Esta semana el Presidente se presentó en el Foro Económico Mundial de Davos, reunión que agrupa a los principales líderes empresariales y políticos, y donde dejó entrever algunas contradicciones. Durante 2021, Argentina deberá llegar a un acuerdo con el FMI para extender el plazo de la deuda por USD 44.000 millones, que se concentran entre 2022 y 2023. Esta agenda no quedó exenta en el discurso del día jueves, donde Alberto Fernández lanzó mensajes ambiguos.
En primer lugar, mostró una postura más combativa al afirmar que “ya no existe lugar para ajustes irresponsables”, pero luego manifestó que tanto el país como el FMI entienden que se deberá hacer un esfuerzo para reducir gradualmente el déficit fiscal y acumular reservas, algo que a todas luces será una de las exigencias del organismo durante las negociaciones.
También afirmó repetidas veces que las charlas entre ambas partes son muy constructivas dando a entender que Argentina está haciendo lo correcto resaltando además que el país se está recuperando más rápido de lo previsto. Al mismo tiempo, en las proyecciones globales que publicó el FMI durante enero se revisaron las expectativas de crecimiento de Argentina a la baja, dejando entrever que ven el sendero de recuperación más lento de lo esperado inicialmente.
Esto último es curioso, dado que prevén un crecimiento de apenas 4,5% para 2021, cuando el arrastre que se calcula que dejará el año pasado ronda los 5,5 pp. Tampoco es un fenómeno global dado que mejoró la proyección de crecimiento para emergentes y para América Latina.
Otra de las frases que dejó la presentación de Alberto Fernández en el foro es aquella que afirma que “no es el tiempo del conformismo, sino de la transformación”. Una sentencia así permitiría pensar que la administración actual entiende que se deben encarar reformas estructurales en el país, y sin embargo durante 2020, en el marco del establecimiento de una nueva fórmula de movilidad, se optó por volver a aquella que se fijó en 2008; ante la inestabilidad cambiaria se acudió a viejas prácticas conocidas como restricciones de importaciones y endurecimiento del cepo, acumulando distorsiones, y como principal medida para contener la inflación se utilizaron las regulaciones de precios.
A esto se suma haber perdido un año sin tener al menos trazada una revisión tarifaria, para volver a apoyarse sobre el congelamiento de tarifas, y nada se ha dicho o insinuado sobre la necesidad de una reforma tributaria, que tantas veces fue mencionada en el transcurso del año.
Sorprende el hincapié del discurso sobre el compromiso que tiene la gestión con las inversiones, sobre todo cuando buena parte de los precios de la economía se encuentran regulados, y las innumerables restricciones al acceso en el mercado de cambios no hacen más que reforzar las distorsiones, afectando a la economía real.
A la hora de hablar de macroeconomía y de un plan, Alberto F hace equilibrio entre las demandas internas y externas
Otro evento interesante fue la importancia que el Presidente decidió asignarle al multilateralismo en su discurso, asociándolo con el concepto de solidaridad y afirmando su relevancia para el mundo que viene. A esto sumó le un guiño al Acuerdo de París y al compromiso que se debe encarar con el cambio climático. Esta postura, cercana a la de los dirigentes principales de Francia y Alemania, mostró un alejamiento, en lo que refiere a la política exterior, de las posturas más radicales que pueda haber al interior del Frente de Todos, donde muchos sostienen una rivalidad imaginaria con potencias occidentales y miran con buenos ojos hacia el este. Pero incluso en este punto, el Presidente encontró la manera de tratar de dejar contentos a todos, resaltando sus intenciones de fortalecer a la región a través de mayor cooperación y acuerdos con los países vecinos.
Había una ansiedad por acordar con el FMI que empezó a menguar y ahora se ve lo opuesto, intentar dilatar ese acuerdo haciendo de cuenta de que en el mientras tanto ‘está todo bien’. El gobierno tiene aspiraciones que son válidas, objetivos: bajar la inflación gradualmente, reducir el déficit fiscal, generar empleo, exportar, etc. Pero falta algo que medie la situación actual con esos objetivos, naturalmente es un plan. Uno ya no espera que surja del equipo económico, ya se dijo que no se cree en planes, ya se prometió el plan integral que nunca llegó, el presupuesto plurianual que no aparece.
El acuerdo con el FMI implicará hacernos socios por más tiempo, un acuerdo de facilidades extendidas implica 10 años de relación con el organismo. El nivel de injerencia que tendrá en la economía argentina será importante. El puente entre la realidad y los objetivos podría aparecer con el acuerdo con el FMI, un plan. Pero si bien cambió el Fondo, lo básico se va a exigir: acelerar la convergencia fiscal, endurecer la política monetaria y acomodar el tipo de cambio, entre otras. Eso es costoso y generará conflictos entre diversos actores. Claramente en un año electoral esto incomoda al oficilismo.
Lo incomodará a futuro también, porque dentro del Ejecutivo no todos piensan igual. La ‘Ley Guzmán’ de muy breve articulado que envió al Congreso justamente busca que el acuerdo sea ratificado en ambas cámaras. Busca básicamente, más que el acuerdo de la oposición, el aval del núcleo duro del Frente de Todos. Será raro ver a Máximo Kirchner levantar la mano a favor del ajuste que pida el FMI, pero es necesario para que la coalición gobernante no se fraccione.
También hay que ‘vender’ ese acuerdo a una sociedad que durante el segundo trimestre de 2020 tuvo una pobreza del 47,8%, niveles que no se ven desde el 2002. Ese nivel de pobreza se logró a pesar de la ayuda del Estado. Ayuda que no es compatible con las exigencias que vendrán desde Washington.
En suma, lo que dejó el discurso en Davos fue un Presidente que continúa haciendo malabares a la hora de hablar sobre macroeconomía y un plan de desarrollo para Argentina, tratando de mediar entre las exigencias externas y las presiones políticas al interior del frente.
*Economistas de LCG.