OPINIóN
Una década de Francisco

Mirar el mundo desde la periferia

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Papa Francisco. | Pablo Temes

Al igual que varios de sus antecesores recientes –entre los cuales se destaca Juan Pablo II–, Francisco se ha caracterizado por un marcado activismo en el terreno internacional. Desde su elección, ha realizado cuarenta viajes pastorales fuera de Italia (el último hace pocas semanas, a República Democrática del Congo y Sudán del Sur). Como líder religioso de proyección mundial y como cabeza de la Santa Sede –que mantiene vínculos diplomáticos con 183 Estados–, interviene activamente en la escena global de diversos modos: desde pronunciamientos sobre la coyuntura internacional hasta la mediación entre Estados en conflicto (como fue el caso del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba en 2014, en el cual el Vaticano jugó un rol crucial). 

Cuenta para ello con el auxilio de la experimentada diplomacia vaticana, que tal como destaca el secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Pietro Parolin, en una entrevista reciente (Criterio, edición 2492, octubre 2022), está al servicio de la acción apostólica del Papa en tanto pastor de la Iglesia Universal. 

La intensa actividad diplomática de Francisco tiene su correlato a nivel del pensamiento. Mediante el desarrollo del concepto de periferia, el pontífice argentino ha realizado un aporte distintivo a la opinión de la Iglesia sobre las relaciones internacionales. Abordamos los aspectos principales de la contribución del Papa en este terreno.

Papa periférico. En su primera aparición pública tras ser elegido, Francisco se presentó como el papa “del fin del mundo”, es decir, de un lugar alejado de los grandes centros de poder. Se trata del primer papa no europeo en siglos, proveniente de un país en desarrollo y en particular de la Iglesia latinoamericana, con una experiencia pastoral y un desarrollo teológico característicos, que se diferencian de la experiencia de Europa, desde donde históricamente se ha ejercido el gobierno de la Iglesia católica. Un pontífice periférico.

El gesto inicial dio paso, gradualmente, a un desarrollo más acabado y sistemático de la noción de periferia. Al respecto, son de especial importancia la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (EG, 2014) y las encíclicas Laudato Si (LS, 2015) y Fratelli Tutti (FT, 2021), así como diversos discursos y entrevistas. Los antecedentes de su posicionamiento pueden rastrearse en su trayectoria como arzobispo de Buenos Aires y como referente del Episcopado latinoamericano. 

Francisco insiste en que hay periferias geográficas y existenciales: las áreas marginales de las grandes ciudades, las regiones y los países más pobres; los excluidos de todo tipo, por su condición socio-económica, religiosa, étnica o sexual; aquellos carentes de vínculos significativos, apartados de su comunidad. 

Al utilizar el concepto de periferia, sin embargo, el Papa no se refiere solo a un espacio –material o simbólico–, sino también a una perspectiva, a un modo de abordar e interpretar la realidad, a una hermenéutica. Mirar al mundo desde la periferia es hacerlo desde la óptica de los más desfavorecidos, como alternativa a hacerlo desde el poder y la comodidad del bienestar; desde los espacios en los cuales las decisiones impactan, como contracara de aquellos ámbitos en los cuales se toman las decisiones de mayor peso: “Quien está en ellas [en las periferias] tiene otro punto de vista, ve aspectos de la realidad que no se reconocen desde los centros de poder donde se toman las decisiones más definitorias.” (FT 215). La adopción de una perspectiva periférica, por tanto, permite descubrir aspectos de la realidad que no se ven desde el centro; más aún, la periferia nos hace entender el centro. 

Relaciones internacionales. El concepto de periferia es aplicado por Francisco al análisis de las relaciones entre los pueblos, abordando cinco cuestiones principales: a) la persistencia de la desigualdad económica y política entre Norte y Sur; b) la deuda ecológica del Norte con el Sur; c) la defensa de la identidad cultural de los pueblos frente a una globalización uniformizante; d) la migración como presencia de la periferia en el centro; e) las guerras olvidadas en las periferias.

Desigualdad internacional: si la orientación hacia la periferia supone observar el sistema internacional desde la óptica de los más desfavorecidos, ello implica prestar especial atención a las desigualdades entre los pueblos. El Papa señala repetidamente la existencia de estructuras de injusticia a nivel internacional. En Laudato Si expone la existencia de una situación de inequidad que afecta no solo a individuos, sino también a países enteros. En el mismo sentido se expresa en Fratelli Tutti, al criticar al modelo de desarrollo dominante, que glorifica al mercado y al dinero y privilegia la libertad económica por sobre cualquier otro valor: “El desarrollo no debe orientarse a la acumulación creciente de unos pocos…El derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima de los derechos de los pueblos ni de la dignidad de los pobres, y tampoco del respeto al medio ambiente…”.  

