El Parque Lezama no es solo un parque, es además un estado de ánimo.
En el año 1985 vi ahí a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota en un festival. El Indio no estaba. El tenía un lema: solos y de noche. Había muchas bandas y tocaban a la tarde. Cantó Skay.
Fui mucho al parque (y mucho al bar Británico). El estado de ánimo al que predispone el parque es la melancolía. Sin embargo, a veces, aparecen destellos de euforia.
Ahí funcionó la Compañía de Filipinas, que traficaba esclavos traídos desde África. Entre 1708 y 1790 hubo además una gran barraca usada como depósito de mercaderías. Y también funcionaron el primer horno a ladrillos y el primer molino de viento de la etapa colonial. En sus comienzos, el Parque Lezama fue para una élite, porque la zona sur era aristocrática. Luego hubo un gran cambio social. La clase alta porteña emigró hacia zona norte por la epidemia de fiebre amarilla (1871) que se cobró 14.000 muertos y sus señoriales casas se transformaron en conventillos. Vivir en ellos no era fácil ni barato. La zona se popularizó, entre otras cosas, por la llegada de inmigrantes. La fiebre amarilla fue una epidemia que sembró el terror. Sarmiento y su vicepresidente huyeron de la ciudad.
El gran poeta Néstor Perlongher le puso como título a uno de sus libros Parque Lezama. Perlongher fue un poeta neobarroco (neobarroso, según sus palabras), y sociólogo, antropólogo y militante trotskista. Fue también uno de los principales referentes del Frente de Liberación Homosexual en la Argentina en la década de 1970. En enero de 1976 fue detenido y procesado penalmente, la detención y enjuiciamiento de Néstor Perlongher también marca el fin de la actividad del FLHA. Y el comienzo de ese largo silencio de siete años que se instaura en la Argentina.
El Parque Lezama me hace pensar en el budismo zen. Una de las principales cosas que yo le encuentro al budismo zen es poder concentrarse en el aquí y ahora, ir paso por paso, no entrar en el espiral del relato futuro (sobre todo especulando con preocupaciones) y no quedarse en el espiral del pasado. Yo soy principiante, pero termino sospechando que algo, un borde aunque sea, de esa sabiduría entendí.
En algún lado leí que John Cassavetes y J. D. Salinger eran autores budistas. En el caso de Salinger, la cosa es más obvia. Pero me gustó pensar en el gran Cassavetes como un ser budista. Pienso que a Cassavetes le hubiera gustado el Parque Lezama, habría filmado ese escenario.
Pero volvamos a la historia: en el parque está el monumento a Pedro de Mendoza, inaugurado en 1936, a cuatro siglos de la llegada del Primer Adelantado del Río de la Plata, fundador del Puerto de Nuestra Señora Santa María del Buen Ayre, según una versión en el mismo parque. El conquistador de bronce clava la espada en el suelo; detrás, un querandí en bajorrelieve alza los brazos y mira hacia arriba, con gesto de sumisión. Pero la realidad suele ser menos maniquea que las estatuas. En aquel 1536 los invasores, cuyos nombres están inscriptos en este monumento, no sometieron con facilidad a los aborígenes que encontraron. Y Don Pedro, que había llegado enfermo de sífilis, murió en altamar, al año siguiente, intentando volver a España.
El Parque Lezama me hace pensar en el budismo zen. Una de las principales cosas que yo le encuentro al budismo zen es poder concentrarse en el aquí y ahora
El parque tiene un único edificio, el del Museo Histórico Nacional. Fue escenario de episodios insólitos como el robo del sable corvo de San Martín a manos de un grupo de jóvenes peronistas. La operación comando ocurrió el 12 de agosto de 1963, en protesta por la proscripción del peronismo. El sable, finalmente, fue recuperado intacto.
Por último, podemos decir que Carlos Thays lo rediseñó. Pero lo importante es que ese estado de ánimo del que hablo al principio seguramente tiene que ver con toda la historia acumulada en el parque y con que está ubicado en la zona sur de la ciudad. El sur, lo sabía muy bien Borges, para nosotros no es solo un punto cardinal.
*Escritor y poeta.