. El sorgo de Alepo, por cuanto afecta notablemente a los agro-sistemas, representa un claro ejemplo de perjuicio económico debido a las invasiones biológicas.
Entre las invasoras leñosas, se encuentra la “acacia negra” o “acacia de tres espinas” (Gleditsia triacanthos), una especie arbórea originaria de América del Norte, fácilmente distinguible por sus espinas caulinares ramificadas y sus legumbres grandes y planas, que se tornan negruzcas al madurar. En la Argentina la acacia negra se introdujo como ornamental pero se ha propagado rápidamente por distintas provincias. Sus frutos son consumidos por el ganado, que disemina las semillas con las heces. Las aves también contribuyen a la dispersión de las semillas, que poseen cubiertas duras y que se escarifican al pasar por el tracto digestivo de estos animales. Según algunos estudios, su éxito reproductivo estaría basado en la capacidad de sus semillas para germinar en condiciones climáticas diversas. Las plantas son de difícil erradicación, soportan la sequía, resisten la poda y poseen gran capacidad de rebrote. Así, compiten con las leñosas nativas y producen pérdidas económicas cuando avanzan sobre terrenos productivos.
El “lirio amarillo” (Iris pseudacorus) es una especie palustre originaria de Europa, introducida como ornamental por su vistosa floración. Sus poblaciones se establecen en terrenos anegadizos y bordes de lagunas permanentes y semipermanentes. Las plantas se multiplican rápidamente por medio de sus fuertes rizomas y gracias a una gran producción de semillas. En poco tiempo, las poblaciones de lirio amarillo avanzan sobre el espejo de agua en cuyas márgenes viven. El denso entramado de rizomas forma “embalsados” flotantes, que acumulan sedimentos y restos orgánicos en forma lenta y progresiva, se hacen más profundos y terminan colmatando la cubeta. Así, estos ambientes que solían ser diversos se transforman en un tapiz de fisonomía homogénea. El problema adicional que resulta de la desaparición de los espejos de agua, y de los humedales en general, es la drástica disminución de la fauna asociada a los mismos: peces, insectos y moluscos, ranas, tortugas de agua, coipos y gran cantidad de aves que buscan alimento en las lagunas o que anidan sobre la vegetación palustre circundante. Así, la invasión de lirio amarillo produce cambios en el régimen hídrico, pérdida de biodiversidad, alteración de la estructura de la comunidad y del paisaje.
Otras especies invasoras que afectan la biodiversidad y el régimen hídrico de los ambientes que invaden son los “tamariscos” o “tamarindos” (distintas especies del género Tamarix). Estas plantas leñosas fueron introducidas desde el Viejo Mundo con fines ornamentales, para fijar suelos en áreas costeras o como cortinas rompe-viento. En regiones áridas y semiáridas del país, los tamariscos reducen la disponibilidad de agua, tanto subterránea como superficial, debido a sus raíces que penetran el suelo en profundidad. Cuando las poblaciones se establecen cerca de cuerpos de agua semipermanentes, o permanentes y de escasa profundidad, la absorción del agua del suelo y la pérdida por traspiración a la atmósfera, pueden provocar la desecación de los mismos. Además, aumenta la salinidad del suelo, lo que impiden el crecimiento de muchas especies autóctonas, tanto vegetales como animales. El resultado es una caída de la biodiversidad y una degradación del ambiente.
En las sierras del sur de la provincia de Buenos Aires se encuentran algunos de los pocos pastizales pampeanos en estado prístino. Estos pastizales están siendo invadidos por la “retama” (Spartium junceum), una leguminosa originaria de Europa e introducida como ornamental por su profusa y llamativa floración amarilla. La gran producción de semillas y su poder germinativo es uno de los factores responsables de su éxito como invasora; otros factores son su capacidad de rebrote, tolerancia al fuego y el establecimiento de poblaciones densas, cualidades que dificultan su control y erradicación. Como la mayoría de las leguminosas, las raíces de la retama establecen relaciones simbióticas con bacterias fijadoras de nitrógeno atmosférico, de modo que suelen alterar la composición mineral del suelo. Como se trata de una especie arbustiva, la proliferación de retamas cambia la fisonomía del paisaje, los pastizales alternan con manchones arbustivos.
Para finalizar, se puede comentar la situación contraria, la de una especie autóctona de Sudamérica que se ha extendido como invasora en otras partes del mundo. Es el caso del “camalote” o “Jacinto de agua” (Pontederia crassipes), que se ha transformado en una de las plantas acuáticas más invasoras del mundo. Algunos atributos ornamentales, como el hábito flotante, las hojas con pecíolos inflados y una llamativa floración lilacina, han justificado su difusión en los distintos continentes. Se trata de una especie con gran capacidad de multiplicación vegetativa y es muy difícil de erradicar. Puede obstruir vías de navegación y canales de riego. Impide la entrada de luz en los cuerpos de agua, lo que disminuye la diversidad biótica de los mismos.
* Profesor Titular de Botánica Agrícola. Facultad de Ciencias Agrarias y Veterinarias, Universidad del Salvador, Campus Nuestra Señora del Pilar.