Décadas de frustraciones económicas han tendido en nuestro país a configurar progresivamente un tipo de empresario y de ahorrista muy cauteloso que requiere muchas seguridades antes de tomar decisiones. También, que cuando cuente aún con pocos datos pero que interpreta como señales de una mayor incertidumbre, recurre a mecanismos precautorios penosamente incorporados con los años, como la dolarización de carteras, o frenar la inversión y la incorporación de personal.
La estabilidad económica suele ser un primer paso en el estiramiento de los plazos que manejan ahorristas y empresarios. La consistente recuperación de la economía, de la caída de la inflación y del riesgo país suelen ser los incentivos mínimos y necesarios para iniciar, finalmente, el círculo virtuoso de la producción, de las inversiones y del empleo.
Este proceso requiere, necesariamente, ser complementado por otros elementos. Uno es la presencia de lineamientos estratégicos que indiquen con claridad hacia donde se dirige el país. Pocas decisiones en este aspecto suelen tener un efecto multiplicador significativo, ya sea positivo o negativo. Además, cuando se zigzaguea en la orientación a largo plazo -rol del Estado, patrón de inserción internacional-, es muy probable que no se genere ningún círculo virtuoso, sino más bien todo lo contrario.
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Hay otro elemento que influye sobre las decisiones económicas. En los países democráticos, la coyuntura electoral puede afectar el clima de negocios, algo que aumenta a medida que lo hacen su fragilidad institucional y económica. Ahora bien, la democracia es, tal como lo concebimos aquí y ahora, competencia electoral, y con ello, tensiones y disputas de todo tipo y tenor. No se lo puede evitar. Lo que sí se puede hacer es gestionar los efectos negativos, si los hubiere.
Más allá del rol que cumple en esa tarea la política macroeconómica de estabilización, las políticas de largo plazo también pueden hacer un aporte, al incorporar variables que superan la coyuntura electoral y sus efectos sobre la economía. En el caso argentino actual, pueden individualizarse varias.
Una es la energética. Existe consenso de que se requería superar rápidamente la restricción energética; sin energía abundante, es imposible crecer y aumentar el bienestar de la población de manera permanente. Por ese motivo, y más allá de las cuestiones instrumentales, impulsar las energías renovables y la explotación del yacimiento Vaca Muerta es una decisión que ayuda a ver más allá de octubre.
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Otro ejemplo lo constituye la firma del acuerdo MERCOSUR – Unión Europea. Por una parte, consolida el propio bloque y ratifica una decisión estratégica regional de larga data. Por otra, abre la puerta a renovadas oportunidades comerciales y de inversión de la mano del principal bloque comercial del mundo, y con el que nos unen profundos lazos políticos, económicos, sociales y culturales. Hacer negocios con Europa nos resulta casi, o más familiar incluso, que hacerlo con algunos países de nuestro propio subcontinente.
Finalmente, la imprescindible profundización de las relaciones con los grandes países emergentes del Asia, como China, India, Japón, y los países del ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático), es otro caso digno de mención. Ésta va constituyendo una red multidimensional con una arquitectura caso por caso, que ya está dando crecientes frutos, no solo económicos, sino de posicionamiento geopolítico.
En conclusión, políticas de largo plazo como las citadas contribuyen a que las decisiones de los agentes económicos no sólo se vean influidas por los vaivenes políticos y económicos de corto plazo, sino también por la orientación general del país, y las oportunidades que se les abren, permitiéndoles ver más allá de la coyuntura macroeconómica y electoral.
* Director del Instituto de Investigación de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la USAL.