OPINIóN
Arte

Qué dice Freud sobre el precio de la carne

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Estaba con un amigo pintor frente a un cuadro de Lucian Freud, un retrato de una mujer, un lienzo pequeño, de la primera época y a mí me llamó la atención la deformación pronunciada de la figura, principalmente la cabeza. Ni comprimida ni expandida; una desprolijidad expresada casi con impericia infantil. Se lo comenté a mi amigo y me respondió de manera lacónica: “era joven; sólo sabía pintar eso”.

No creo que todos deban ser como Picasso, que a los veinte años entra al período azul casi con la mano de Ingres, pero imagino, que alguna intención puso Freud en esa obra y la prueba es que el cuadro está colgado, en la exposición retrospectiva del artista que acaban de abrir en el Museo Thyssen de Madrid. Al rato vimos un retrato de otra mujer, pintado muchos años después, donde ya aparece la carne, el mapa de la piel como tema de su pintura. Aquí mostraba un rostro con gran armonía, pero con el frontal aplastado: el cabello oscuro cayendo por los costados de la cara desde una superficie casi plana, como el agua que desborda un plato. Pregunté: ¿esto también es falta de oficio, de saber pintar bien, o es como Freud la ve, oprimida, como quizás la siente desde su perspectiva? “Vos en todo ves un relato”, me contestó.

La obra de Freud es mucho más figurativa que la de Bacon, pero ambas se acercan desde sus inicios al cuerpo humano hasta atravesar la carne cuando alcanzan la madurez artística. Es verdad que Bacon es más expresionista, pero no menos elocuente: “el olor a sangre humana no se me quita de los ojos”, le dijo al crítico Franck Maubert, que tituló el libro de conversaciones con esa frase.

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Las imágenes de Freud, cuerpos despojados de su ropa, anegados por una luz invernal, difusa, que, con optimismo se puede asociar al clima inglés, a la llovizna de Londres, pero que es, decididamente, la luz de un hospital o una morgue sobre nuestra carne. Más relato, diría mi amigo.

El crítico Martin Gayford escribió un libro sobre la obra y el proceso artístico de Freud después de posar doscientas cincuenta horas, el tiempo que le tomó al pintor realizar su retrato. Una tarde, cuenta Gayford, llegó al estudio nervioso, después de un día lleno de contrariedades y sin demasiadas ganas de posar. Freud al verlo le dijo: “hoy pensaba pintar la camisa, pero voy a trabajar tu pelo; este cambio de planes es una buena señal”. A Gayford le cayó mal la decisión ya que, cuenta, tenía los pelos parados, rebeldes, hechos un nido. En el retrato terminado, reproducido en la portada de su libro (Man with a Blue Scarf: On Sitting for aPortrait by Lucian Freud, Thames & Hudson), se ve un rostro alargado coronado por una mata de pelo revuelta que pierde, de manera descompensada, volumen a ambos costados. Escribe Gayford que el fondo oscuro del cuadro estaba matizado por tonos grises alrededor de la cabeza y que Freud los fue oscureciendo, invadiendo también la figura, comprimiendo un poco el cráneo. Se lo comentó a Freud y éste le dijo: “La forma de tu cabeza queda mucho mejor así”.

Después de muchos años de poner excusas, finalmente, en el año 2000, Freud aceptó hacer un retrato de la reina Isabel II imponiéndole un trajín de setenta y seis sesiones para realizar su trabajo. Buckingham pretendía despachar el asunto con dos encuentros.  “Quise”, declaró Freud, “hacer alguna referencia a la extraordinaria posición que ocupa, el hecho de que sea reina”.

El lienzo mide 15 cm de ancho y 23 de alto, perfecto para reproducir en una estampilla. El crítico Robin Simon, editor del British Art Journal dijo que Freud había ido demasiado lejos: “la reina parece uno de sus corgis”. The Times, el diario que leía Isabel, opinó que “la expresión es de una soberana que no ha sufrido un único año horrible, sino todos los de su reinado”.

En el diminuto cuadro se ve el rostro atrapado por el marco, con una expresión seria, atribulada, ausente del espectador y resuelto con trazos que insinúan las marcas de la carne senil y los bucles del cabello blanco, pero la diadema que luce la reina en su cabeza es de un realismo radical; Freud no tuvo prisa en demorarse en el brillo en cada diamante. En eso se le habrán ido las setenta y seis sesiones.

Es el correlato del cuadro. Y dale con eso, pensará mi amigo al leerlo.

*Escritor y periodista.