Los agrupan por año de nacimiento, entran todos a la misma hora, tienen las mismas materias, los mismos exámenes, suena el timbre para salir al recreo y para volver al aula. Tristemente, el sistema te dice qué se debe estudiar, de qué forma debemos aprenderlo y para cuándo.
Estudian, rinden, aprueban, y al poco tiempo se lo olvidan. ¿Hubo aprendizaje? Si estudian para aprobar y enseñamos para que aprueben, ¿dónde quedó el aprender?
No es ningún secreto que muchos alumnos se muestran apáticos, no se interesan por lo contenidos o no disfrutan de aprender. ¿Será, tal vez, que existe una brecha demasiado grande entre lo que nosotros enseñamos y aquello que ellos necesitan aprender, y entre cómo lo ensañamos y cómo necesitan aprenderlo? Si muchos docentes siguen enseñando como ellos aprendieron, parecería sensato suponer que les estamos dando a los alumnos una educación del siglo pasado.
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Está claro que la calidad del sistema educativo no puede ir más allá de la calidad de sus docentes, y que ser docente hoy ya es bastante épico, por eso debemos devolverle al docente el prestigio que alguna vez tuvo y generar las condiciones para que su pasión por la educación lo lleve a instancias cada vez más altas en lo que a motivación y desarrollo profesional se refiere.
Por otro lado, hoy sabemos que el vínculo es clave para poder aprender. Volver a generar una conexión entre los docentes y los alumnos en base al respeto, la credibilidad, la idoneidad, la empatía y la confianza mutua es impostergable. Como es impostergable repensar el sistema en un todo. Frente a un contexto donde los cambios son vertiginosos y los escenarios mutan constantemente, ¿cuál es el aporte que debemos dar a los alumnos y cómo podemos ayudarlos a desarrollar habilidades que trasciendan el aula y sirvan para su futuro humano, académico y profesional?
Hoy, almacenar información ya no es una prioridad. Necesitamos darles a los chicos problemas para resolver, no respuestas para memorizar. Y que eso que deban hacer los obligue a pensar, para que cuando se encuentren con algo nuevo, en vez de recordar, puedan pensar.
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Se siguen enseñando materias como si fuesen compartimentos estancos y después nos sorprendemos que los alumnos no se interesan. Tal vez, si se propusiera un aprendizaje más integral en donde los alumnos pudieran utilizar todas las habilidades de las diferentes asignaturas lográramos no sólo involucrarlos, sino además motivarlos, fascinarlos, apasionarlos, encenderlos… para después corrernos. Más que seguir almacenando información, lo que debemos buscar es que puedan fusionar los conocimientos y ensamblar el aprendizaje de una manera más significativa y relevante para ellos.
Esperamos que los chicos sean innovadores, autónomos, que piensen de manera creativa y crítica, que sean empáticos, y solidarios en un sistema que los pone a todos en una “cubetera” y no les permite fluir un entorno en donde muchos siguen pensando que “la letra con sangre entra” y les cuesta comprender que si el alumno disfruta con lo que hace lo va aprender mejor.
En los programas académicos vemos materias como matemática, lengua, idiomas, educación física, geografía, historia, entra otras, pero no encontramos asignaturas como cómo comunicarse, cómo resolver conflictos, cómo relacionarse con el otro, cómo mejorar la empatía, o la escucha atenta, por nombrar a algunas pero después nos sorprendemos frente al flagelo del bullying o que en vez de mejorar sus argumentos en una conversación, solo pueden descalificar al otro. O vemos chicos que frente al más mínimo obstáculo, se frustran y abandonan.
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Si seguimos enfatizando las habilidades cognitivas por sobre las sociales y emocionales no nos sorprendamos de encontrar aulas tormentosas.
Necesitamos aulas en donde se pueda naturalizar, desdramatizar y capitalizar los errores, entendiendo que cometer errores es parte del proceso de aprendizaje y en donde nadie tema levantar la mano por miedo a que lo carguen o lo humillen. Después de todo, sin seguridad emocional es muy difícil desplegar todo nuestro potencial creativo. Sí, el docente debe ser custodio de la auto-estima de sus alumnos.
El diseño de aulas es otro tema no menor. Hoy sabemos que el ejercicio estimula el poder del cerebro, y sin embargo hemos diseñado aulas para estar sentados 4, 6 u 8 horas. Rediseñar los espacios de aprendizaje por entornos que inspiren, motiven, activen y provoquen cognitiva y emocionalmente a nuestros alumnos, en donde haya una transición sin fricciones entre lo presencial y lo digital, será otro de los desafíos de la educación en este siglo.
¿Qué cambios debemos aplicar ahora para garantizar la continuidad de la escuela en el futuro, teniendo en cuenta que el docente ya no es la única fuente de conocimiento y que hoy un tutorial puede explicar de manera práctica, rápida e interesante muchos de los temas que deben aprender nuestros alumnos? Si el conocimiento está “a un clic de distancia”, ¿seguirán existiendo las escuelas en el futuro tal y como las conocemos hoy?
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Todos estos cambios requieren de coraje, de tiempo y de paciencia. Mantener a los estudiantes comprometidos y motivados constituye un reto muy grande aún para los docentes más experimentados. Por lo tanto, priorizar el clima en el aula, rediseñar los espacios de aprendizaje, repensar los programas académicos y las estrategias pedagógicas, deben ponerse en un primer plano.
Debemos dejar de enseñar en función de lo que sabía de educación en el pasado, y comenzar a enseñar en función de lo que sabe hoy de educación. Sin embargo, hasta que no se vuelva a ver a la educación como prioridad, ningún cambio va a ser duradero. Y cambiar de paradigmas toma tiempo, así que cuanto antes empecemos, mejor.