Los países más débiles llegan a sufrir un nuevo colonialismo, que adopta diversas fachadas, como la imposición de tratados comerciales injustos y de medidas de austeridad, que impactan en la vida de los más pobres y dejan a los Estados sin posibilidad de promover los intereses de sus poblaciones y la carga excesiva de la deuda externa, que compromete su subsistencia y progreso.

Frente a la realidad de injusticia, Francisco advierte sobre las potenciales consecuencias socio-políticas de la inequidad, que incluyen estallidos de violencia, tanto a nivel doméstico como internacional. La fraternidad y el destino común de los bienes conllevan, en cambio, un deber de solidaridad entre los integrantes de la comunidad internacional. El Magisterio del Papa, continuando el de sus antecesores, encarna una demanda de democratización de las relaciones internacionales –tanto a nivel político como económico– que otorgue una voz más potente a los países más pobres y permita alcanzar un desarrollo más equitativo.

Claro que la tarea de construir un sistema internacional más equilibrado necesita no solo un cambio de actitud de los poderosos, sino también la iniciativa de los países más débiles para transformar su propio destino. 

Entre los caminos que se les abren, la integración regional, que debe apoyarse no solo en los intereses comunes, sino también en el amor al vecino, constituye una herramienta que ayuda a obtener condiciones más justas frente a Estados más poderosos y grandes empresas: “…para los países pequeños o pobres se abre la posibilidad de alcanzar acuerdos regionales con sus vecinos que les permitan negociar en bloque y evitar convertirse en segmentos marginales y dependientes de los grandes poderes”.  

Deuda ecológica: la desigualdad internacional también se hace presente en la cuestión ambiental, que Francisco aborda en Laudato Si. El daño ambiental es expresión de una crisis civilizatoria –una “manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad”– y tiene entre sus principales víctimas no solo a la naturaleza, sino también a los más pobres de la tierra, a quienes conforman las periferias existenciales y residen en gran medida en las periferias geográficas. 

El Papa señala que existe una “deuda ecológica” del Norte para con el Sur, generada por el uso abusivo de los recursos naturales que los países desarrollados realizaron para alcanzar dicho desarrollo, así como por patrones injustos de comercio internacional, que implican una sobrexplotación de recursos de países pobres para satisfacer necesidades de las economías desarrolladas: “Porque hay una verdadera “deuda ecológica”, particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países”. La periferia del sistema internacional es escenario de un patrón de explotación irracional de los recursos naturales, en muchos casos protagonizado por empresas multinacionales que se comportan de maneras prohibidas en sus países de origen, generalmente naciones del mundo desarrollado. 

Frente a esta realidad, el Papa señala que la responsabilidad del cuidado del ambiente es colectiva. Requiere la acción de los gobiernos, que deben establecer regulaciones y direccionar recursos para la transformación hacia un modelo de desarrollo sostenible; ello incluye una responsabilidad especial de los países más ricos, que cuentan con el dinero y la tecnología requeridas para poner en marcha estos cambios. Pero también es necesaria la movilización de los pueblos, que con su capacidad sapiencial han advertido hace tiempo el daño a la naturaleza: “Hoy la comunidad científica acepta lo que desde hace ya mucho tiempo denuncian los humildes: se están produciendo daños tal vez irreversibles en el ecosistema”.

Identidad y globalización: en el sistema internacional, los más desfavorecidos sufren, además de una distribución desigual de los bienes (y también de los daños, como sucede en el caso del medio ambiente), un cuestionamiento de su propia identidad cultural, asediada por un globalismo uniformizante: “En muchos países, la globalización ha significado un acelerado deterioro de las raíces culturales con la invasión de tendencias pertenecientes a otras culturas, económicamente desarrolladas, pero éticamente debilitadas”. 

La perspectiva periférica supone integrarse al mundo desde la afirmación de la propia identidad. Ello es condición previa para un diálogo auténtico entre los pueblos, sin el cual la globalización es una empresa vacía, que no aporta a la construcción de la fraternidad humana: “Así como no hay diálogo con el otro sin identidad personal, del mismo modo no hay apertura entre pueblos sino desde el amor a la tierra, al pueblo, a los propios rasgos culturales” (FT 143). 

