Allá por 1985, en tiempos de Alfonsín, visité en La Rioja al entonces gobernador Carlos Menem. Le había solicitado una entrevista para el semanario El Periodista, que yo dirigía, y me invitó a su provincia.
Llegué sobre mediodía y alguien de la gobernación me esperaba para llevarme a almorzar con Don Carlos. En fin, que pasé casi todo el día con él, ya que hicimos la entrevista, conversamos de diversos temas y al cabo me invitó a una “cena con amigos”. Nunca volví a verlo, pero debo confesar que la pasé bomba. Menem era un tipo realmente simpático, en el sentido de que no se esforzaba por parecerlo. Abogado, no era lo que vulgarmente se entiende por “culto”, pero sí versado y muy inteligente, rápido en sus respuestas y habilísimo en desviar la conversación cuando el tema no le convenía. En estos casos, era más simpático que nunca.
Durante la cena con una docena de sus amigos, cuando anuncié que me retiraba porque debía levantarme temprano, Don Carlos me atajó con un “¿Ahora te vas a ir? En un rato vienen las chicas…!!” Puede que me equivoque, pero me estaba invitando a lo que tenía toda la pinta de una festichola. Me retiré, no por moralina o pudibundez, sino porque debía regresar a Buenos Aires y editar la entrevista. Me hubiese quedado hasta por simple curiosidad, pero El Periodista cerraba su edición semanal la noche siguiente.
Esta remembranza que, aclaro, nada tiene de valorativo en términos morales, viene a cuento porque también pinta al personaje político; a alguien que nada oculta de su accionar. Que incluso en broma, invita a una festichola a un periodista que viene a entrevistarlo como gobernador y que no conoce, aunque sabe que dirige un semanario opositor. No creo que hubiese actuado de otra manera si yo hubiese representado a una publicación religiosa o sensacionalista.
Pero a Menem eso no le importaba, porque su desparpajo y variados escándalos siempre le dieron como resultado apoyo político y social. Don Carlos fue un prototipo político nacional, de los varios que hubo, el antecesor de Doña Cristina. Fue un presidente peronista que se asoció con neoliberales y aplicó sin tapujos sus propuestas económicas, que empezaron en euforia y acabaron en drama. Fue un ex Presidente juzgado y condenado por gravísimos asuntos, no sólo económicos, sino incluso vinculados al terrorismo, pero eludió las penas en su condición de senador electo en su provincia en dos ocasiones consecutivas.
¿En que país cuya estructura económica, política, institucional y social, cultural en suma, no esté afectada hasta el hueso por la inmoralidad ocurren esas cosas? En muchos, por cierto; incluso en los mejores. Pero de lo que se trata aquí es de la aceptación política y social que entre nosotros generan esos personajes y sus acciones.
Y allí está el quid de “la grieta” política argentina y la impotencia ante ante la crisis económica y social. El problema no pasa por peronismo o liberalismo; siquiera izquierda o derecha, sino república decente o “república” mafiosa. En principio, una grieta política se soluciona con diálogo entre las partes. Pero ¿acaso se puede dialogar con corruptos en busca de soluciones que inevitablemente pasarían por afectar sus intereses?
Comportamientos mafiosos hay en casi todos nuestros sectores políticos, institucionales y sociales. Por lo tanto, un diálogo honesto y constructivo sólo es posible entre la gente decente de cada sector. Pero esa gente tiene antes que asumir los problemas de su propio campo; señalar a los responsables y llegado el caso, romper relaciones.
En cuanto a Menem, se debe lamentar su muerte, como la de cualquier ser humano. Pero no se debe homenajear a un probado corrupto, ni dejar de señalar sus delitos. Menos cuando se trata de un ex gobernador, Presidente y Senador de la República. Se trata de nuestra historia y de lo que debemos aprender de ella para salir del pozo.
*Periodista.
Producción: Silvina Márquez