De un modo que resuena con la historia latinoamericana, especialmente en cuanto al comportamiento de las elites políticas y económicas, Francisco recuerda que la implantación de un modelo de desarrollo exitoso en términos humanos requiere reconocer y amar lo propio, en vez de basarse en la mera imitación (FT 51). La globalización debe entonces aspirar al modelo del poliedro, buscando construir un todo que es más que la mera suma de las partes, al tiempo que reconoce el valor y la originalidad de cada una de ellas (FT 145). 

Migración desde la periferia: la mirada periférica también se fija en las grandes corrientes migratorias que se despliegan desde los países pobres hacia el mundo desarrollado, un fenómeno característico de nuestro tiempo. Los migrantes representan una forma concreta en la cual la periferia se hace presente en el centro y lo interpela. 

Frente a ese acontecimiento, Francisco llama a evitar la construcción de una “cultura de muros” (FT 27), que empobrece y divide; ejemplo de ello son ciertas políticas migratorias instrumentadas en países ricos de Occidente, que ponen de manifiesto una “mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma” (FT 39). Por ello, al tiempo que reconoce el derecho de los pueblos a preservar su cultura y a regular la convivencia doméstica, el Papa insta a tomar una actitud de apertura frente al extranjero, recordando que los vínculos entre naciones y personas deben estar marcados por la fraternidad. 

Es necesario recordar que en el origen del fenómeno migratorio suele haber realidades de injusticia y violencia, que interpelan a las sociedades de los países más ricos, y ante a las cuales es necesario dar respuestas. En su discurso ante el Parlamento Europeo, Francisco llama a Europa a otorgar esas respuestas, mediante “políticas correctas, valientes y concretas que ayuden a los países de origen en su desarrollo sociopolítico y a la superación de sus conflictos internos –causa principal de este fenómeno–, en lugar de políticas de interés, que aumentan y alimentan estos conflictos. Es necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos”.

Las guerras olvidadas: Francisco ha señalado repetidas veces que el mundo vive una guerra mundial a pedazos, que exige una respuesta de la comunidad internacional. En esos conflictos “hay rostros concretos antes que intereses de parte”. 

Si la actual guerra en Ucrania concita gran atención de gobiernos y medios de comunicación, la periferia del sistema internacional es escenario de conflictos menos conocidos, en regiones como Medio Oriente y el África Subsahariana. Se trata de “guerras olvidadas”, que, aunque causan enormes sufrimientos, no encuentran repercusión en los medios de comunicación ni en la opinión pública, y tampoco respuesta en la política. En este aspecto, la perspectiva periférica demanda estar atentos –no olvidar– a aquellos conflictos que, al no afectar intereses geopolíticos vitales de los actores más poderosos del sistema, no encuentran atención mediática ni respuestas diplomáticas adecuadas. 

Mirar el mundo desde abajo. El llamado a adoptar una mirada periférica constituye el aporte más novedoso y potente del actual análisis de la política mundial, válido no solo para la Iglesia, sino también para el conjunto de los líderes mundiales. Contra la tendencia dominante en la teoría y la práctica de las relaciones internacionales, en la cual prevalece la perspectiva de los poderosos, el Papa propone mirar el mundo desde abajo, desde los pequeños; plantea un método y reclama una actitud para analizar las grandes cuestiones globales, que parte de preguntarse –ante todo– cuál es el impacto de estas sobre la vida cotidiana y el destino de los más débiles. Señala las injusticias, pide a los poderosos que asuman las responsabilidades que les corresponden, llama a los más débiles a hacerse cargo de su propio destino.

En esa mirada no hay ingenuidad, sí realismo esperanzado. Francisco no desconoce las duras condiciones del sistema internacional, sino que invita a abordarlas de una manera distinta, con los instrumentos de la diplomacia, mediante la acción política puesta al servicio la fraternidad. En su invitación parece resonar aquella sentencia evangélica, que nos llama a estar en el mundo, sin ser del mundo: “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas”. Y es que, escuchando a Francisco, apreciando su búsqueda de paz y justicia en medio de grandes adversidades, surge una certeza: la buena noticia sigue siendo la mejor brújula para navegar la historia.

*Centro de Estudios Internacionales (CEI), Universidad Católica Argentina.